Compañeros de pileta

La compañía humana es mejor que la soledad, pero está lejos de ser ideal. Esta idea es notoria en el confinado espacio de las piscinas. No hay nada peor que compartir pileta con personas incompatibles. La gente se pone pesada, empiezan a salpicar a los demás, se ponen a competir innecesariamente, se tiran de bomba, acaparan las colchonetas o se pelean por ellas. Hay gente que no quiere ir a la parte honda, gente que quiere jugar a la pelota donde los demás nadan, gente que se olvida la toalla, gente que pretende meterse vestida, gente que tira a la pileta a los que no quieren meterse. La gente puede ser muy hinchapelotas.
Nadie quiere ir a una pileta pública. Incluso en los countries, donde ya ser miembro es un privilegio, la gente construye su propia pileta donde sólo admiten selectos invitados. No quieren someterse al ruido de la chusma. Y encima siempre está el peligro de que los demás tengan hongos y los contagien.
Es mejor, entonces, evitar la presencia de personas. Me parece que lo que necesito es otra clase de compañía. A mi pileta le hacen falta delfines. Tengo que conseguirme un par de delfines sueltos. Tendría que pedirles a los de Mundo Marino que me reserven un par, o tal vez rescatarlos moribundos de la orilla del mar. Pero tengo que llevarlos de muy cachorros. Así se acostumbran a mi pileta, que no es tan grande como un océano.
Será su hábitat permanente. Voy a tener siempre compañía cuando quiera ir a la pileta. Los delfines son muy sociales, entonces me van a dar la bienvenida. Van a querer jugar conmigo. Les voy a enseñar pruebas, para que las practiquen. Los días de calor, voy a tirarme a la pileta y jugar a ser un delfín más. Eso va a estar bueno. Voy a mostrarme como uno de ellos, y ellos me van a aceptar, porque me van a haber conocido de toda la vida. Cuando estén crecidos me llevarán en sus espaldas como caballos. Voy a querer estar todo el día en la pileta con los delfines. Y cuando no esté, me van a extrañar. Me van a llamar, no van a callarse hasta que aparezca y nos demos un abrazo.
Pero no voy a estar siempre en la pileta. Tarde o temprano voy a salir, porque tengo otras cosas que hacer en mi vida. Mientras esté nadando, me consideraré un delfín, y ellos también. Cuando salga, me considerarán un delfín que sale del agua. Y pronto empezarán a razonar. Los delfines son inteligentes. Se darán cuenta de que si yo, delfín como ellos, puedo salir del agua, ellos también pueden. ¿Qué se los impide? Y practicarán la forma de salir.
Lograrán trepar los escalones de la pileta, parados, hasta lograr estar afuera del todo. Empezarán a corretear por el jardín. A oler las flores, cazar abejas, revolcarse sobre el pasto. Y un día me van a golpear la puerta de la casa. O, si la dejo abierta, van a pasar tranquilos. Esquivarán fácilmente el mosquitero y se secarán la cola en el felpudo para no mojar el piso. Vendrán a ser delfines terrestres conmigo.
Yo les voy a dar la bienvenida. Los voy a dejar en casa, mirando televisión, mientras voy a trabajar. Hasta que un día los voy a ayudar a conseguir trabajo. Así los delfines tienen una vida productiva. Serán aceptados en el mercado laboral, porque ofrecen cualidades que nadie más tiene en el mercado. Los delfines son inteligentes. No les costará llegar lejos. Se harán una posición en la sociedad, y llegarán a comprarse casas propias.
Cuando eso ocurra, estoy seguro de que algún día me van a invitar a la pileta.