Moái problema

Un día, así, de repente, los turistas que llegaron a la Isla de Pascua a ver los moáis se encontraron con que las estatuas habían desaparecido. No estaban más, sólo se veía un hueco en el lugar donde cada una se enclavaba.
Los turistas, de todos modos, no quisieron desaprovechar el viaje. Decidieron visitar los huecos, para por lo menos ser testigos de la desaparición de los monolitos perdidos. Desde todos los huecos se podía ver el agua. Aparentemente, los moáis eran muy profundos, o se habían hundido de manera contundente.
Los especialistas de la isla organizaron expediciones para encontrar los moáis perdidos y devolverlos a su lugar de origen. Los buscaron bajo la isla, pero no encontraron ninguno. Ni siquiera los pedazos estrellados en el fondo del océano. Pensaron que tal vez las corrientes los habían arrastrado, entonces se decidieron a buscarlos en los alrededores.
Después de algunas semanas de búsqueda, un grupo de submarinos militares chilenos tuvo un extraño encuentro. Vio una larga hilera de hombres negros muy altos que caminaban aparatosamente por el lecho del océano. Eran 883, es decir que eran todos los moáis existentes. Al parecer, habían obtenido cuerpos de algún modo, o siempre los habían tenido y no se veían.
Las esculturas animadas se dirigían en fila hacia el continente, o sea hacia Chile. Uno de los submarinos se acercó a la fila para investigar la extraña conducta. Los ocupantes de los otros artefactos se horrorizaron al ver que un moái lo aplastaba como si fuera un mosquito.
Los moáis no se detenían ante nada. Pequeñas imperfecciones del terreno quedaban destruidas a su paso. Los animales, aún los más feroces, debían desviarse o morir a golpes de puños de piedra.
De inmediato se dio aviso a las fuerzas armadas. Los moáis se acercaban a paso firme a la costa chilena, y era previsible que quisieran continuar su paso, o tal vez quedarse y conquistar el país. La guardia nacional apostó cañones a lo largo de toda la costa, y les ordenó disparar en cuanto los moáis asomaran su oscura cabeza por encima de las olas.
Así ocurrió, pero las balas no tuvieron ningún efecto sobre las estatuas de piedra, que continuaron su avance hacia la costa. Se decidió, entonces, evacuar a los habitantes de Chile hasta que pasara el peligro. Todos debieron abandonar sus casas, como habían hecho en su momento los nativos de la Isla de Pascua.
Cada vez más cerca del caos provocado por la huida, los moáis se acercaban a tierra. Fueron asomando sus cabezas a medida que el terreno se hacía menos profundo, y pronto dejaron al descubierto el enorme tamaño de sus cuerpos. Las cabezas, incluso, eran desproporcionadamente chicas en comparación con los enormes pies. Eran verdaderos gigantes de roca.
Avanzaron sobre la playa y en dos o tres pasos llegaron a la cordillera. No fueron intimidados por los Andes, la intención aparentemente era seguir hacia Argentina o, quién sabe, más allá. Pero el viaje se vio interrumpido. Cuando trataban de caminar las montañas, los pies embarrados se deslizaron por la cordillera y los moáis se empujaron unos a otros formando un efecto dominó inverso. Gracias al barro de sus pies, cayeron hacia atrás como en un tobogán, y volvieron al mar.
De todos modos, su determinación no se vio afectada. Continuaron caminando en la misma dirección. Volvieron a encontrarse con los Andes, y volvieron a caer. El proceso se repitió unas cuantas veces, y los observadores que el gobierno chileno había dejado en la zona vieron que ante cada intento de cruzar la cordillera los moáis se iban erosionando.
Entonces, el ejército chileno supo cómo pasar a la acción. Decidieron cubrir todo el trayecto de la playa a la cordillera con papel de lija. Por suerte, la geografía del país hizo que no fuera necesario demasiado papel. Después de algunos días de continuos intentos por cruzar la cordillera, los moáis se redujeron cada vez más, hasta que sólo quedaron simples guijarros que caían hacia el mar en el medio de una densa nube de polvo negro.