Mar dulce

El derrame de petróleo en el Océano Índico fue el desastre ecológico del año. El barco que lo transportaba perdió el sentido de la dirección y chocó contra la torre de la plataforma petrolera donde había sido cargado. La robusta construcción del barco impidió que se derramara el contenido, pero el accidente dañó la estructura de la plataforma, y el petróleo empezó a fluir sin control hacia el océano.
Pocos días después, la marea negra llegó a la costa. A su paso, manchó a toda clase de animales. Las aves acuáticas no pudieron volar. Los peces se volvieron más pesados. Las tortugas que se acercaban a la costa ponían huevos cubiertos de negro. El delicado equilibrio ecológico de la zona corría peligro. Era necesario hacer algo para solucionar el desastre antes de que se extinguieran especies cruciales.
Afortunadamente, la solución a los derrames de petróleo ya había sido inventada. Laboratorios especializados habían desarrollado una bacteria que se alimentaba de petróleo. Una variante de esta bacteria, los verdes enzolves, era muy exitosa comercialmente como parte de productos de limpieza. Para solucionar el problema, sólo era necesario liberar a las bacterias en la zona del desastre. Ellas se encargarían del resto.
Y así fue. Se esparció una cantidad de bacterias, que rápidamente, por tener abundancia de comida, se multiplicó. El mar estaba cubierto de petróleo que estaba cubierto de bacterias. Ellas, voraces, devoraban cada partícula negra y después buscaban otra.
Rápidamente, entonces, el petróleo fue desapareciendo. Esto no fue una buena noticia para las bacterias, que ahora eran muchas y no tenían comida. Empezó a haber presión evolucionaria. Las que mejor se adaptaran a conseguir el magro petróleo disponible sobrevivirían y pasarían sus genes a la siguiente generación.
Pero eran tantas las bacterias, tantos los linajes, que algunos mutaron en formas diferentes. Uno en particular resultó muy adepto a la consumición de sal. Como este alimento era especialmente abundante en los océanos, esas nuevas bacterias se expandieron por todos lados, devorando a cada paso la sal del agua.
Gracias a esas bacterias, se ha solucionado inadvertidamente el principal problema a futuro que tenía el hombre. Ahora casi toda el agua de la Tierra es potable. Sólo quedan con agua salada escasos mares no conectados con los océanos, como el Caspio. Son reliquias de tiempos pasados, en los que el hombre estaba a punto de agotar las reservas de agua dulce, hasta que logró contar con un aliado sorpresivo.