Siempre llevo mi Biblia

El otro día estaba caminando por la calle y se me cayó la billetera en el agua podrida del cordón. Como veníamos de una tormenta, el agua era abundante y todos los billetes se me mojaron. Necesitaba aplastarlos para que pudieran terminar de secarse, y así poder usarlos. Por suerte, siempre llevo mi Biblia conmigo.
Al rato, fui al altillo de mi casa y, al prender la luz, encontré una cucaracha. El artrópodo salió corriendo en busca de la oscuridad, y necesité matarlo con un gran impacto, que tenía que ser distante y veloz. Por suerte, siempre llevo mi Biblia conmigo.
Unos días después, tenía mucho calor en el tren. Abrí la ventana pero se volvió a cerrar. Fallaba el sistema para mantenerla abierta. Hacía falta algo firme que la sostuviera y dejara entrar el aire, de modo que me refrescara un poco. Por suerte, siempre llevo mi Biblia conmigo.
Cuando llegué a trabajar, un clavo de la ventana estaba salido y me hizo un agujero en el pulóver. En mi trabajo no son muy rápidos para hacer los arreglos edilicios correspondientes, y el clavo salido estaba en un lugar por el que paso frecuentemente. Era necesario un buen golpe para hundirlo. Por suerte, siempre llevo mi Biblia conmigo.
Finalmente, llegué a mi escritorio. Al sentarme me caí, debido a que una rueda de la silla estaba en mal estado y con mi peso se terminó de romper. No necesitaba la movilidad que me proporcionaban las ruedas, pero sí algo que me permitiera estabilizar la silla, de modo que no me estuviera balanceando ni cayendo constantemente. Por suerte, siempre llevo mi Biblia conmigo.