Decadencia del geriátrico

Los geriátricos de ahora no son como los de antes. Ya no tienen el lujo que supieron tener. No existe más el trato preferencial y personalizado que cada anciano recibía en tiempos remotos. Pertenecen al pasado las comidas abundantes, nutritivas y sabrosas que se solían servir en todos los geriátricos decentes.
Ahora son lugares lúgubres, deprimentes, en los que los ancianos tienen miedo de quejarse porque pueden sufrir represalias. Además de una situación indigna, es un contraste muy grande con los estándares que años atrás estaban muy difundidos en los geriátricos.
¿Qué pasó? ¿Por qué cambió tanto el servicio? Porque los dueños se dieron cuenta de que se les exigía mucho menos que lo que podían dar, y entonces empezaron a dar sólo lo que se exigía. Pero también porque tienen la ventaja de que no existe la comparación.
Los que habitan hoy los geriátricos no estuvieron el tiempo suficiente como para darse cuenta de la decadencia. Estaban en otro lado cuando el lujo era la norma. Y los que vivían en los geriátricos de antes ya no viven. Algunos de los actuales habitantes es posible que hayan conocido a los geriátricos de otrora, como visitas, pero igual no se dan cuenta de la diferencia. Es que, para los de afuera, el geriátrico siempre fue un ámbito deprimente, por más que el funcionamiento interno fuera impecable.
Es así que los geriátricos dan un servicio cada vez más deficiente, sin que nadie se dé cuenta. Se toma la situación actual como normal, y nada hace pensar que las próximas generaciones de ancianos vaya a esperar alguna mejora.