El proveedor

La pareja estaba expectante. Ambos miraban nerviosamente la ventana. Cada vez que un punto se movía, su ilusión se despertaba. Era sólo cuestión de paciencia. No había que desesperarse. En cualquier momento iba a llegar la cigüeña para convertirlos en padres.
Después de algunas horas, el gran pájaro se hizo presente. Colgaba de su pico una tela que protegía al bebé. Era un varón. Venía con el primer pañal incluido.
El padre firmó el recibo y la cigüeña se dispuso a emprender la retirada. Pero el padre la detuvo.
 
—¿No quiere quedarse a tomar un café?
—No puedo, tengo otras entregas.
—Quédese un minuto, qué le hace. Nos gustaría celebrar con usted este momento.
—Bueno, está bien, pero no tomo nada. Me pone inquieta y se me puede caer el bebé.
—¿Así que entrega muchos bebés por día?
—Todos los que pueda. Me pagan por unidad.
—¿Y los mellizos se los pagan como un viaje o como dos bebés?
—Eso lo estamos negociando. Depende el tamaño, a veces los traemos de a dos cigüeñas. Así serían dos viajes.
—Qué interesante. Y, dígame, ¿se encontró con muchos obstáculos cuando lo traía a Maxi?
—¿A quién?
—Al bebé que nos acaba de dejar.
—Ah. No, un par de tormentas nomás, pero las sorteé.
—¿Sabe una cosa? Hay algo que siempre me intrigó, tal vez usted usted me puede desasnar.
—Puedo intentarlo. ¿Qué quiere saber?
—¿De dónde vienen los bebés?
—Nosotras los traemos frescos de París. ¿No leyó el folleto?
—Sí, sí, pero me refiero a otra cosa. ¿De dónde los sacan? ¿Cómo se hacen?
—No sé, señor, yo sólo voy al depósito y me dan el bebé.
—¿No les convendría tener distintos centros de producción, así no gastan tanto en transporte?
—Eeeh, ¿quiere dejarme sin trabajo?
—No, para nada. Alguien tiene que llevar los bebés a los domicilios. Pero por ahí, si no tuviera un viaje tan largo, podría hacer más por día.
—Eso es cierto, pero no estoy capacitado para tomar esa clase de decisiones. Eso lo deciden en París. No les debe convenir hacer bebés en otro lado. Deben querer mantener la producción local. Vio cómo son los franceses.
—Es verdad, no les gusta compartir nada. Después se quejan de que al resto del mundo les caen mal.
—Bueno, pero no son tan malos. Por lo menos nos dan estabilidad laboral. No sé qué podría pasar en otros países. Disculpe, pero me tengo que ir, voy a perder la corriente de las 19.
—Vaya nomás. Oiga.
—¿Sí?
—Acá tiene. Cómprese algo lindo.