Cruza de primates

Somos primates. Descendemos de animales que vivía en los árboles. Saltaban de rama en rama, en busca de comida, de seguridad, o de compañía. Se hicieron buenos en esa tarea. Su supervivencia dependía de que lo lograran. Aquellos que no sabían calcular la fuerza necesaria para saltar de una rama a otra, caían y no dejaban descendencia. Venimos de los que lo lograron.
Nuestros antepasados calculaban la distancia, la velocidad necesaria para los saltos, y el momento justo para hacerlo. Saltar en el instante apropiado podía significar la diferencia entre sobrevivir y ser comido por algún predador. Nuestros genes fueron esculpidos por estos saltos.
Con el tiempo, bajamos de los árboles. Gradualmente ocupamos el mundo. Formamos una civilización en la que hay muchos millones de nosotros. Ya no es tan fácil que nos coma una pantera. Los peligros que enfrentamos son distintos. Hoy la manera más fácil de morir en una ciudad es calcular mal al cruzar la calle, y ser atropellados por alguno de los vehículos que construimos para hacer más rápidos nuestros trayectos.
Sin embargo, no tenemos especial cuidado. Miramos, calculamos y nos lanzamos a cruzar las calles, sin importar que puedan venir moles de varias toneladas que nos puedan causar una muerte dolorosa.
Lo hacemos porque seguimos siendo primates. Confiamos en nuestros instintos arbóreos. Lo que antes nos hacía ir de rama en rama, hoy nos permite cruzar la calle cuando viene un auto a toda velocidad. Calculamos las trayectorias, las proyectamos en el espacio y tiempo y decidimos el camino y la velocidad adecuados. En cada uno de esos cruces ponemos en peligro nuestra vida, como nuestros antepasados lo hacían al saltar de rama en rama. Y cuando llegamos al otro lado, intactos, nos invade una satisfacción muy profunda. Un orgullo del éxito repetido de nuestro linaje.