Mucha espuma

La boca de la jarra era demasiado chica para que pasara una mano. Más abajo el diámetro se agrandaba, formando una panza. La jarra era elegante. El problema era que estaba sucia.
Como no se podía limpiar con esponja, el dueño de la jarra tuvo una idea. Echó detergente en el interior y luego la puso abajo de la canilla. Al abrir la canilla el agua se juntó con el detergente y formó, como estaba planeado, espuma.
Cuando hubo suficiente espuma cerró la canilla. Ahora era cuestión de sacar la espuma. Pero no sabía cómo hacer. No podía meter la mano para eliminar la parte más densa. No le quedó otra que volver a abrir la canilla y tirar agua para disipar la espuma.
Pero mientras más agua tiraba, más espuma se formaba. Pronto se le fue de las manos. La espuma llenó la cocina, el resto de la casa y salió por las ventanas hacia la calle. Para colmo, estaba lloviendo, y la lluvia hizo que la espuma se esparciera por toda la ciudad hasta que llegó a un río cercano. Ahí el problema se agravó. El agua del río se mezcló con la espuma y salió aún más. La corriente llevó a la espuma al mar.
Algunos pensaban que el agua salada iba a impedir que se formara más espuma. Estaban equivocados. La espuma cubrió el mar y todos los mares. En poco tiempo cubrió todos los ríos y se expandió tanto que los continentes se vieron llenos de espuma.
La espuma que cubría el planeta le dio un aspecto blanco y le multiplicó el diámetro. El planeta se convirtió en un gigante de espuma. Era como si estuviera cubierto de una densa nube formada por detergente.
Las personas, en la superficie sólida, calcularon que el viento solar terminaría disipando la espuma en algunos miles de años. Mientras tanto, disfrutaron estar siempre limpios.