Calva esperanza

Una multitudinaria marcha se desarrollaba en una plaza de la ciudad. Los manifestantes estaban convocados bajo el lema “un compromiso por la paz”. Para motivar a los responsables de los diferentes conflictos a resolverlos, querían mostrar que el reclamo no se quedaba ahí, que no era una marcha más, sino que todos los presentes estaban dispuestos a hacer un aporte tangible a la causa, a sacrificar algo para obtener paz en el mundo.
Una vez congregada la gente, que no sabía de la naturaleza del compromiso que se les iba a pedir, el más carismático de los líderes formuló una arenga. Habló de la importancia de la paz, de que era una oportunidad para marcar la diferencia, de que todos tenían que dejar algo. El público aplaudía cada argumento. Cuando el líder percibió que la multitud estaba dispuesta a aceptar, se animó a pedir: que todos se afeitaran la cabeza en ese momento.
Una ola de duda recorrió al contingente. Algunos atinaron a irse, pero fueron interceptados por los más entusiastas. La duda fue suplantada en forma progresiva por la convicción de los más rápidos, que animaba a los que no estaban seguros a mostrar que tenían un compromiso real.
La organización sacó a relucir miles de afeitadoras, que fueron repartidas entre el público. Las personas se afeitaban entre sí con armonía, y cooperaban para conseguir más rápido el objetivo de lograr una muchedumbre completamente calva. En pocos minutos se consiguió. Miles de cabezas alternaban sus miradas entre el escenario y el resto del público. En el suelo de la plaza se formó una montaña de pelo, que la hacía parecer una gran peluquería. El cabello era recogido por la organización para ser vendido a las compañías de pelucas con el objetivo de recaudar fondos para futuras campañas.
El sol brillaba sobre las cabezas calvas. Se produjo un resplandor que el líder de la marcha comparó con la luz que debía iluminar al mundo. Ese resplandor llamó la atención de los oficinistas que estaban trabajando en los edificios vecinos. Unos cuantos corrieron hacia las ventanas para ver qué estaba produciendo semejante luminosidad. Y antes de que se dieran cuenta, la luz reflejada en las miles de calvas fue dejándolos ciegos, uno por uno.
Y aunque se molestaron muchísimo y les provocó numerosos inconvenientes, la ceguera no era en vano. Era un sacrificio que estaban haciendo, sin saberlo, por la paz.