Hay sardinas

Era mediodía. Un cardumen de sardinas nadaba pacíficamente. El movimiento individual de la enorme cantidad de peces generaba en el agua un sonido agudo, casi imperceptible, similar a un silbido. El cardumen avanzaba sigilosamente, silbando, absorbiendo deliciosas partículas de plancton en una zona cercana a la costa.
Luego de un rato de calma, unos delfines divisaron al cardumen y se acercaron a él, dispuestos a alimentarse con algunos de sus peces. Las sardinas se dieron cuenta del peligro y desviaron su trayectoria. El tamaño del cardumen hacía que fuera difícil disimular cualquier giro, dado que cada movimiento quedaba visible por unos minutos mientras las sardinas de atrás lo completaban. Los delfines vieron esa estela y usaron su inteligencia para saber hacia dónde tenían que ir.
Como los delfines eran varios, pudieron emboscar a las sardinas. Se colocaron estratégicamente, para que los peces tuvieran que ir hacia la costa. Y eso hicieron. Al encontrarse con el límite de su hábitat, las sardinas no supieron qué hacer y los delfines aprovecharon la confusión para satisfacer su apetito. Luego de consumir una buena cantidad de deliciosos peces, los delfines tuvieron que ir a la superficie a respirar. Las sardinas, aprovechando esa distracción, escaparon hacia aguas más profundas.
En esa zona había un grupo de tiburones que buscaban comida. Al encontrarse con el cardumen, se comieron a algunos de sus integrantes y fueron hacia la parte más densa dispuestos a conseguir más. Como los tiburones no tienen que respirar en la superficie, la fila principal del cardumen empezó a subir. Unos cuantos pudieron escapar de los tiburones, pero no de los albatros que estaban buscando algo para almorzar y continuaron el despiece del cardumen.
Los que quedaban se sumergieron un poco más y quedaron tres o cuatro metros bajo la superficie, a salvo de los albatros y con los tiburones satisfechos. En ese momento cientos cayeron en una red pesquera, que había sido colocada con ese objetivo por un grupo de primates.
El barco que arrastraba la red seguía un camino previsto de antemano y no llegó a pescar a todo el cardumen, el cual se vio enormemente reducido. Quedaban cuatro sardinas. Como ya el cardumen era poco visible, los grandes predadores del mar no les prestaron atención.
Fuera de peligro, las sardinas que quedaban se dedicaron a la danza de la procreación. En una actitud casi juguetona, las dos hembras se acercaron a los dos machos, y entre ambas parejas pusieron y fertilizaron dos millones de huevos. Cuando terminó el período de celo, las sardinas se alejaron, revoloteando en el agua. Meses después, esos huevos dieron a luz a pequeñas sardinas, que formaron un nuevo cardumen y salieron a explorar los mares.