A los postres

El postre todavía estaba tibio cuando, embelesado por el sabor, me hundí con mi cuchara en las densas profundidades del chocolate. Me dí cuenta de que no necesitaba la cuchara cuando comencé a nadar por el postre mientras lo comía. Deseé que el momento no terminara nunca. Mi cuerpo se cubría de chocolate, pero me manejaba con una extraña naturalidad, como si siempre hubiera sabido cómo bucear en esa sustancia. Cada brazada era acompañada por un lengüetazo que me llenaba de sabor. Mis ropas ya estaban completamente oscuras. No importaba, nadaba en chocolate. Ya habría tiempo para volver a la realidad.
Aunque el postre estaba bien batido, conservaba aún algunos vestigios de un estado anterior, en forma de pequeños grumos que yo guardaba en mis bolsillos para luego espolvorear en el resto del chocolate como queso rallado. Los grumos contenían también partículas de aire que yo usaba para respirar dentro del cremoso chocolate.
Realicé pruebas de destreza natatoria, recorrí todas las profundidades del postre con una alegría imposible de disimular. Extendía los brazos formando círculos como forma de expresar mi felicidad. Los movimientos batían el chocolate, lo cual lo hacía cada vez más sabroso. El espíritu del sabor llenaba mis poros, al igual que el chocolate mismo.
Hasta que se hizo la hora de volver a la realidad. De dejar el resto del postre para paseos posteriores y para que pudieran probar los demás. Decidí sacrificar un poco de felicidad en ese momento para lograr recuperarla más tarde.
Me dirigí a la superficie. Grande fue mi sorpresa al no poder salir. Una membrana que antes no estaba me impedía asomarme. En ese momento caí en la cuenta de que el chocolate ya estaba frío y se había formado la deliciosa piel en la superficie. Piel que no podía perforar desde abajo. Intenté lamerla hasta dejarla expuesta, pero era una tarea imposible. No existía un límite definido entre la piel y el resto del postre.
Hasta que recordé que aún tenía en mi poder la cuchara. La saqué de mi bolsillo, lamí su contenido y presioné con ella sobre la piel del postre hasta que vi la luz. Con delicadeza me trepé a la rendija que había formado, y salí por ella al mundo exterior.
Una vez fuera, me alejé de la rendija y me tiré un rato sobre la piel, aun embadurnado en el chocolate de su interior, para descansar y rememorar la estupenda experiencia.