Nada es lo que parece

En realidad, no fue la llegada del hombre a la Luna lo que fue falseado. Fue la Luna misma. La CIA, en complicidad con la NASA, ante la necesidad de un triunfo espectacular decidieron inventar un satélite al cual el hombre pudiera acceder fácilmente.
Llegar a Marte no era factible en los tiempos políticos necesarios, entonces recurrieron a una idea tan creativa como perversa. Durante 1960, cuando la Unión Soviética estaba adelante en la carrera espacial, la NASA comenzó la proyección desde la Tierra de la Luna, con sus fases y eclipses. Al mismo tiempo, la CIA utilizó satélites ultrasecretos para insertar en la memoria de todas las personas la visión de la Luna.
Se instituyó el ciclo de 28 días, que se hizo coincidir intencionalmente con el menstrual para que no pareciera casual. Inventaron las fases, que dificultan la visión de la supuesta Luna y garantizan una oportunidad al mes para cambiar el hardware de proyección.
Durante la década siguiente se estableció el proyecto Apolo, que culminó en 1969 con la ficción de las pisadas de Armstrong y Aldrin. En realidad, los cuantiosos fondos que el congreso destinó al desarrollo de la misión fueron desviados subrepticiamente por la CIA para operaciones destinadas a mejorar el sistema de implante de ideas en la memoria de las personas.
Pero, en realidad, algunos afirman que este plan es sólo una distracción. Al parecer, lo que se inoculó en la memoria humana no fue sólo la Luna, sino la existencia misma de la CIA, que en realidad no es tal y se simula a sí misma. De este modo los más suspicaces se vuelcan a investigar un ente ficticio mientras los verdaderos conspiradores pueden conspirar sin sobresaltos.
Establecido el hecho de la transmisión de recuerdos, diversas personas están convencidas de que en realidad lo que se hace no es eso, sino que se simula para luego ser ocultado. La conspiración abarca un espectro mucho más trascendente: los humanos serían también falsos. Cada uno cree existir, pero en realidad es sólo una proyección de algún organismo conspirador que necesita tener alguien a quien dirigir su conspiración.
Sin embargo, esta última idea es rechazada por la mayor parte de la comunidad, que está razonablemente convencida de su existencia. O, al menos, cada individuo cree que existe y enfoca sus dudas en el resto del Universo.
Alistair Fowler, un investigador paranormal de Roswell, New Mexico, creía que el mundo exterior era sólo una ilusión concebida para él. Se preguntó quién podía estar detrás de semejante operativo, y se respondió que nadie se daba más importancia que él mismo. Cuando comentó su teoría con los demás, fue recibida con frialdad. Fowler decidió que no podía confiar en nadie y se determinó a luchar por la verdad. Para acabar con la conspiración era menester matar al conspirador, por eso Fowler decidió suicidarse. Sin embargo, no logró hacerlo. Su intento de ahogarse en el mar falló cuando el bañero lo rescató a pesar de sus advertencias. Fowler fue internado en un instituto psiquiátrico, y no hizo más que culparse a sí mismo durante el resto de su vida por la situación en la que se había tenido que poner.
Casos extremos como el de Fowler son raros, y hay gente que duda de que sean reales. Qué mejor para una conspiración que sembrar la idea de que la paranoia es peligrosa.
De todos modos, la mayor parte de la población no hace caso a las advertencias que se lanzan sobre los verdaderos propósitos de todo. Piensan que nadie crea ilusiones de realidad y que las teorías conspirativas son delirios de gente que no tiene nada que hacer. O, si no los fueran, que no se puede hacer nada para solucionar el tema y es mejor que cada uno viva su vida.
Muchos confían en que, tarde o temprano, las falsedades se demostrarán solas como tales por ser insostenibles a perpetuidad. Otros, en cambio, creen que eso es exactamente lo que alguien quiere que ellos piensen.