Inspección del arroz

El arroz es seleccionado grano por grano. Los inspectores que los revisan tienen una poder de observación muy bien entrenado, tanto que logran hacer su trabajo mientras cientos de granos pasan frente a sus ojos en una cinta transportadora. Ellos se ocupan de diferenciar los granos y distribuirlos para sus distintos usos.
Primero se fijan que el grano esté en condiciones sanitarias y de suculencia como para ser aceptable. Si hay un grano fallado o deforme, es descartado inmediatamente. Los granos que pasan este primer test pueden ir a varios destinos.
Los que aún conservan su cáscara con mejor aspecto, serán parte de paquetes de arroz integral. Son los más fáciles para los inspectores, aunque algunos se aburren. Los granos que no serán destinados a ser integrales deben ser pelados, también en el acto, para determinar qué se hará con el destino del grano interno.
Los granos que más cerca están de los límites aceptables son usados para fabricar galletas de arroz, que a su vez pueden formar parte de alfajores.
La gran mayoría, sin embargo, van a las distintas presentaciones de paquetes. Los inspectores los seleccionan a toda velocidad, y los envían a las plantas procesadoras de Carolina, Oro y sus variantes dobles.
Finalmente, quedan sólo los granos más gordos. No hay muchos, pero son muy apreciados por los restaurantes refinados, que los compran a precios muy altos para fabricar con ellos el arroz relleno. Un plato de arroz relleno puede costar cientos de dólares en los más destacados establecimientos gastronómicos. Sólo en aquellos que pueden permitirse destinar una persona de la cocina a agujerear grano por grano y rellenar cada uno con minúsculas cantidades de carne, humita, jamón y queso, cebolla, carne cortada a cuchillo, pollo o atún, según el gusto de los clientes. El trabajo delicado vale el precio que se paga, y los clientes de esos restaurantes saborean con placer cada grano.