Colocar la voz

El tenor se paró en el escenario con aires de suficiencia. Era sólo una fachada, por dentro estaba nervioso. Sabía que lo que iba a cantar era muy difícil. Sólo unos pocos habían logrado cantar esa aria a la perfección. El rango de notas era más para un coro que para un solista.
Sabía que podía hacerlo, porque en los ensayos le había salido. Pero no siempre. Varias veces había tenido problemas para llegar al si bemol final. No estaba seguro de poder controlar todas las notas durante la función. Si tenía suerte, todo saldría bien.
Por eso trataba de proyectar una imagen de suficiencia. Si el público se daba cuenta de que estaba nervioso, la presión se haría más grande. Y ya tenía suficiente con su incertidumbre como para agregar la de los demás.
El público aplaudió su aparición. Los músicos tocaron, y el tenor comenzó a cantar. Se sintió bien. Los nervios hacían que prestara atención a todas las notas, entonces la representación estaba saliendo muy bien. El público mostraba conformidad en silencio. Pero no había ninguna garantía de que el si bemol final fuera a sonar como debía.
Entonces el tenor se preparó. Sabía que podía. Prestó atención a sus movimientos. Era sobre todo una cuestión de técnica. Necesitaba colocar la voz. A medida que se acercaba el momento, mientras cantaba iba calculando cuánto aire tenía y cuánto faltaba para llegar a la temida nota.
Finalmente, luego de un suspenso marcado por la partitura, el momento llegó. El tenor respiró, abrió la boca y se dispuso a deleitar al público mientras producía su propio alivio. Pero los nervios le jugaron una mala pasada. Al respirar, envió tanto aire al diafragma que cuando quiso colocar la voz, las cuerdas vocales salieron volando y fueron a dar al medio de la platea.