Dirección de tránsito

El semáforo, luego de un breve paso por el amarillo, cambió a rojo. En ese momento se dio cuenta de algo que siempre le había pasado desapercibido: los autos tendían a parar frente a él sólo cuando estaba en rojo. Cuando encendía la luz verde, en general arrancaban. Pero el rojo invitaba a frenar a casi todos. Era como si lo obedecieran.
También se dio cuenta de que su compañero de toda la vida, el semáforo de la calle que cruzaba, cuando él estaba en rojo encendía el verde, y cuando él estaba en verde encendía el rojo. También parecía obedecerlo.
Más tarde observó otro hecho curioso. Los autos de la otra calle tenían la conducta opuesta a la de los de la suya. Cuando él estaba en rojo, pasaban, mientras que cuando él estaba en verde, frenaban. Sin embargo, no pensó que pudieran obedecer a su compañero. Tal deducción estaba fuera de las posibilidades de un simple semáforo.
De cualquier manera, lo que sabía era suficiente como para que se diera cuenta de la influencia que tenía sobre los autos que circulaban. La secuencia exacta de causa-efecto nunca le fue importante. Con lo que sabía, era suficiente para experimentar.
Primero quiso saber cuál era el grado de obediencia de los autos. Entonces dejó la luz roja durante un rato largo. Pudo notar que luego de unos minutos empezaban las bocinas. Después, cuando circunstancialmente no pasaban autos por la otra calle, algunos en forma tímida, como pidiéndole disculpas, la atravesaban.
El semáforo tomó nota y pasó al siguiente experimento. Decidió dejar el rojo mucho tiempo, pero cuando empezaran los bocinazos habilitar el verde por no más de dos o tres segundos. Vio cómo los autos que habían arrancado en rojo volvían a frenar cuando aparecía de nuevo ese color. Sacó la conclusión de que cada luz roja tenía un vencimiento, que se podía renovar con un cambio.
Se le ocurrió más tarde ver qué pasaba si dejaba encendidas las luces roja y verde al mismo tiempo. Lo que vio le encantó. Los autos frenaban y pasaban con extrema precaución, mirando para todos lados. Algunos tocaban bocina. El semáforo iba variando las combinaciones. Algunas veces encendía el verde, luego el amarillo para volver nuevamente al verde. Pero lo que más le divertía era hacer al revés. Rojo, rojo más amarillo y, cuando todos estaban acelerando, otra vez rojo. La frustración de los conductores resultaba graciosísima al semáforo, que tenía un sentido del humor algo elemental.
Sin embargo, la diversión no fue para siempre. De tanto experimentar, sin que el semáforo lo supiera, las quejas se acumularon en la Dirección de Tránsito, a tal punto que las autoridades enviaron una cuadrilla para componer la situación. Los obreros abrieron su cerebro y ajustaron algunos componentes flojos. Como resultado, el semáforo volvió a su estado de inconsciencia anterior, y otra vez se dedicó sólo a obedecer comandos.