Aguas calientes

El agua fría estaba tranquila, inmóvil, en la parte más baja de una concavidad. De pronto, apareció un chorro de agua caliente que la invitó a bailar.
Era una invitación imposible de rechazar. El agua caliente se llevó a la fría, gota a gota, hacia arriba. Ambas hacían círculos, bailando un vals que las mezclaba y las integraba cada vez más.
Parecía haber una efervescencia entre ellas. Era el punto de contacto, donde las dos temperaturas se tocaban, y generaban un salto de condensación que no sólo afectaba profundamente el cuerpo de ambas, sino que también salpicaba hacia afuera, dejando algunas gotas perdidas en el suelo de alrededor.
El agua fría no había tenido intención de estar moviéndose junto al agua caliente, pero ahora ya no había forma de evitarlo. Ambas aguas estaban en una situación de suma. Estaban dejando de estar separadas, y juntas se convertían en un agua distinta, un agua tibia.
Durante un rato continuó el baile. El agua vibraba con círculos concéntricos que estallaban en olas en los límites de la concavidad. Pero con el paso del tiempo el agua fría pasó a dominar al nuevo cuerpo. La quietud de antes volvió a imponerse. El agua estaba todavía tibia, pero no duró mucho. Al poco rato, no había rastros del agua caliente. Era toda agua fría, ahora más que antes, que esperaba pacientemente otro chorro para hacerla bailar.