Res non verba

La vaca no hablaba. Masticaba paciente, concentrada, el pasto que recogía del suelo. Su atención estaba puesta sólo en esa tarea, no le importaba lo demás. Parecía contenta con su manera de vivir.
El pasto no le parecía demasiado verde, ni falto de condimentos, ni fuera de punto, ni creía que hacía mucho frío para estar afuera, ni necesitaba interrumpir para tomar agua. O tal vez tenía todas esas quejas, pero no las expresaba. La vaca tomaba lo que estaba a su alcance, y no parecía preocuparse por lo que podría haber sido.
Yo la observaba con atención, y me preguntaba por qué no hacía cosas distintas. Por qué comía pasto y no, por ejemplo, pequeños insectos. Por qué demoraba tanto en masticar cada bocado. Por qué comía erguida, sin tirarse sobre el pasto así estaba más cerca. Por qué no se quejaba de lo que para mí hubieran sido terribles condiciones de vida. Por qué no se rebelaba ante la naturaleza, o quien fuera, y exigía una vida distinta. Por qué aceptaba todo sin decir ni mu.
La vaca en un momento me miró. Fue una mirada profunda, intensa. Nos miramos a los ojos. Yo trataba de entenderla, ella seguía rumiando. No logré entenderla, tal vez mi destino sea no entender al ganado. El contacto visual duró unos segundos, luego la vaca volvió a su actividad indiferente.
Me quedé un rato más observando a la vaca, hasta que me aburrí. Entonces me alejé y fui hacia el gallinero a preguntarme por qué las gallinas no ponían huevos de codorniz.