Debate público

Está lleno de gente que dice lo que piensa. Es fácil. Sólo hay que pensar algo, y después decirlo. A su vez, los otros, cuando ven que alguien dice lo que piensa, lo comparan con lo que piensan ellos, y deciden que no es exactamente así. Entonces se acercan al primero y lo corrigen. Se produce así un debate en el que dos personas tratan de convencer al otro de que piensen lo que piensa cada uno. Son raras las ocasiones en las que uno de los dos logra su cometido. Lo que suele pasar es que ambos consiguen reforzar su pensamiento, en desmedro del del otro.
Ante la imposibilidad de un debate en el que alguien esté dispuesto a perder, he decidido que no es una buena estrategia andar por ahí diciendo lo que pienso. No es que no me anime. Me animo, no tengo ningún problema. Puedo debatir, si tengo ganas. Pero no tengo ganas. Es aburrido.
Prefiero andar por ahí diciendo lo que no pienso. Escandalizando a la gente, cuando escuchan pensamientos radicalmente diferentes a los de ellos. Entonces vienen, y tratan de rectificar lo que piensan que pienso, sin pensar que no pienso eso sino que lo digo sin pensar. Por eso rechazo el debate. Por eso y porque, de todos modos, no sería un debate en serio aun si pensara lo que ellos piensan que pienso y sólo digo.
Pero me entero de lo que la gente piensa. Escucho sus argumentos, su forma de razonar. Y eso me permite evaluarlos, y llegar a la conclusión de que, tal como sospechaba, las cosas que realmente pienso son correctas. No era necesario un debate.