Ante la tortura

La víctima es llevada encadenada a un cuarto cerrado. Se le ofrece asiento. Posteriormente té. El verdugo se sienta en un mullido sillón y se pone a hablar plácidamente. La víctima se pone nerviosa. Sabe que va a ser sometida a tortura, pero no sabe en qué consiste. No para de imaginarse posibilidades. En el cuarto cerrado no se ve ningún instrumento, pero se pueden oír ruidos metálicos débiles que vienen de las adyacencias. También algunos gritos poco distinguibles. El verdugo ofrece más té. La víctima, aterrorizada, acepta. Piensa que el té debe estar contaminado con alguna sustancia que la hará sufrir, o tal vez con algún suero de la verdad. Sin embargo, el verdugo toma de la misma tetera. Cuando se acaba el té, el verdugo se levanta, sin interrumpir la conversación con la víctima, cuyas acotaciones son breves y respetuosas. El verdugo queda fuera del campo visual de la víctima, que piensa que ha llegado el momento, y sufre porque teme algo repentino. El verdugo, en tanto, vuelve con más té y obleas de vainilla. Vuelve a sentarse, mientras la víctima está cada vez más tensa y expectante. La víctima desea que la tortura empiece de una vez, así está más cerca de terminar. El verdugo continúa tomando té. La víctima sufre pulsaciones. De repente, se levanta y exclama “lo diré todo”. El verdugo, satisfecho, hace pasar a los interrogadores.