Burbujas

La burbuja me elevó por los aires, hasta que alcancé una altura tal que podía ver el mundo desde una posición de privilegio. Flotaba por sobre la realidad de los demás, atendiendo sólo las necesidades de mi burbuja.
Hasta que, de un momento a otro, la burbuja se rompió. Ocurrió de repente, como una burbuja que se rompe. Entonces empecé a caer.
Vi con temor cómo el mundo se acercaba cada vez más hacia mí. Pero, en realidad, sabía que era yo el que se acercaba al mundo y, lo que era más preocupante, al suelo.
Empecé a desesperarme. En pocos instantes chocaría contra la realidad, y el impacto prometía ser duro. No tenía, sin embargo, muchas alternativas diferentes de esperar que la caída se produjera sobre una superficie blanda, que mitigara el golpe y funcionara como adaptación al nuevo ámbito.
Pero a medida que me acercaba al suelo, vi que desde la superficie frotaban muchas burbujas frescas que se elevaban hacia el cielo, tal como había ocurrido con la mía. Aunque casi todas estaban habitadas, pude ver que algunas estaban disponibles.
De pronto, una fortuita corriente de aire me desvió del recorrido inexorable que llevaba, y pasé cerca de una burbuja libre. Con gran esfuerzo me aferré a ella sin romperla. Suavemente pude entrar, y a partir de ese momento mi caída dio lugar a un nuevo ascenso, en una burbuja que resultó ser más grande y confortable que la anterior.