Dónde leer

Quiero sentarme a leer un buen libro. Debería poder. La casa es grande y hay muchos rincones para conseguir la quietud que quiero disfrutar. Pero por alguna razón en todos lados surgen dificultades.
Primero fui a la biblioteca. Las paredes, cubiertas de volúmenes, me invitaban a elegir uno, y después de unos minutos eso hice. Pero justo en ese momento entró el mayordomo con la aspiradora. Y era cierto que los libros que vi estaban bastante polvorientos. Así que lo dejé y me fui a otra parte.
Decidí que el jardín era un buen lugar para leer en un día de verano como ése. Abrí la puerta y me encontré frente al césped, las flores, la piscina y las pérgolas. Escogí un lugar con sombra, donde me pude acomodar y empezar la lectura, hasta que me invadió el ruido de la cortadora de pasto. Era el jardinero, que estaba haciendo su trabajo. Mi primer impulso fue ordenarle que se ocupara de otras cosas, como recortar las flores. Pero a la misma hora también arrancó la máquina de los vecinos, que si bien están bastante lejos es muy potente y ruidosa. Tuve que entrar y cerrar las puertas.
Me senté en mi estudio, donde recibí una llamada de mi criado, anunciando que el ama de llaves quería verme. La hice pasar, y me planteó su renuncia, que con el correr de mis insistencias se convirtió en indeclinable. Le pedí que se quedara unos días, aunque después recapacité. No podía confiarle las llaves de mi casa a alguien que había renunciado. Tuve entonces que dedicarme a buscar una nueva ama de llaves. Si no, ¿quién abriría las puertas a mis invitados?
La búsqueda me suspendió la lectura durante un rato, pero después de concertar varias entrevistas para la tarde volví a sentarme en mi estudio. Fue en ese momento cuando sonó el teléfono de nuevo. Era la cocinera, que me llamaba a comer.