El último diploma

En los actos de fin de año, toda la escuela observa orgullosa a los egresados. Es su último acto. Atraviesan un momento que vieron ocurrir varias veces, pero nunca lo vivieron en persona. Están vestidos formalmente, con sus familias entre el público, esperando el momento en el que subirán al escenario a recibir los diplomas que conmemoran la finalización del camino escolar.
Muchos están nerviosos. Algunos se comportan como si no lo tomaran en serio, pero son arrastrados por la marea de los que sí. No es momento para andar con rebeldías: es el final del ciclo escolar. El momento previo al comienzo de lo que la escuela los ha preparado para enfrentar: “la vida”.
Tratan de escuchar con atención el himno nacional y los discursos de los directivos. Tal vez también el de algún representante de los docentes o padres. El ceremonial sólo incrementa los nervios. A veces hay algún número musical en el medio. Es la última espera antes de terminar la escuela.
Tarde o temprano arranca la entrega alfabética. El mismo alumno que era nombrado primero cuando se tomaba lista pasa al escenario a recibir su diploma. Es entregado por uno o dos docentes de su elección. El momento recibe un estruendoso aplauso. Todos los presentes muestran su orgullo por el logro obtenido. El tiempo para sacar una foto arriba del escenario, y es momento de bajar, a unirse a los compañeros, con el diploma enrollado.
Al mismo tiempo sube el segundo egresado, que recibe un aplauso similar. Y luego el tercero, y el cuarto. La escena se hace algo repetitiva. El público empieza a mostrar arrepentimiento por haber aplaudido tan efusivamente al primero. Ahora, piensan, tendrán que aplaudir igual a todos. Son decenas. Es posible estar media hora aplaudiendo.
Entonces, algunos integrantes del público desisten, o reducen la fuerza de sus manos. Sólo volverán a aplaudir con ganas cuando le toque el turno a quien fueron a ver, o a alguien que les caiga bien. El acto de egresados se convierte en un concurso involuntario de popularidad.
Mientras, tras bambalinas, algunos de los que reciben el diploma ceden a la tentación de abrir el rollo, aun sabiendo que luego no lo podrán volver a enrollar tal como estaba. Y ven el contenido del diploma. Grande es su sorpresa al darse cuenta de que ése no es el diploma oficial. Es un papel que emite la escuela, felicitando al alumno por haber completado el último año. Todos tienen claro que el diploma oficial es emitido por el ministerio de educación.
Es lógico, dice alguien, todavía hay varios que tienen que rendir materias e igual están recibiendo el diploma como si hubieran egresado. La ceremonia, antes de terminar, se revela como una farsa. Los diplomas no valen nada. En algún momento tendrán que ir a buscar el diploma verdadero. Será entregado en un acto administrativo, sin glamour, por un burócrata.
La escuela no se deja terminar tan fácilmente.