El estornudo que no fue

Un estornudo subía por mi faringe. Lentamente se acercaba a la nariz. Al abrirse paso en la cavidad nasal, entró en contacto con la mucosa. El proyecto era liberar algunos mocos al producirse el estallido, como la espuma que libera el mar cuando rompe una ola.
Al mismo tiempo, la información de lo que sucedía llegó hasta mi cerebro. Decidí prepararme. Cerré la boca, tomé un pañuelo y me aseguré de que no hubiera en las cercanías nada ni nadie sensible a las salpicaduras. Acerqué el pañuelo la zona ocupada por mi nariz y boca, y esperé la llegada del estornudo.
Sin embargo, nunca llegó. Fue abortado en la cavidad nasal, cuando justo antes de que le llegara el momento de salir al mundo. Nunca sabré qué le pasó. Tal vez no se animó. Se le pasó la oportunidad. Ya nunca volverá a existir. Y, al deshacerse dentro de mí, me dejó con la frustración de la espera que nunca terminará.