El pedido del narrador

El narrador se me acercó agitado. Jadeaba enérgicamente, estaba muy nervioso. Traté de calmarlo y le pregunté qué le pasaba, pero no le salían las palabras. Lo hice sentar. Le di un vaso de agua. Lo tomó muy rápido, y me pidió otro. Cuando terminó el segundo, se calmó un poco.
En ese momento, sin que tuviera que preguntarle de nuevo, me pidió si podía narrar yo. Le pregunté por qué. “Porque sos la persona indicada. Yo no estoy en condiciones de narrar nada. Vengo de correr diez kilómetros. Creí que iba a poder contar la carrera, pero apenas puedo respirar”.
Objeté que yo tal vez podía estar en condiciones de narrar, pero no había participado de la carrera. Ni siquiera estaba enterado de su existencia hasta la llegada del narrador. ¿Cómo podría narrarla?
“No importa”, me dijo. “No hace falta que narres eso. Narrá otra cosa, lo importante es que me suplantes en el rol de narrador”.
Así que me dispuse a buscar un tema para narrar. Pero no tenía historias, o por lo menos no tenía nada interesante. Nunca tuve experiencia en el arte de la narración. Yo no soy narrador, y nunca me interesó serlo. Pero era lo que había a mano, y aparentemente la narración debía continuar.
¿Qué es una historia? Me pregunté. ¿Cómo diferencio algo digno de ser contado de algo que no vale la pena? Me pregunté también a quién debía contárselo. ¿Había un público que me esperara? El narrador estaba demasiado ocupado respirando como para contestarme todo esto.
Así que lo que decidí fue contar esta situación en la que me vi metido. No sé si vale la pena que les cuente, ni si lo logré con alguna coherencia. Pero deben tener en cuenta que el que se los contó no es el narrador. Él seguramente habría logrado mucho más interés en ustedes. Les pido disculpas, hago lo que puedo.