Increpemos todos juntos

Cuando me increpan, increpo, porque no me voy a ver increpado sin increpar a nadie a cambio. Si fuera por mí, no increparíamos, pero el mundo tiene la costumbre de increpar. La gente increpa para conseguir algo. Increpan por las dudas, para que quede claro que su intención es conseguir lo que sea que increpan para conseguir. Increpan a quien sea, no importa que sea la persona adecuada para que, al increparla, las puertas se abran.
Pero a nadie le gusta que lo increpen. Algunos reaccionan tímidamente, con sumisión, y la parte increpante se ve recompensada. Otros, en cambio, reincrepan. Se producen duelos de increpación, que retumban en las ciudades. Los gritos se oyen por todos lados, y personas que no estaban siendo increpadas se sienten increpadas, entonces increpan a los que están cerca, para avisarles que no deben molestarlas con su increpación.
Toda la ciudad es un gran increpe, un concierto de gritos y gestos, que desarrolla códigos propios para poder diferenciar las increpaciones importantes, las que se producen sólo por increpar, las respuestas a increpaciones ajenas, los entrenamientos de increpación y las increpaciones sin dueño, que deambulan perdidas por las calles.
Y tarde o temprano increpar se convierte en un lenguaje, que todos usan porque es lo que aprendieron a hablar. Para los extranjeros, los habitantes del país de la increpación parecen agresivos, pero todos saben que la cultura es así. Salvo cuando de verdad quieren transmitir una solicitud con fuerza, entonces levantan el tono y se muestran a punto de enojarse.