Al mismo tiempo

La máquina del tiempo de Hugo tenía un defecto: no podía viajar en el espacio. Le permitía trasladarse a cualquier época, pero en el mismo lugar donde estaba. Y aunque era portátil, el viaje se producía en el lugar específico donde se encontraba en el momento de la partida.
Hugo quería viajar a distintas épocas lejanas, pero tenía dudas de que fuera responsable. No quería cambiar la historia, porque estaba al tanto de los riesgos de producir paradojas temporales. Tampoco quería visitar el futuro, porque sus conocimientos sobre el porvenir le hacían correr el riesgo de generar paradojas en su propia época. Hugo estaba contento de que el inventor del viaje en el tiempo hubiera sido alguien meticuloso como él, porque si caía en malas manos el mundo podía no volver a ser el mismo.
Así que no hacía viajes grandes, se conformaba con usos cotidianos. La máquina le permitía una mejor administración del tiempo. Él iba a trabajar durante el día, y muchas actividades que quería hacer entraban en conflicto con ese horario. Pero con la máquina del tiempo no había problemas. Simplemente, al salir de trabajar se trasladaba a la hora adecuada y se daba libertad. Después volvía al horario de donde partió, o al equivalente si hubiera hecho esa actividad al salir del trabajo.
Los viajes le trastocaban un poco el sueño, le producían una especie de jet lag, pero también lo ayudaban a solucionarlo. Si tenía sueño y era muy temprano, retrocedía hasta la hora de dormir. Si se quedaba dormido, no había problema. Hacía todo lo que tenía que hacer y se trasladaba a la hora a la que iba a levantarse. De esta manera, nunca llegaba tarde al trabajo.
No llegaba tarde, pero maldecía tener que viajar en el subte en hora pico. Hasta que se dio cuenta de que no hacía falta. El mismo subte en otros horarios estaba vacío, todo era cuestión de ir al andén, trasladarse en el tiempo, tomar el subte tranquilo y en el destino volver al día original.
Decidió que lo mejor era viajar el domingo a la mañana, cuando no hay nadie en el subte, así nadie se percataba de su aparición y desaparición. Fue al domingo anterior y viajó solo, aunque tuvo que esperar el tren un buen rato, porque por la misma razón que él estaba ahí, las frecuencias no eran muy altas. Pero tomó la precaución de anotar el horario en el que vino el tren.
Al día siguiente volvió al mismo día, esta vez pocos segundos antes de la partida. Se vio esperando el tren, y el que esperaba lo vio llegar. Pero no se saludaron, por las dudas de que se produjera alguna paradoja.
En los días que siguieron, Hugo continuó tomando el mismo tren del domingo. A medida que lo hacía, un Hugo más aparecía en el tren. Se fue distribuyendo por toda la formación, pero llegó un momento en el que no pudo conseguir asiento porque estaba lleno de Hugos sentados. Siguió viajando, sin embargo, en ese tren, porque el horario le resultaba conveniente para no generar ninguna sospecha. Además, lo había guardado en la memoria de la máquina y no tenía ganas de buscar uno nuevo. Entonces el tren se siguió llenando de Hugos hasta que no entraron más.
Un día, en realidad el mismo domingo, la presencia del Hugo actual no permitía que se cerrara la puerta. Los otros Hugos lo bajaron del tren ante las protestas del guarda. Entonces Hugo se vio forzado a encontrar otro horario. Eligió trasladarse al tren anterior. Y el primer día que lo hizo, esperó que llegara el siguiente con todos sus pares, y al verlos les hizo un gesto de burla, porque él había llegado primero.