Cambio de cara

―Doctor, quiero tener otra cara.
El médico le preguntó si estaba segura. Marisol contestó que sí, que necesitaba un cambio profundo en su apariencia. Quería cachetes más pronunciados, nariz menos puntiaguda, ojos de otro color, labios que hicieran sentir su presencia, un poco de mentón y dos o tres dedos menos de frente.
Cuando Marisol dio el visto bueno al presupuesto, pasó al quirófano para hacerse la operación en el acto. El médico quería darle turno para la semana siguiente, pero Marisol no quería esperar.
El equipo de cirujanos plásticos del centro médico se encargó de cambiar la cara de Marisol. Cada especialista modeló una parte distinta del rostro. La piel que sobraba de un sector era trasplantada a otro. Realizaron un trabajo impecable en las seis horas que duró el procedimiento.
Cuando Marisol se despertó, su cara estaba cubierta por una venda. Se la sacó luego de recibir la autorización correspondiente. Pidió un espejo para verse. Estaba irreconocible. Por eso no se reconoció. Tardó un rato en acostumbrarse, pero quedó conforme con su nueva cara.
Cuando recibió el alta definitiva, se encaminó hacia la salida. Pero antes tenía que pagar. Fue a la caja y presentó el presupuesto que le había pasado el médico, junto a su tarjeta de crédito. La cajera le pidió una identificación, y Marisol le dio la cédula. Pero la cajera no la reconoció, y sospechó que la tarjeta era robada. Marisol intentó darle otros documentos donde pudiera comprobarse su identidad, pero en ninguno de ellos constaba su cara actual.
La cajera no aceptó la tarjeta y se produjo una fuerte discusión que derivó en un llamado a la policía. Marisol fue detenida por fraude comercial. Llamó entonces a algunos amigos para que la fueran a buscar y le hicieran el favor de pagarle la fianza. Pero uno a uno, cuando llegaban, no la reconocían. Y como su voz todavía estaba tomada por los antibióticos, tampoco podían saber quién era al hablar con ella. Marisol, entonces, quedó tras las rejas, presa de su nueva cara.
Se mantuvo detenida hasta que la policía se tomó el trabajo de comparar sus huellas digitales con las que tenían archivadas. Recién entonces le creyeron la historia del cambio de rostro. La liberaron, pero con la condición de que pagara la deuda con el centro médico.
Marisol, entonces, volvió a la caja con su tarjeta y con el único documento actualizado que acreditaba su identidad: la foto del prontuario.