Ojos que se van

Corrí hacia el balcón. Levanté velocidad hasta que llegué a la baranda. Justo antes de chocarme contra ella me detuve. Sin embargo, no lo logré por completo. La inercia me empujó hacia adelante y casi me caigo.
Me aferré a la baranda y logré mantenerme. Pero la velocidad que traía se trasladó a mis ojos, que sin que pudiera evitarlo se me salieron y siguieron el impulso que llevaba. Avanzaron hacia adelante unos centímetros y luego cayeron al vacío.
De este modo, vi cómo se acercaba el suelo a una velocidad cada vez mayor. Me desesperé hasta que me dí cuenta de que no me estaba cayendo, eran sólo mis ojos. Quise cerrarlos pero los párpados sólo cubrían huecos.
Ambos ojos cayeron al mismo tiempo al suelo. Rebotaron dos o tres veces. Entonces me dirigí hacia ahí para recuperarlos. Tenía miedo de que alguien se los robara, pero en cualquier caso iba a saber para qué lado se los llevaban.
Sin embargo, nadie se los robó. Cuando llegué estaban ahí. Los tomé con las manos y me los coloqué con cuidado. No conseguí ubicarlos bien de entrada. En el primer intento pude ver mi cerebro, y así supe que había puesto el ojo al revés. Después me aseguré de mirar hacia adelante cuando me los colocaba, y no tuve problemas.
Después de recuperar los ojos, me dí cuenta de que podía haberme quedado con uno suelto, para poder tener otra perspectiva. Tal vez hubiera sido práctico en algunas circunstancias. Pero ya lo había ubicado en el cráneo y me pareció que era riesgoso volverlo a sacar.
Ahora, cada vez que freno bruscamente al correr cierro los párpados.