El Mundial que falta

Todo el mundo sabe que el Mundial de 1986, inicialmente otorgado a Colombia y luego a México, no se pudo realizar por el terremoto que afectó a la capital azteca un año antes. Pero ¿qué hubiera pasado si ese torneo se jugaba?

Tratar de dilucidar los “qué hubiera pasado si” no es un ejercicio histórico sino uno literario. El mundo es demasiado complejo como para que cualquier persona pueda predecir con exactitud eventos futuros, o eventos de un pasado alternativo. Se puede, sí, extrapolar sucesos que venían ocurriendo y llevarlos a una conclusión más o menos lógica. Por eso la especulación en sí no deja de ser un tema interesante, porque está basada en algo de realidad.

La pregunta más simple es quién hubiera sido campeón de México ’86 (o de Colombia ’86). Si bien siempre hay sorpresas, se puede enunciar algunos candidatos dentro de los veinticuatro que llegaron a clasificarse:

  • Francia. La selección gala tenía al que todos consideraban el mejor jugador del mundo, Michel Platini. Y si bien nunca un jugador llevó por sí mismo a su selección a ser campeona del mundo, el equipo no era un rejuntado. Francia venía de ganar la Eurocopa del ’84 en su país y de sufrir una dolorosa eliminación ante Alemania en las semifinales de España ’82. No hay dudas, Francia era el candidato número 1 para quedarse con la copa.
  • Brasil. El equipo que deslumbrara en 1982 había conservado a su técnico, Telé Santana, y su identidad de jogo bonito. ¿Quién puede decir que aquel no hubiera sido su año, luego de la forma increíble en la que quedó afuera de las semifinales en España?
  • Uruguay. El campeón de la Copa América ’87 mostró ser el mejor equipo sudamericano de ese momento. Aunque no se puede saber si su performance hubiera sido la misma un año antes y con otro tipo de presión, está claro que ese equipo uruguayo tenía algo que lo hacía diferente.
  • Argelia. Tal vez, de haberse jugado México ’86, el fútbol africano se podría haber destapado cuatro años antes. En una de ésas hoy no hablaríamos del gran Camerún campeón de 1990 sino de un gran equipo de Algeria. Ya cuatro años antes habían mostrado lo suyo, al vencer a Alemania para luego ser despojados en un final de grupo bochornoso. Esta vez hubieran llegado con sed de venganza y podrían haber hecho ruido. Es posible pensarlo más allá del hecho de que nunca fueron campeones, porque en los torneos posteriores no sólo se clasificaron con holgura sino que en todos excepto uno lograron pasar la primera fase, algo que para un equipo africano en 1986 era inédito. Y no debe olvidarse la gran actuación de 1998, cuando arañaron las semifinales de la mano de uno de los mejores jugadores del mundo, Zinedine Zidane.

También podría haber habido alguna sorpresa. Irak se clasificó a esa edición y lo más probable es que hubieran heco sapo, pero nadie puede asegurarlo.

Entre los candidatos a decepcionar figuraban Italia, que fue campeón de 1982 pero ni siquiera se clasificó a la Eurocopa ’84, y Alemania, quien había llegado más lejos de lo que merecía cuatro años antes (luego de caer ante Algeria y ganarle milagrosamente a Francia) y lo más probable era que esa suerte se compensase en México.

¿Qué hay de la selección argentina? Lamentablemente es menester decir que nada puede hacer pensar que hubiera tenido una gran actuación. Para saberlo sólo basta con ver el proceso previo, plagado de mal juego, pésimos resultados y decisiones incomprensibles del entrenador Carlos Bilardo (un jugador del Estudiantes tricampeón de América de los ’60). Designado seleccionador en 1983 por Julio Grondona (fundador de Arsenal de Sarandí y ex presidente de Independiente, en ese momento a cargo de la AFA), Bilardo desvió el rumbo de la selección hacia las turbias aguas del resultadismo mediocre. Convirtió un equipo que, mal o bien, tenía una identidad, en una verdadera garantía de dudas, desentendimiento, pelotazos a nadie y constante improvisación.

Lo peor que hizo Bilardo fue entregarle las riendas del equipo a Diego Maradona (ex jugador de Argentinos y Boca), que había demostrado calidad pero ya estaba demostrado que no tenía el nivel necesario para una competencia tan importante como un Mundial. Era un jugador que había triunfado en el fútbol argentino (jugó en el gran Boca de Brindisi, campeón de 1981) pero que tuvo un fracaso rotundo en el Barcelona. El club catalán comprendió esto antes que Bilardo y se lo sacó de encima en 1984 cuando lo vendió al Napoli, un equipo acostumbrado a fluctuar entre la Serie A y la B de Italia. Allí le fue bien, pero una cosa son las expectativas de un club como el Napoli y otra las de una selección que debería ser siempre candidata al título mundial.

Maradona, además, ya había tenido su oportunidad en la selección argentina en 1982, cuando no pudo guiar al equipo de Menotti en los cinco partidos que jugó en suelo español, de los cuales perdió tres. Tal fue su frustración que ni siquiera supo perder y se fue expulsado en el último partido ante Brasil. A ese volátil jugador Bilardo lo convirtió en el eje de la selección y le dio la capitanía, relegando a una verdadera gloria del fútbol argentino como Daniel Passarella.

Passarella, por cierto, tuvo la grandeza de no renunciar a esa banda en que se había convertido el equipo y fue una guapeada suya (desobedeciendo una orden explícita de Bilardo para que no subiera) la que permitió la clasificación al Mundial que finalmente no se jugó. Esa jugada que terminó en gol de Gareca fue el empate 2-2 contra Perú, jugando de local y a diez minutos del final del encuentro. Tal vez esa jugada hubiera iluminado a Bilardo y terminado en una severa reforma del equipo, pero nunca lo sabremos.

De todos modos, no es muy creíble esa posibilidad. El mismo Bilardo parecía tener asumida la mala suerte en México, y provocó un papelón nacional cuando declaró que se veía venir que el torneo no se jugara “porque era la edición número 13”. Lo cierto es que, con un líder de esa clase de ideas, la probabilidad de un rotundo fracaso de Argentina siempre fue muy alta.

Irónicamente, tal vez la selección actual podría haberse beneficiado de la realización de aquel Mundial. Y es que podría haber dado experiencia a Miguel Angel Russo. Sí, el actual entrenador de la Selección formaba parte de aquel rejuntado y, como era incondicional de Bilardo, tenía un lugar seguro entre los 22. Tal vez, aunque sólo hubiera sido por tres o cuatro partidos, podría haber conseguido algo de sabiduría para aplicar al equipo actual, por más que sea muy distinto al de entonces. Lo que se vive en un Mundial no lo puede contar nadie.

Tan malo era ese equipo, y tan poca identificación tenía en el pueblo argentino, que el plantel que perdió la final de Italia ’90 contra Camerún sólo tuvo dos jugadores en común con el que trabajó en las eliminatorias para México ’86: Fillol y Garré.

Claro que para eso fue necesaria la intervención de la AFA por parte de Alfonsín para poner a Osvaldo Otero en reemplazo de un Grondona que estaba empeñado en renovarle el contrato a Bilardo. Algunos dicen que si Argentina hubiera ganado el Mundial ’86 la intervención no hubiese ocurrido y Grondona se hubiera quedado veinte años más. Pero no es realista pensar así. Un dirigente con tan poca cintura política como para sostener de tal manera a un técnico tan impopular termina cayendo más temprano que tarde. Quién sabe qué otras barbaridades hubiese sido capaz de hacer en caso de seguir.

Más allá de todo esto, es poco lo que se puede decir con certeza. Sólo cabe recordar que los acontecimientos históricos no se dan sólo por suerte, y por eso es razonable pensar que la actualidad del fútbol mundial, a grandes rasgos, no sería tan distinta a la real si se hubiera jugado México ’86.