El hombre que no era Darwin

Había una vez un hombre que no era Darwin. Tenía muchas características en común con Darwin, pero no el apellido. El hombre que no era Darwin usaba barba. También era aficionado a viajar y entendía bastante sobre biología. Pero no era Darwin.
Darwin había vivido 150 años antes, sin sospechar que alguna vez existiría un hombre que estaba destinado a no ser él. El naturalista inglés nunca hizo nada para evitar que ese hombre existiera, ni para estimularlo. Simplemente dejó que sucediera.
El hombre que no era Darwin no era uno solo. Casi todos los hombres del mundo tampoco eran Darwin. Todos lo sabían, aunque no necesariamente alguna vez se habían puesto a pensar en eso. Algunos estaban aliviados de no ser Darwin, otros estaban contentos por ser quiénes eran. Otros no estaban satisfechos con lo que eran, pero no concebían la posibilidad de ser Darwin. Y hacían bien, porque esa posibilidad no existía.
El hombre que no era Darwin no estaba solo en su destino. Y a pesar de que él era uno de los que no estaban muy enterados de que no eran Darwin, y por lo tanto no lamentaba ese hecho, igual sentía, a veces, una extraña sensación de estar acompañado.