Relatos de despojos

Un día decidí ir a trabajar en bicicleta. El trayecto desde mi casa no era del todo confiable, pero decidí ir igual. Cuando llegué, uno de mis compañeros se mostró sorprendido de que no me la hubieran robado. Me contó una ocasión en la que a él, en un lugar mucho más seguro y a plena luz del día, le habían sustraído una bicicleta mucho menos llamativa.
Otro compañero escuchó eso y tuvo un aporte para la conversación. Contó una vez que le habían robado el estéreo del auto, luego de haberlo dejado cinco minutos estacionado en la calle. “Eso no es nada”, dijo un tercer individuo, y procedió a relatar una vez que le habían hurtado la billetera estando en la playa.
Una compañera pasó justo por ahí, y comentó que a un primo suyo lo habían asaltado en la puerta de la casa. También mencionó que había visto cómo un muchacho en moto robaba las carteras de las mujeres que tenía cerca y salía en velocidad.
En eso salió del baño nuestro jefe, y nos contó que al hijo de él le habían robado la campera a la salida de la facultad. No olvidó mencionar el costo de la campera.
Uno de los compañeros le preguntó si tenía seguro. Cuando el jefe dijo que no, él se alivió y recordó una ocasión en la que le habían robado algo y el seguro le había pagado una suma inferior al valor del objeto.
Mi compañera le retrucó que por lo menos a él le habían pagado algo, mientras que a su vecino le habían salido con que la póliza no le cubría el daño por granizo, y encima después el chapista lo había engañado con el vuelto.
La conversación siguió con una sucesión de relatos sobre vueltos sustraídos en distintos establecimientos. Luego se pasó a la inacción de la policía, más tarde a la acción delictiva de la policía, y por último se comentaron las noticias policiales de esa semana, siempre comenzando con la frase “viste lo que pasó en”.
Luego la conversación se diluyó, no sin antes transitar temas de política y deportes. Yo me quedé enganchado con todos los robos que me habían contado, y me dio miedo de volver en bicicleta. Pensé en pedirme un remise, pero terminé decidiéndome a volver por el mismo medio en el que había ido.
Cuando llegué a casa comprobé que, además de no haber sufrido el robo de mi bicicleta, nadie había desvalijado mi vivienda. Y comprobé ser un verdadero privilegiado.