Pie de lado

Venía manejando por la ruta. Al entrar al camino puse quinta y no fue necesario cambiar la marcha durante doscientos kilómetros. Iba regulando la velocidad con el pie derecho, mientras el izquierdo se quedaba inactivo a la izquierda.
A medida que avanzaba en la ruta, fui notando una cierta inquietud en el pie izquierdo. Se me iba hacia el embrague. Yo lograba detenerlo antes de que llegara a pisarlo, pero se me hacía cada vez más difícil. Me dí cuenta de que el pie izquierdo estaba aburrido y tenía ganas de hacer algo. No sé bien cómo me dí cuenta, supongo que tengo alguna conexión intuitiva con mi propio cuerpo.
A mitad de camino, paré en una estación de servicio para estirar las piernas. De paso, le daría un uso al pie izquierdo. Pero no le era suficiente. Cuando quise caminar, me encontré con que estaba dormido. Pero no era la misma sensación habitual del pie dormido, era algo distinto. Lo miré y vi que sólo lo fingía, mientras me lanzaba una expresión triste a través del zapato.
Lo comprendí. Estaba celoso del pie derecho, que además de ser el más hábil era el que estaba teniendo toda la acción. Y cuando me bajaba para darle uso al izquierdo, el derecho hacía lo mismo. El pie izquierdo opinaba que era poco equitativo y me exigía que hiciera algo. Noté una gran firmeza en su postura. Supe que iba a tener problemas para seguir si no lo compensaba.
Entonces me senté en el auto con los pies hacia afuera. Me saqué los zapatos, las medias y los pies, y me puse cada uno en la pierna opuesta. De esta manera podría acelerar con el pie izquierdo y dejar descansar la otra mitad de la ruta al derecho.
El pie izquierdo no puso resistencia. Estaba contento, y el derecho también porque podía descansar. Hice así los doscientos kilómetros que faltaban. Fue tan placentero que me olvidé de las disputas de los pies. A tal punto me olvidé que al llegar me bajé del auto, pisé mal y me caí sobre la vereda.
Caminé medio chueco hasta que llegué y volví cada pie a su lugar. El pie izquierdo, agradecido por el esfuerzo, a partir de ese día no sólo ganó en habilidad, sino que se esmeró mucho más que antes en cada paso. Por el coraje para luchar por lo suyo, se convirtió en mi pie favorito.