El fuego no se apaga

De pronto, se produjo un momento de oscuridad que llevó a todos al silencio. Desde la cocina entró un allegado con la torta. Detrás de él, estaba el encargado de cortarla, con el cuchillo y la espátula preparados.
Los invitados, al darse cuenta de la situación, entonaron espontáneamente la canción del feliz cumpleaños. Algunos, incluso, la cantaron con ganas. Se produjo una duda general cuando llegó el momento de incluir en el tema el nombre del homenajeado, porque los presentes no habían tomado la precaución de ponerse de acuerdo sobre cómo comprimirlo en las tres sílabas disponibles. Entonces algunos usaron un apodo, otros otro apodo, y hubo quienes intentaron decir rápido el nombre para poder pronunciarlo completo.
Al terminar la canción, el homenajeado se dispuso a soplar las velitas. Los familiares y amigos estaban expectantes, dispuestos a aplaudir la consumación del ritual. Un par de allegados le recordaron que antes de soplar pensara tres deseos.
Llegó por fin el momento. El homenajeado tomó aire y luego dirigió su exhalación al lugar donde estaban las velitas. El viento así generado apagó las pequeñas llamas. Los invitados rompieron en aplausos.
Pero en ese momento se produjo un hecho inesperado. Sin que nadie interviniera, las velitas se volvieron a encender. Parecía que el apagado no había sido del todo convincente. El aplauso se interrumpió. Se produjo un rápido debate sobre si el homenajeado debía pedir otros tres deseos, y se llegó a la conclusión de que debía repetir los mismos.
El cumpleañero volvió a soplar. Las velas se apagaron y otra vez se encendieron. Era tal vez un símbolo de la resistencia ante el paso del tiempo. El fuego que se volvía a encender era la llama de la vida que se resiste a extinguirse.
Pero los invitados comenzaron a perder la paciencia. Algunos querían probar la torta. Otros se dispersaron ante el fracaso de la operación. Entonces se produjo un último soplido. Con la ayuda de varios invitados, el cumpleañero sopló con más fuerza. Pero las velas volvieron a encenderse.
Fue entonces cuando la persona encargada de cortar la torta perdió la paciencia, se mojó la yema de dos dedos y presionó sobre cada pabilo hasta extinguir toda posibilidad de que la llama volviera a hacerse presente.
Luego de la drástica intervención, se encendieron las luces y la fiesta continuó.