Objeto sin nombre

Cuando corrió el rumor de que todavía existía un objeto sin nombre, todos los académicos del mundo corrieron a proponer uno. La estampida fue tan grande que algunos académicos mayores se cayeron y fueron pisados por los que venían atrás.
Rápidamente se formaron diferentes escuelas y los académicos, a medida que llegaban, se iban encolumnando en la posición que más les agradaba. Se destacaban los etimológicos, los creativos y los recicladores.
El objeto en cuestión era el pequeño anillo de plástico con tres patas que suele ser colocado en el medio de las pizzas antes de cerrar la caja que las contiene y sirve para evitar que la tapa de la caja entre en contacto con el queso. Extrañamente, habían pasado varias generaciones sin que ese objeto fuera debidamente nombrado. La explicación más aceptada para este curioso hecho era que cada académico asumió que tenía un nombre que no conocía, aunque son varios los que afirman que esos mismos académicos hubieran investigado el asunto pero tenían hambre.
En la asamblea de la Real Academia comenzó una ardua discusión en la que varias veces hubo que separar a académicos iracundos que querían resolver sus disputas a los golpes. Uno de ellos recibió un puñetazo en la nariz que lo hizo sangrar y como consecuencia se manchó la túnica negra.
El grupo de los recicladores, que solía estar en contra de los neologismos por considerar que ya había demasiadas palabras en circulación, propuso dar al objeto el nombre “tenedor”, como una nueva acepción de la palabra. Basaban su propuesta en las tres patas que pinchan comestibles.
Los creativos, que habitualmente se fastidiaban ante las propuestas de los recicladores, se fastidiaron. Entre gruñidos propusieron varios nombres que les resultaban atractivos, como “plique”, “catenillo”, “teloqui”, “plastín” o “secladio”. Existían divisiones en el grupo en cuanto a las preferencias, pero todos pensaban a votar a la que pareciera con más chances de ganar.
Los etimológicos, por su parte, favorecían el nombre “pizzacato” aunque, como era habitual, nadie los tomaba en serio. Se resignaron a ser una suerte de árbitros en la contienda entre los grupos mayoritarios. Algunos intentaron colarse entre los creativos y proponer su palabra a través de ellos.
Las discusiones duraron varias semanas sin que los académicos se pusieran de acuerdo. Los editores del DRAE estaban ansiosos por poder agregar la palabra a la nueva edición del diccionario, que tuvieron que atrasar.
Al arrancar el tercer mes sin adelanto (sólo se había eliminado “secladio”, por considerarse poco apropiado para el elemento a nombrar), dos miembros de la Asamblea Permanente de la RAE bajaron hasta las catacumbas del edificio de la Academia. Descendieron varios metros por una antigua escalera caracol de piedra hasta que llegaron a la morada del Académico Mayor, que se encontraba en sueño inducido artificialmente, con la idea de ser despertado sólo cuando fuera necesario.
Luego de algunas horas de esfuerzo lograron despertarlo y le explicaron la situación. El Académico Mayor pidió ver el objeto y también pidió algo de comer, así que le llevaron una pizza para que se inspirara mientras comía.
El Académico Mayor, luego de comer tres porciones de muzzarella, contempló el adminículo durante unos segundos, mientras acariciaba su larga barba blanca. Los miembros que lo habían ido a buscar lo admiraban en silencio.
De repente, el Académico Mayor levantó el objeto, vio sus tres patas y realizó un gesto de satisfacción. Pidió a los miembros que se le acercaran y dijo “esto es un trípode”.
Los miembros no osaron discutir con el Académico Mayor y se retiraron para permitirle seguir durmiendo. Le dejaron el resto de la pizza por si le daba hambre, y se dirigieron al salón de sesiones a terminar de una vez con la discusión.
Cuando anunciaron la decisión final del nombre y de quién venía, hubo en el recinto un suspiro de alivio y también una mueca de decepción general. Sólo los recicladores estaban contentos porque, por lo menos, se había usado una palabra que ya existía. Los demás se guardaron su frustración. Algunos intentaron objetar, pero no existía consenso para discutir al Académico Mayor.
Es por eso que aquel objeto hoy se llama “trípode”, y también es por eso que son pocos los que conocen ese nombre.