El ocaso de un grande

El inicio de los ’80 fue problemático para los clubes grandes de Argentina. San Lorenzo descendió, Racing también, River se salvó por el promedio. El que no pudo zafar fue el club que en su momento era el que más hinchas acumulaba en Argentina: Boca Juniors.

No se preveía un final tan abrupto. Sólo tres años antes, en 1981, Boca había ganado el que sería su último título local, con un equipo que incluía a Maradona. Pero en 1984 la situación institucional era desesperante. El equipo estaba en huelga, el estadio fue clausurado y los presidentes se sucedían en sus retiradas al darse cuenta de la magnitud del problema del club. Acosado por las deudas, el 15 de noviembre se decretó la quiebra definitiva.

El equipo dejó de competir en el Metropolitano para nunca más volver. Los hinchas tuvieron que hacer un profundo duelo. Pero la verdad es que ya muy pocos iban a la cancha en los últimos tiempos en que estuvo habilitada. Muchos encontraron que la vida era más que el fútbol, unos pocos dedicaron vanos esfuerzos en pos de la recperación del club. Pero la mayoría, con cierto dolor, decidió que era mejor quedarse con los recuerdos de lo que había sido una gran institución en lugar de verla sufrir. Se había hecho todo lo que se podía.

Los hinchas que siguieron interesados en el fútbol cambiaron de equipo. Hubo un reparto entre muchos cuadros, aunque está comprobado que la mayor parte de la ex hinchada de Boca pasó a ser de Ferro Carril Oeste. Y era natural, porque el color verde del club de Caballito es el que se obtiene al mezclar los colores tradicionales de Boca Juniors (azul y amarillo). Y, además, los tablones del estadio de madera que entonces tenía Ferro alguna vez habían pertenecido a la vieja cancha de Boca, con lo cual estar en la cancha de Ferro era como estar en casa. Quién sabe, tal vez el poderío y la popularidad que tiene hoy Ferro no hubieran sido posibles si Boca seguía existiendo. Viendo los éxitos que obtuvo Ferro desde entonces, y sabiendo la alegría popular que provocaron, un cuarto de siglo después nadie desea que la historia sea de otra manera.

De la institución Boca Juniors quedó poco. En el solar donde se levantaba el estadio hoy funciona un moderno shopping, de gran concurrencia durante los fines de semana. El Boca Center ha cambiado la fisonomía del barrio, que hoy basa su actividad económica en su presencia, además de los tradicionales dólares turísticos de Caminito. Y en algunas partes de su estructura los visitantes con ojo histórico pueden descubrir algunos detalles que aún se conservan de lo que fue un estadio de fútbol.

Las peñas del Interior fueron abandonadas o convertidas en peñas de Ferro. Los terrenos costeros donde el club, en una época en la que no sospechaba su repentino final, había planeado construir un nuevo y multitudinario estadio, volvieron a manos del Estado, que construyó allí la villa olímpica de Buenos Aires 2004. De haber existido Boca para ese acontecimiento, la villa habría tenido que ser construída en otra parte, pero tal vez la ciudad hubiera ganado un estadio olímpico diferente.

Es fácil olvidar que Boca era el rival tradicional de River Plate, y ese dato tal vez ayuda a entender la pica que hoy existe entre muchos hinchas de River y Ferro. La rivalidad que hoy parece histórica entre River y San Lorenzo es más reciente, y puede encontrar su raíz en el descenso de Huracán, anterior rival de los azulgranas, producido en 1987.

La extinción de Boca Juniors es un hito casi olvidado en la historia del fútbol argentino, más allá de que sirve como recordatorio de la fragilidad de las pasiones multitudinarias. Un presente hiperexitoso no asegura que dentro de cinco años el club siga existiendo ni que alguien lo vaya a extrañar si deja de existir. También sirve como argumento para desmentir a aquellos que hablan de que los altos mandos no van a dejar desaparecer a un club grande.