Brindis con champagne

Se hicieron las 12, era el momento de brindar. Antes debía abrir la botella de champagne. Como no quería correr riesgos de salpicar la pared, decidí hacerlo en el jardín. Fui con la botella hasta allí y me posicioné de forma tal que, si el movimiento que debía hacer era demasiado brusco, no me cayera a la pileta.
Mi técnica para abrir el champagne no es dejar que el corcho salte sino forzar su salida de la botella con la mano, presionando contra mi cuerpo. De este modo evito que le dé en el ojo a alguien.
Esa botella resultó particularmente difícil de abrir. Debí hacer más fuerza que la habitual. El corcho estaba demasiado apegado a la botella y no quería salir. Pero no me iba a dejar ganar por un corcho ajustado, de modo que apliqué mucha más fuerza.
En un momento sentí que estaba por lograr la salida del corcho y me esmeré aún más. En ese momento el corcho se liberó con tanta fuerza que me elevó hacia el cielo con él.
Como eran las 12, pude ver los fuegos artificiales desde arriba. Mientras me aferraba a la botella me elevé a una altura tal que pude disfrutar del espectáculo de la ciudad iluminada por el festejo. Pronto, sin embargo, descubrí que estaba en una posición aún más riesgosa de lo que parecía. Fue cuando una cañita voladora me alcanzó y encendió mi camisa.
Era una situación desesperante estar a esa altura y no saber si podía usar o no el champagne para apagar la camisa encendida. El contenido alcohólico me hacía dudar, y preferí no exponerme a quemarme aún más. De todos modos, ya el impulso del corcho se estaba acabando y comenzaba a bajar.
Desde lo alto divisé la pileta y supe que era la respuesta a mi problema. Hice todo lo posible para caer en la parte honda. Cuando lo logré, la camisa se apagó en el acto. Tuve la suerte de no sufrir quemaduras graves.
Una vez que salí de la pileta, y aunque el champagne estaba un poco aguado, pudimos realizar el brindis.