Al aire libre

Era un día espléndido, y lo quería disfrutar aunque tuviera que dedicar todo el día al Excel. Se me ocurrió llevarme la notebook al jardín y trabajar desde ahí. Me fijé que estuviera cargada y salí.
Me instalé en el pasto. Coloqué una manta, y sobre ella la laptop. Me acosté en el verde y me puse a teclear números mientras disfrutaba del aire puro y los deliciosos sonidos de la naturaleza. Las cigarras cantaban, las mariposas revoloteaban, los colibríes se alimentaban entre las flores junto a las abejas. Me alegré de haber elegido pasar el día afuera, y me sentí en armonía con mi entorno.
En ese momento, una mariposa se acercó y se apoyó tímidamente en la computadora. Sin asustarse por mi presencia, comenzó a caminar por la pantalla, el teclado y la tapa. Lo hacía lentamente, como estudiándola.
Intenté poner el dedo cerca de la mariposa para que se posara sobre él, pero no me hizo caso. No parecía interesada en mí. La mariposa estaba contenta con la notebook. Y me di cuenta de que, desde que la mariposa se había posado, el rendimiento de la máquina había aumentado. Ahora tardaba menos en hacer cada operación, como que se la notaba más liviana. Parecía que la naturaleza también le hacía bien.
La mariposa se quedó un rato sobre la computadora. Después se fue. En ese instante, la velocidad que había ganado se perdió. No entendía qué relación podía tener la mariposa con el funcionamiento de una notebook, pero algo pasaba. Empezó a tardar mucho para obedecer cualquier comando, como si se resistiera.
En un momento vi que la mariposa volvió a pasar cerca. Entonces me levanté para ver si la podía atraer. Pensé que tal vez, si se acercaba, la notebook iba a volver a rendir. No lo logré, se me escapó. Pero eso no fue lo extraño. Cuando me paré ocurrió lo que no me esperaba. La notebook se elevó y comenzó a agitarse sobre su eje, como una mariposa. Tomó la misma dirección que la mariposa de verdad, y ambas se fueron juntas hacia el horizonte.