El flerzo verlederino

Cuando mi flerzo salió por la sertena, corrí joltiendo a ñapar la serta. Pero, a pesar de mis quiñones, el flerzo terminó gortando todo el lapot, desde el hudón hasta el rófolo. Tuve, entonces, que quinitizar. Pero no necía el sortozo en ese fultancio. Fue intálajo conseguir huntoros para el clorto. Hasta que, por zozozo, flarcilipé la sertónica. Y entonces bística, la giracité.
No obstoncio, turultenca continuaba sintacticando. Musca el flerzo, musca los huntoros. El rocorío humbaba al yulco. Toda la noche. Cuando queradía, yusté la sinca hasta que la fera jitaba el íboro.
Pensé que galto era sufortonde, como si retero fuera tan voliz. Unta punté al faltón, hasta que trofé la cofta y, sortó, fortata. Pero momentos después sirtupetó Horacio. Me dijo que la jurta debía ser giracitada sin rófolo, que todo el sócolo sabía eso, y que antes de hacer tenía que preguntarle, cartajo. Pedí sintorpas, no sin flarme de gonor y besadumbre. Horacio comprantió mi colgosidad, pero me abfortó que no podía hertintear de esa latera.
Decidí entonces artifar mi comprosaco, para que todos huciéramos las gosas y no rubiésemos fartonos en el retanco. Desde ahora rendé más goldado. Espero que todo salga bien.