Dios contra Rúben

Rúben fue concebido en un descuido de Dios. Cuando se quiso acordar, ya había nacido. Y como Dios había creado a sus padres, Rúben era una creación indirecta de la que rápidamente perdió cualquier tipo de orgullo.
Desde que se dio cuenta de su existencia, Dios se obsesionó con Rúben, tal vez porque era la primera persona que no estaba en sus planes. Entonces le prestó especial atención. Pronto la manera de ser de Rúben desagradó a Dios, y esa sensación hizo que se obsesionara más.
Rúben no podía hacer nada sin que Dios estuviera encima. Él no se enteraba, pero cada una de sus acciones era juzgada instantáneamente sin ninguna clemencia. Dios no quería que cuando Rúben muriera llegara a su lado para toda la eternidad. Prefería tenerlo bien lejos. Entonces se encargó personalmente de contabilizar no sólo sus pecados, sino sus hábitos desagradables, para poder, llegado el caso, expulsarlo del Paraíso apelando al las normas de convivencia celestiales.
Rúben tenía muchas características que hacían que le cayera mal a Dios. Hablaba con la boca llena, interrumpía a la gente, tenía mal aliento, creía que su conversación era interesante, usaba la camisa abierta para aparentar facha y un sinnúmero de etcéteras. Ninguno constituía un pecado especialmente grave, pero Dios no tenía ganas de correr riesgos.
Después de un tiempo, Dios supo que tenía suficientes argumentos para dejarlo afuera del Paraíso (aunque igual no necesitaba ninguno, para eso era Dios). Decidió seguir acumulando para que su segura estadía en el Purgatorio fuera esencialmente eterna, y que nunca pudiera llegar a superar esa etapa y acercarse a él. Rúben, lamentablemente, no hacía méritos para pasar la eternidad en el Infierno, por más ganas que Dios tuviera.
Dios, entonces, decidió que si no iba a ser atormentado después de muerto, nada impedía que él mismo lo atormentara en vida. Entonces trazó un plan para que nada le saliera bien. Rúben empezó a llegar a las paradas de los colectivos justo cuando se iba uno. A olvidarse el paraguas cada vez que llovía (en realidad, llovía cada vez que se olvidaba el paraguas). A toparse seguido con gente que no quería ver. A hablar por teléfono y olvidarse lo que iba a decir. A quedar con la bragueta abierta. A no poder controlar los remolinos de su pelo. A depositar su dinero en bancos justo antes de que los asaltaran.
La seguidilla de eventos de mala suerte se acumuló hasta el punto que Rúben empezó a sospechar. No podía ser casualidad. Algo pasaba con él. Pensó que tal vez estaba poseído. Entonces fue a ver a un cura exorcista.
Tuvo varias dificultades en el trayecto. El tren en el que viajaba descarriló, después quiso tomarse un colectivo pero no paró porque no andaba la máquina expendedora de boletos, y finalmente el taxi que paró para llegar a tiempo pinchó una goma. Pero logró llegar, aunque el cura ya se había ido. Decidió esperarlo toda la noche para no tener que volver, y al día siguiente fue recibido.
Pero el cura no encontró ningún demonio en él. Se limitó entonces a decir unas oraciones para pedir un cambio en la suerte de Rúben. Dios las escuchó, lanzó una carcajada y redobló sus tormentos. Como primera medida hizo que se desvaneciera el dinero que Rúben llevaba para hacer una contribución a la orden del cura. Entonces se tuvo que ir avergonzado por su supuesta insolvencia y decepcionado por la inutilidad de la visita.
Rúben seguía pensando que algo le pasaba. No sabía a quién acudir, cuando le encontró en el suelo un volante de una secta satánica. Él no sabía, pero Dios mismo lo había colocado en su camino como trampa para ver si podía mandarlo al Infierno y deshacerse de él para siempre.
Acudió a la sede de la secta. Sacó número y fue recibido por un representante de atención al público. Rúben explicó la situación. El empleado se vio tan conmovido por el relato que derivó el caso a sus superiores. Pronto, Rúben fue examinado por el sacerdote mayor de la sucursal, que lo derivó a la sede central, para que le efectuaran estudios más detallados.
El caso llegó a oídos del Sumo Sacerdote de la secta satánica, que tomó un interés personal. Luego de exhaustivos tests llegó a una conclusión. Entonces convocó a Rúben a una entrevista.
—Bueno, señor Rúben, creo que ya sé lo que le pasa a usted.
—Estoy poseído, ¿verdad?
—En cierto modo, en cierto modo. Pero me temo que el caso es más grave que las posesiones normales. Vea, las cosas que le pasan a usted son demasiadas para ser coincidencias. Pero son demasiado triviales como para ser obra del Diablo, bendito sea su nombre. Son muy pavotas.
—Sí, pero su acumulación es lo que las hace molestas.
—A eso voy. Son molestas, sí, pero su inofensividad individual es lo que me llama la atención. Parecen ser el resultado de una entidad no malévola, más bien, digamos, una entidad bondadosa. Hasta misericordiosa, diría yo. —El sacerdote hizo cuernitos con los dedos mientras pronunciaba estas palabras.
—¿Entonces?
—Se lo voy a decir sin miramientos. Me parece que usted está poseído por… —en ese momento se produjo un suspenso similar al que hay en los programas de televisión que eliminan participantes.
—¿Por quién? ¿Por quién? —se desesperó Rúben.
—Por Dios —lanzó finalmente el sacerdote en voz baja.
—¿Por Dios? ¡Por Dios! ¿Qué significa eso?
—No sabemos bien. Nunca vimos un caso así.
—¿Pero pueden hacer algo?
—Como poder, podemos. Pero, vea, nosotros siempre pedimos a cambio el alma del damnificado. Y en su caso no sabemos si es prudente.
—¿Por qué? —Esa insistencia de Rúben con las preguntas era una de la características que irritaban a Dios.
—Porque sospechamos que el objetivo de Dios puede ser precisamente eso: infiltrarse en el Infierno a través de su alma. Tal vez esto sea una trampa.
—¿Y qué hago?
—Yo que usted, trataría de portarme bien, así no va al Infierno y nos arruina todo nuestro complejo. Aparte, si lo consigue, Dios no tendrá más remedio que recibirlo tarde o temprano en el Paraíso, y así lo habrá cagado. ¿No tiene ganas de ganarle en su propio juego?
Rúben salió de la entrevista pensativo. Dios no lo quería en el Paraíso. Ahora, ¿quería él el paraíso? ¿Le interesaba vengarse de Dios? Pensó que era poco práctico intentar ganarle, y se dio cuenta de que si creía que le podía ganar a Dios, era un acto de soberbia suficientemente grande como para ir al Infierno por eso solo. Llegó a la conclusión de que Dios le ponía trampas por todos lados. Entonces decidió no hacer nada. Iba a ignorar las trampas y bancarse lo que Dios le pusiera en su camino, como si no existiera.
Dios, al ver su decisión, redobló la apuesta. Le puso dificultades cada vez más grandes. Árboles se caían cerca de él. Los pájaros le defecaban siempre que se compraba una camisa nueva. Sus papilas gustativas dejaron de funcionar. Los pantalones se le caían cada vez que se le dormían las piernas.
Pero Rúben no reaccionaba. Soportaba su castigo con hidalguía. Esta actitud, en cualquier otra persona, hubiera alegrado a Dios, pero como se trataba de Rúben lo interpretaba como un desafío a sus deseos.
Entonces redobló la apuesta. Empezó a prestar cada vez más atención a cada detalle de lo que le Rúben hacía. Tanta atención prestó, que descuidó al resto del mundo. Y en ese descuido se produjo otra concepción sin su permiso. El embarazo resultó en Iñaki, para quien Dios sintió un desprecio igual al que destinaba a Rúben.
Ahora tenía dos obsesiones, y era poco práctico. Optó entonces por separar a Iñaki de sus padres naturales. Lo colocó en una canasta y lo dejó en la puerta de la casa de Rúben, el mismo día que se iba a quedar sin trabajo.
Rúben tuvo que adoptarlo, de lo contrario iba a ir derecho al Infierno, y así Dios colocó a los dos objetos de su desprecio en el mismo lugar, para mayor eficiencia. Así podía atormentar a ambos con las mismas medidas, y de paso prestar más atención para que en el resto del mundo no se volviera a producir otro nacimiento sin permiso.
A Dios no le hubiera molestado que la policía encontrara al niño Iñaki en posesión de Rúben. Hubiera resultado en una larga estadía en la cárcel, pero el problema era que los hubiera separado. Entonces mantuvo a las autoridades lejos. Él se ocuparía de sus castigos. Ambos iban a sufrir toda la vida, como mártires no oficiales de la ira de Dios.