Ladrón de huevos

Un dinosaurio montaba guardia ante su nido. Los huevos que había puesto corrían peligro de ser robados por algún animal que viviera de comerlos. Entonces el dinosaurio tenía que estar siempre alerta, tomar turnos con su pareja para vigilar que no viniera nadie, o espantar a quien pudiera acercarse.
El peligro existía, sin embargo el dinosaurio lo exageraba. Podía, en realidad, alejarse del nido, incluso en muchos casos dejarlo abandonado. Podía, pero no lo hacía, porque tenía una obsesión contra los ladrones de huevos.
Una mutación hacía que el celo por sus huevos fuera fundamental en la vida de este dinosaurio. Era una primitiva obsesión, que limitaba su vida pero le había permitido a su especie prosperar, porque siempre había muchas crías gracias a la vigilancia incansable de los nidos.
Un día, este dinosaurio estaba montando guardia, como siempre, cuando ocurrió algo inusual. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, una tormenta de arena lo enterró junto a sus huevos. El dinosaurio quedó ahí, enterrado, durante millones de años, hasta que sus restos fosilizados fueron descubiertos por los paleontólogos.
Los huevos todavía estaban ahí. Nadie los había robado, y ahora sus fósiles serían preservados en un museo. Los científicos se encargaron de eso, aunque cometieron el error de pensar que se trataba de huevos de una especie distinta. Entonces creyeron que el dinosaurio que montaba guardia era un intruso. Y por eso lo bautizaron Oviraptor, el ladrón de huevos.