Mensaje de Dios

1. La secta
Todo había empezado con un grupo de estudiantes religiosos del MIT. Gente de alta formación técnica y mente estructurada, contrariamente a la costumbre de la zona creían en Dios. Pero no eran seguidores de una iglesia en particular, sino que realizaban su exploración espiritual en forma privada.
Era un grupo pequeño, de gente que se había enterado de casualidad de que había otros con un interés similar al suyo. Comenzaron a reunirse todas las semanas en los dorms del campus del MIT. En las reuniones discutían cuestiones teológicas, filosóficas y espirituales. Leían textos antiguos, analizaban historias de la Biblia e intercambiaban ideas en forma abierta y plural. Aceptaban a gente de cualquier religión, y aunque a veces se armaban discusiones acaloradas, en general se mantenía un ámbito respetuoso, en el que las preguntas eran más importantes que las respuestas.
Con el tiempo, se formaron liderazgos en el grupo. Distintas corrientes se disputaban la misión de conducir el proyecto, y se terminó instituyendo una estudiante del último año de la carrera de ingeniería del software, Abigail Adams.
Durante su mandato, Abigail se dedicó a hacer crecer el grupo y generar nuevos proyectos. Su mandato fue exitoso, la membresía superó las cien personas, que acudían a reuniones de diversas disciplinas. Los domingos se hacía un almuerzo multitudinario en los jardines del campus, en el que los subgrupos se encontraban a intercambiar ideas y experiencias.
Los miembros más nuevos del grupo, que eran mayoría, se vieron impresionados por Abigail, que supo ganárselos en base a conocimientos, personalidad y ambición de poder. No tuvo dificultades para instituirse en “jefa suprema” del grupo. Pocos discutían sus decisiones, y los que lo hacían se veían excluidos. Se estableció un principio tácito de lealtad a Abigail, el que no lo cumplía se quedaba afuera. Pero, de todos modos, eran muchos más los que se incorporaban que los que se iban.
Un domingo, en el almuerzo semanal, Abigail anunció un ambicioso proyecto.
2. La idea
Los conocimientos de Abigail en el campo del software la hacían reflexionar sobre Dios. Pensaba que, así como ella podía programar una computadora, Dios había programado desde hacía tiempo el Universo. Y que los problemas actuales se debían a bugs en la programación, y a unos pocos aspectos que no había podido resolver con eficiencia. Dios tenía la respuesta, sabía cómo corregir la programación, pero para implementar los cambios era necesario reiniciar el Universo, entonces todo se mantenía imperfecto. De todos modos, la programación vigente era excepcionalmente eficaz, no en vano la había confeccionado Dios.
Esta percepción de Abigail fue muy aceptada en la comunidad. Se armaban debates tecnoteológicos al respecto. Abigail admitía no tener todas las respuestas, sino que simplemente ofrecía una visión del Universo. Todavía había mucho por descubrir, y lo bueno era que cualquiera podía hacerlo.
Según la doctrina de Abigail, la ciencia no era más que una ingeniería inversa para descubrir el código fuente de la programación primordial. Pero, además, Dios estaba en los detalles. La frase “Dios no juega a los dados con el Universo” se volvió muy popular en la secta. Por más que la programación no fuera la ideal, en sus recovecos podía verse la obra de Dios.
Pronto, un subgrupo llegó a la conclusión de que no existía el azar. Las rutinas de generación de números aleatorios estaban gobernadas por Dios, que se mostraba en cada resultado. Así lo determinaba la programación inicial, que algunos llamaban “la voluntad divina”.
Rápidamente se dieron cuenta de que esa idea era el germen de una comunicación fluida con Dios. Si se confeccionaba un programa que generara caracteres al azar, Dios hablaría a través de ellos y les daría un mensaje que iluminaría las vidas de todos.
Abigail se entusiasmó con el proyecto, y lo anunció en la reunión dominical. El plan era tener el software listo, y luego alquilar una de las supercomputadoras del MIT para ejecutarlo. Era necesario un equipo así, porque la mente de Dios tiene una complejidad inimaginable, y no era cuestión de abaratar su mensaje con una máquina comprada en el supermercado.
Luego de algunos meses de desarrollo y pruebas, el software estuvo listo. Se decidió, entre otras cosas, usar sólo minúsculas y números, ningún signo de puntuación. El alfabeto a utilizarse era el latino, a través de los códigos ASCII correspondientes. El programa sacaría un número al azar, y mediante una compleja serie de operaciones también azarosas devolvería un carácter.
Un domingo a la tarde, el MIT prestó una supercomputadora para el proyecto. Todos estaban expectantes para ver cuál sería el mensaje de Dios.
3. El mensaje

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4. La interpretación
La revelación del Mensaje dejó pasmados a los presentes. Dios les estaba hablando, no podían creerlo. Tampoco podían descifrar lo que Dios les quería decir. El rápido consenso fue que, como humanos, no estaban a la altura de leer directamente a Dios. Dios sabía lo que hacía, no iba a dar un mensaje así nomás, sin que requiriera algún esfuerzo para interpretarlo. Posiblemente estuviera revelando verdades que no fueran digeribles para el público no entrenado, entonces las hacía difíciles de ver.
Se recurrió a diversos métodos para intentar entender el Mensaje. Un equipo de lingüistas y matemáticos de la Universidad trabajó durante casi un año para intentar echar algo de luz. Se aplicaron todos los métodos conocidos de la criptografía, ninguno daba resultado. Se reemplazaron las letras por otras según diversos criterios, se invirtió el mensaje, se intentó encontrar palabras escondidas que tuvieran sentido en algún idioma. Pero nada daba resultado.
La experiencia, de todas maneras, fue enriquecedora. Se desarrollaron nuevas técnicas de criptografía, que resultaron válidas pero igual no dieron resultados.
El público se impacientó. Los integrantes de la secta perdieron bastante fe en el proyecto y también, indirectamente, en Abigail. Algunos empezaron a pensar que la secuencia de caracteres al azar no era más que eso, letras sobre una pantalla.
Se formaron dos bandos, entre los que pensaban que el Mensaje debía ser descifrado tarde o temprano, aunque tomara toda la eternidad, y los que creían que Dios, existente o no, no se había revelado en esa secuencia de letras y números. Se gestó una rivalidad importante entre ambos bandos, que cada tanto se volvía violenta.
En una de las reyertas intervinieron las autoridades. Abigail fue presa y la secta se disolvió, excepto por algunos grupos que continuaron reuniéndose en la clandestinidad. El Mensaje fue prácticamente olvidado. El disco que lo contenía fue confiscado por la policía. Hoy nadie lo recuerda. Sólo los empleados de un remoto sótano de la CIA, donde Abigail, confinada por precaución, continúa liderando el esfuerzo por entender lo que no se puede descartar que sea un mensaje de altísima importancia para la seguridad nacional.