En el camino

Él estaba en la terraza de un edificio de veinte pisos. Cuando juntó el coraje necesario, se tiró.
Cuando pasó por el último piso vio las persianas cerradas.
En el siguiente dos personas tomaban mate mientras miraban un noticiero por televisión.
Luego vio a un hombre que escribía en una notebook.
En otro piso un adolescente trataba, sin éxito, de tocar la guitarra.
El suelo y la muerte se acercaban. En una ventana vio una ama de casa que estaba haciendo el repulgue de una tanda de empanadas.
También vio un departamento en el que no había nadie pero las luces estaban prendidas.
No ocurría lo mismo en el siguiente piso. Ahí había mucha gente con las luces apagadas en lo que probablemente era una fiesta.
Reconoció la agencia de importaciones del piso 13. Tres empleados hablaban por teléfono mientras otro leía una revista de autos.
Por distraerse mirando a los empleados, casi se raspó con un cartel de chapa que anunciaba que se vendía un departamento en el piso siguiente.
Alrededor del piso 11 empezó a sentir arrepentimiento de la decisión de tirarse.
A medida que su caída avanzaba, vio una colección bastante grande de discos prolijamente almacenada en la biblioteca de uno de los departamentos, pero no alcanzó a reconocer cuál estaba escuchando el dueño.
Unas milésimas de segundo más tarde, el arrepentimiento se le pasó y volvió a estar seguro de querer quitarse la vida (algo conveniente dada la actividad que estaba llevando a cabo).
Un par de palomas que estaban subiendo por donde él bajaba, y al mismo tiempo atravesó una ráfaga de aire caliente que provenía de un aire acondicionado que estaba funcionando plenamente.
Cuando había pasado un tiempo prudencial, piso miró hacia abajo y vio el suelo. Ya se notaba más grande que cuando había mirado por última vez, antes de tirarse. Había gente, y algunos lo señalaban a él. Otros, más prudentes, se alejaban del inminente lugar del hecho.
Más o menos a la altura del quinto piso, su vida empezó a pasar ante sus ojos. Terminó cuando estaba pasando por el cuarto. Ahí se inició el tiempo de descuento no incluido en la recolección que acababa de terminar.
En el tercer piso se raspó un poco contra algunas ramas de un árbol, pero se consoló pensando que los raspones no iban a tener importancia una vez que llegara.
Ahora el suelo estaba mucho más cerca, y se distinguían las baldosas que el portero había limpiado sin saber que era inútil.
Miró por la ventana del segundo piso. Una mujer que miraba desde el otro lado lo vio y él no pudo ver que se alarmara mientras pasaba.
En el primer piso vio a un dentista trabajando en la boca de un paciente.
En la planta baja, en el hall de entrada, estaba el portero barriendo el piso, sin percatarse de que había una persona cayendo. Pensó en saludarlo pero no tuvo tiempo, porque inmediatamente impactó.

Respuestas a viejas preguntas

P: ¿Qué vino primero, el huevo o la gallina?
R: El huevo.
P: Si un árbol cae en el bosque y no hay nadie para escucharlo, ¿hace ruido?
R: Sí.
P: ¿Qué pasaría si una fuerza irresistible chocara con un objeto inamovible?
R: Ganaría la fuerza irresistible.
P: ¿Puede dios hacer una piedra que él mismo no pueda levantar?
R: Sí.
P: Esta afirmación es falsa. ¿Esta afirmación es verdadera o falsa?
R: Es verdadera.
P: ¿La moral es enviada por dios porque es moral, o es moral porque es enviada por dios?
R: Es enviada por dios porque es moral.
P: Si un gallo pone un huevo en Argentina y el pollito nace en Paraguay, ¿el pollito es argentino o paraguayo?
R: Los gallos no ponen huevos.

Secuestro público

Estaba en la parada del 6 cuando se me acercó un extraño. Era un hombre despeinado, y llevaba un pulóver marrón con varios agujeros. Tenía un aspecto sospechoso, pero antes de que pudiera sospechar algo me empezó a apuntar con una pistola. Me dijo que me quedara quieto y lo obedeciera. Agregó que si seguía sus instrucciones todo iba a salir bien.
Yo tuve miedo y levanté las manos. Él hizo que los bajara y que lo acompañara a la parada del 9. Yo le pregunté cuál era el propósito, pero me hizo callar.
Al rato vino el 9 y me hizo subir con él. A punta de pistola me obligó a pagarle el boleto con mis propias monedas. Se sentó a mi lado y ocultó la pistola para evitar que el resto del pasaje sospechara algo extraño. El arma estaba bajo su pulóver, sin embargo yo podía ver la punta a través de uno de los agujeros.
Yo levantaba mis cejas para ver si alguien podía captar el mensaje de que no estaba ahí por voluntad propia. Pero nadie lo captó. Cuando llegamos a Constitución me hizo señas de bajar. Yo lo seguí. Me agarró del brazo y me llevó a la parada del 148, sobre un costado de la plaza. Me estaba por hacer subir otra vez cuando le dije que no tenía más monedas. Entonces me pidió un billete y empezó a buscar cambio en los diferentes quioscos y puestos de la plaza. Sin embargo, nadie estaba dispuesto a darle monedas, aún si compraba algo. Tampoco le daban cuando los apuntaba con su arma.
El hombre sospechoso creía que estaban verseándole, pero no quiso dedicar tiempo a comprobarlo. Evidentemente tenía planes más lucrativos que tenían que ver conmigo. Me agarró otra vez del brazo y me llevó hacia la estación. Compró con mi billete dos boletos del Roca y nos subimos a la formación que estaba por salir.
Esta vez no teníamos asientos contiguos. Tuvimos que ir parados y apretados. Me repitió que no intentara nada raro. Yo asentí, mientras pensaba que de todos modos no tenía lugar para ningún atisbo de fuga.
Después de un rato largo de viaje, me hizo bajar en Ezpeleta y me sacó el celular. Me pidió el teléfono de algún pariente adinerado. Le dije que buscara “casa” en la libreta de contactos, alguien lo iba a atender. Sin dejar de apuntarme, buscó la entrada y llamó. Dijo que para volver a verme tendrían que llevar 50.000 dólares a las cinco de la tarde a una dirección que no conocí, pero supuse que era por ahí cerca. Cuando terminó la llamada, tiró el celular para evitar volver a ser contactado.
Todavía no habíamos llegado. Me guió hasta la parada del 582 y ahí esperamos. Hacía frío, y me pidió mi campera para abrigarse más. Se la dí, y aproveché para tratar de entrar en confianza. Le pregunté si no tenía algún cómplice con auto como para no tener que hacer todo ese recorrido. Me dijo que no, pero que con mi rescate pensaba comprarse uno. Según él, ya estaba podrido de los colectivos y los trenes. Hacían mucho más ineficiente su actividad. Al terminar de decir eso, se dio cuenta de que había entrado en confianza y me ordenó que me callara.
El 582 no venía. Pasaban los minutos y seguía sin venir. La hora en la que tenía que buscar el rescate se iba acercando y el colectivo seguía sin venir. En un momento me di cuenta de que seguíamos sin tener monedas, pero no quise decirle nada para evitar que se enojara.
Al rato pasó un 582. Mi secuestrador lo paró pero no se detuvo, estaba fuera de servicio. El delincuente se hartó y decidió tomar un remise, pero no teníamos forma de llamarlo. El teléfono público que había cerca de la parada sólo funcionaba con monedas. Ahí se dio cuenta él de que no íbamos a poder viajar, aunque ya no era relevante si íbamos a ir en remise. Me llevó entonces a buscar el celular que había tirado, pero no estaba más, alguien se lo había llevado.
Nos quedamos un rato sentados en ese lugar. Seguramente el secuestrador estaba pensando qué podía hacer. Se lo veía fastidiado. La hora del rescate se acercaba, y era difícil llegar. Yo, por mi parte, razonaba que no habíamos visto ningún otro colectivo mientras esperábamos el 582, y eso era un posible síntoma de paro de colectivos. No le quise decir, para evitar fastidiarlo más, y también porque seguía bajo las órdenes de no hablar.
Llegó un momento en el que estuvo claro que no íbamos a llegar a cobrar el rescate a la hora prevista, y no teníamos forma de comunicarnos para cambiar el plan.
En eso se acercó un patrullero. Iba despacio. Mi secuestrador no se inmutó. Sólo escondió el arma para que no fuera tan obvia su presencia. El patrullero se acercó más, llegó hasta donde estábamos y se alejó sin detenerse.
El secuestrador miró su reloj. Yo pispeé y vi que eran las cinco y diez. Él lanzó una maldición, guardó el arma y se fue del lugar. Yo no lo seguí, quería ver si se había descorazonado. Y al parecer así había sido, no se preocupó más por mí.
Me quedé ahí un rato, y cuando pensé que era prudente fui hasta la estación de tren. No quedaba muy cerca. Cuando llegué busqué a un policía y le expliqué que acababa de ser secuestrado. Lo hice no para buscar justicia, sino porque me había dado cuenta de que no tenía plata para el pasaje. El policía llamó por radio a un patrullero, me llevaron a la comisaría para hacer la denuncia y, amablemente, me transportaron a casa.
Cuando llegué, mi mujer no estaba. Ahí me acordé de que debía estar en el lugar acordado con el secuestrador. Así que la llamé al celular y le dije que estaba bien. Ella se alegró y me quedé esperándola. Pensé en la situación que seguramente había pasado, en los nervios que podía tener y le preparé una buena cena. Sin embargo, ella llegó bastante más tarde de lo previsto y la comida se enfrió. La volví a llamar y me dijo que estaba atascada en Ezpeleta por un paro de colectivos. Yo no tenía ganas de arriesgarme a volver a ese lugar, así que llamé a un remise y alrededor de una hora después nos reencontramos en casa. El peligro había pasado.

Sobre el autor

Gastón Sierra ha escrito varios libros más o menos similares, sin que se sepa bien por qué habría de valer la pena la existencia de más de uno de ellos. O de uno solo. No es por un gran éxito de ventas, dado que sus libros no son muy valorados por el público y los ejemplares que hay a la venta tienden a acumular polvo en las librerías. Tampoco es por razones artísticas, dado el escaso mérito de su obra. Y es aún menos posible que siga escribiendo por razones económicas, dado que no es muy buen negocio escribir libros que no venden.
Es posible que tenga un contrato largo con una editorial que los firmó confundida y por eso continúe escribiendo. Lo ignoramos. Lo que no ignoramos es que estos libros, particularmente éste que usted tiene en sus manos, son superfluos. Podríamos decir que sobran. Y también es muy probable que sobre el autor.

Procesos diferenciados

Ella decía A, hacía B, pensaba C y creía que pensaba D. Él decía C, hacía A, pensaba D y creía que pensaba B. Ambos tenían la idea de que el otro pensaba que lo que había entre ellos era E. Sin embargo, no era tan así. Ella pensaba E, pero él pensaba E’.
De pronto, apareció un tercero que proponía F. A la pareja inicial no se les cruzaba por la cabeza F, pero ella quedó intrigada. A él, en cambio, le vinieron ganas de G. G no podía coexistir con B, y él tuvo que aceptar que no pensaba B realmente. Sin embargo, no pasó a creer que pensaba D, que era lo correcto, sino que empezó a sostener la teoría de que pensaba H.
Ella, en tanto, tenía ganas de F pero no se animaba porque le parecía que I. Hasta que le dejó de parecer, y se largó nomás a F. Él se sintió traicionado, porque todavía creía que a ella le parecía I, y le parecía hipócrita su actitud. Hasta que entendió J y la perdonó.
Él estudió la situación y llegó a tres conclusiones: K, L y M. Cuando se las explicó, ella le retrucó con N, O y P. Él le preguntó si no le parecía más razonable Ñ, y ella se quedó pensando.
Finalmente, partieron la diferencia y quedaron en Q. Pero había un problema: Q se contradecía con A, que era lo que ella decía y lo que él hacía. Y no podían cambiar A por Q porque iba a quedar mal y los iba a hacer parecer unos R. Entonces recurrieron a un S para que los aconsejara. Y les sugirió, como es obvio, T.
Ambos intentaron T, pero les resultó difícil. A duras penas lograban t. Una persona les sugirió una opción alternativa: U. A ellos no les gustaba mucho U, pero supieron adaptarla en algo que los convencía mucho más, V. Eso sí que los entusiasmaba. Tanto les gustaba la idea que la aplicaron exageradamente y la convirtieron en W. Continuaron con su actitud de W durante un buen rato, hasta que se cruzaron con X, y de este modo debieron parar. Entonces ella le propuso a él hacer una Y. Él no estaba dispuesto porque era de noche y estaba muy cansado. Por ese motivo ambos se fueron a Z.

Te extraño

Mi corazón indefenso extraña tu amor perpendicular; echa de menos los momentos que pasamos cultivando nuestra vida en común. Aquella diestra calma, hija de la satisfacción espiritual que me entregabas. Las veces en las que te tenía en mis flexibles labios y te hacía parte de mí.
Te has ido y nunca volverás. Tal vez sea por mi culpa; tal vez sea porque así lo quiso el cóncavo destino. No importa. Te extraño y espero que vos, en cualquier lugar donde puedas estar, también me extrañes.
Puede que algún día nos volvamos a encontrar, pero no será lo mismo. Tu líquida esencia cambió y no hay nada para hacer. Tu sustancia vital se ha extinguido y no existe más.
Nuestro delicioso amor fue el fuego que calentaba nuestras almas. Nos habíamos encontrado uno al otro y ninguna persona ni objeto nos podía separar. Y el final de esa delgada etapa no empañará lo que vivimos.
Sé que tendré que rehacer mi fría vida sin tu curva presencia. Sé que nada te reemplazará. Sé que me sentiré solo y no me harás compañía. Sé que me dolerá sobreponerme a tu turbulenta ausencia.
Sé también que vos no tendrás que hacer ese duelo testarudo. Que tu inexistencia te lo impide. Espero que alguna parte de tu ser siga estando en algún lado y me recuerde.
Llegó el momento objetivo. Debo entregar tu cuerpo reciclable, tu alma dócil se fue hace tiempo. Acá está el cesto naranja. Es hora de decir adiós.

Instrucciones para inscribirse

  1. Según su rendimiento y asistencia, cada alumno será asignado un rango horario en el que puede inscribirse. El rango puede ser averiguado en la Oficina de Alumnos.
  2. A la hora indicada, con el número de legajo se debe ingresar en el sitio de la Universidad. Por disposición del departamento de sistemas de la Universidad esta operación debe hacerse fuera del ámbito de cada facultad.
  3. Seguir las instrucciones del sitio para inscribirse en cada materia. El proceso debe hacerse separadamente para cada asignatura.
  4. El alumno deberá verificar que no haya conflictos horarios entre las materias elegidas. El sistema no lo advertirá.
  5. Una vez completada la inscripción a las materias se debe pedir, en el mismo sitio, un resumen de las inscripciones del alumno. El resumen mostrará las materias en las que el alumno se inscribió en los últimos diez minutos. En caso de demorar más de ese tiempo en inscribirse a todas las materias, las primeras se irán borrando.
  6. Imprimir el resumen de inscripción y firmar en el espacio habilitado a tal efecto.
  7. Luego de los días habilitados para la inscripción se colocará en la Oficina de Alumnos un buzón donde se recibirán las inscripciones. Se debe insertar allí el resumen impreso, debidamente firmado. No se aceptan fotocopias ni resúmenes que no estén en un sobre cerrado y lacrado, con la firma del alumno en el cierre del sobre.
  8. Finalizado el período de recepción de los resúmenes, la Oficina de Alumnos procederá a inscribir a cada alumno en las materias elegidas.
  9. Durante este proceso se aplicará el cupo correspondiente a cada materia.
  10. El primer día de clases los alumnos podrán verificar las materias en las que su inscripción fue confirmada en la cartelera de la facultad.

Cuatro ojos

Los compañeros de escuela de Franco eran amigos de llamar a la gente por sus características más salientes y por eso lo apodaban “cuatro ojos”. Franco no daba bola pero eso no impedía que continuara la aplicación del apodo, cuyos proponentes consideraban muy ingenioso.
Un día el oculista le recetó anteojos, y cuando Franco apareció en la escuela usándolos sus compañeros se rieron y empezaron a apodarlo “seis ojos”.
Cuando Franco empezó a usar lentes de contacto en los ojos que no llevaban anteojos supuso que le iban a empezar a decir “ocho ojos”, pero sus compañeros no se dieron cuenta (los compañeros de Franco no eran muy brillantes) y continuaron diciéndole “seis ojos”. Hasta que en una oportunidad Franco perdió una de las lentes en la clase de gimnasia. Eso hizo que le dijeran “siete ojos”, y cuando la encontró el apodo pasó a ser el esperado “ocho ojos”.
Esto continuó hasta que el problema de su vista se agudizó y el oftalmólogo le recetó bifocales, provocando una nueva actualización del apodo, que quedó en “diez ojos”. Y fue “doce ojos” cuando Franco abandonó las lentes de contacto y empezó a usar anteojos en su segundo par. Fue cuando se inventó un dispositivo que hacía que la nariz pudiera sostener dos pares de anteojos al mismo tiempo. Pero esto era incorrecto, porque el par de anteojos había reemplazado a las lentes sin que se dejaran de contar estas últimas para el apodo. Él explicó este hecho y sus compañeros volvieron el apodo a “diez ojos”.
Esto duró hasta que el deterioro de su visión fue tal que necesitó bifocales también en el otro par de ojos, por lo que volvió su par a “doce ojos”, esta vez más cercano a la realidad.
Llegó un momento en el que la cantidad de correcciones para su vista se le hizo insoportable y decidió hacerse cirugía láser. Había esperado hasta ese momento porque la obra social sólo le cubría dos de sus ojos, y había tenido que ahorrar dinero para poder hacerse la operación de una sola vez. Pero valió la pena porque cuando volvió a la escuela sus compañeros, decepcionados, tuvieron que volver a decirle “cuatro ojos”.
Durante el resto de sus años escolares Franco siguió recibiendo el apodo e ignorándolo. Incluso sus compañeros creían adivinar una mueca sonriente cuando se lo decían, pero su visión estereoscópica no les permitía percibir los gestos de Franco con la precisión requerida. Y efectivamente Franco sonreía. Sonreía porque el apodo que le ponían revelaba que sus compañeros nunca se habían dado cuenta de la existencia de los dos pares de ojos que Franco tenía en la nuca.

El plagio final

La carrera musical de Albino Cucarach estaba en pleno ascenso cuando fue demandado por plagio. Esto lo sorprendió, porque Albino sabía que no había plagiado a nadie cuando había escrito la canción en cuestión. Pero nada impedía que hubiera hecho una canción igual a otra preexistente que no conociera. Y como la demanda podía dañar su reputación eligió pagarle al demandante una suma de dinero para que la retirara de los tribunales sin hacer ruido.
Luego de sortear ese obstáculo la carrera de Cucarach continuó su ascenso, y cada vez se hacía más famoso, más rico y, él creía, más talentoso.
Pero de repente le llegó otra demanda por plagio. Y pocos días más tarde otra más. Y horas después otra. De repente empezaron a lloverle demandas por plagio, sin que él supiera cómo era posible que las canciones que escribía fueran todas plagiadas. Le pidió entonces a su abogado que negociara con los que lo demandaban, y también que se fijara qué estaba pasando.
Por consejo de su abogado tuvo que pagar grandes sumas de dinero a los que lo demandaban por plagio, debido a que las canciones originales efectivamente se parecían a las suyas. Pero no le alcanzaba su fortuna para pagar todo eso, y debió endeudarse para lograrlo.
Albino no entendía nada de la situación en la que se encontraba, y quería evitar que le siguiera pasando eso. Pensó que tenía que verificar con un experto todas las canciones que escribiera desde ese momento, porque no podía permitirse gastar tanta plata en evitarse juicios. Fue a hablar al sindicato de músicos y pidió que le consiguieran a alguien. Le entregaron una carpeta con varios nombres.
Examinando la carpeta vio que había muchos musicólogos y un ingeniero informático. Y ahí se le ocurrió que se podía desarrollar un software que verificara cualquier canción que se le ingresara con la totalidad de las registradas. Y contactó al ingeniero, quien puso a trabajar a su equipo y en unos meses le tuvo el software y le consiguió los datos que necesitaba.
Grande fue su sorpresa cuando vio que todas las canciones que había estado componiendo en ese tiempo le daban como ya registradas en el software. Y no cabía duda de que la situación era así y no había un error de programación, dado que se notaba que la pieza que él ingresaba y la que el software le reproducía no eran iguales pero eran reconocibles como la misma.
Empezó a pasar el tiempo y no lograba escribir nada que no hubiera sido escrito previamente. Albino se empezó a desilusionar y pensó en convertirse en cantante de covers. Hasta que vio un artículo en una revista de la industria musical que hablaba de la cantidad anormal de demandas por plagio que había habido en los últimos tiempos.
Ahí se le ocurrió algo, y llamó al ingeniero para ver si le podía modificar el software para verificar una corazonada que tenía. El ingeniero le dijo que era posible y algunas semanas después la nueva versión estuvo lista. Albino al usarla demostró que ya no quedaban combinaciones de notas y duraciones de ellas sin registrar. Se había terminado la música nueva.
Albino preparó meticulosamente su demostración e hizo el anuncio al público, que, como era de esperar, se decepcionó con la noticia. A partir de ese momento todo lo que la imaginación de un músico podía aportar eran versiones nuevas e híbridos de canciones previamente separadas, además de letras. Pero no habría más canciones nuevas.
Albino quedó deprimido por este descubrimiento, y por pasar a la Historia como quien había llevado luz a esa cuestión tan triste. Pensó que era muy feo que se hubiera acabado la música antes que el petróleo.
Lo que no esperaba era recibir, meses después, la medalla Fields, llamada “el premio Nobel de la matemática”, por haber hecho ese aporte a la sabiduría humana. Eso le trajo orgullo pero no le sacó la tristeza de lo que implicaba su descubrimiento. Pero, por lo menos, con el dinero del premio pudo cancelar las deudas en las que había incurrido para pagar las demandas por plagio.

Tilde

El tilde estaba casado con la n, y juntos formaron la ñ. La n era amiga de todas las letras, excepto de la b, con la que no se podía juntar. Le gustaba juntarse, en cambio, con la v. Pero el tilde no tenía amigos. Había coqueteado con el apóstrofe, pero fue traicionado cuando el apóstrofe desertó para unirse a la c y formar la cedilla.
Pero luego de formar cáñamo el tilde encontró a un amigo. También se llamaba tilde, pero se lo apodaba acento y solía frecuentar las vocales. El acento empezó a saludar al tilde cuando se veían de lejos, como en ñandú, y la n, cuando estaba acompañada por el tilde, se acostumbró a estar acompañada de vocales para mejorar las posibilidades de que su cónyuge pudiera encontrarse con su amigo el acento.
El matrimonio entre el tilde y la n no se soportaba con el punto ni con la coma, y evitaban terminar una palabra para no encontrarse con ellos. Tampoco soportaban mucho a los signos de admiración y pregunta, pero podían tolerar a los invertidos, dado que eran también objeto de discriminación al igual que la ñ. Igual no se veían mucho.
De la misma forma, la ñ toleraba a la barra pero tenía gran odio por la contrabarra. Pero esto no es por alguna maldad de la contrabarra sino porque no se conocían bien, no se solían frecuentar dado que la contrabarra estaba en ambientes en los que la ñ no se metía por tener un código ASCII mayor que 127.
En esos ámbitos sí se metía la n, lo que causaba celos al tilde, dado que la n muchas veces ocupaba su lugar sin reemplazo alguno. A veces lo hacía la n mayúscula, como para ocupar más lugar y mostrar que extrañaba al tilde. Pero el tilde se sentía excluido, sobre todo porque la n empezó a hacer ahí adentro amigos nuevos, como la @ y el #. El tilde no entendía por qué esos símbolos tan extraños eran aceptados y él no podía entrar con su esposa. Cuando se enteró de que podía entrar solo no quiso hacerlo por pudor, no le gustaba mostrarse sin la n, y lo hacía muy de vez en cuando.
Hasta que ese ámbito se fue abriendo, fue ganando la tolerancia y parejas que antes eran excluidas ahora eran aceptadas. La ñ fue una de las primeras junto con la cedilla y unas cuantas parejas del francés que usaban acento agudo (que se parecía mucho al tilde amigo suyo), acento grave (que era invertido) y acento circunflejo, que era como una pequeña corona.
El tilde quedó particularmente maravillado con el acento grave, que se aplicaba sobre las vocales igual que el del español pero tenía otros usos. Tanto que se separó de la n y se fue a vivir con él. Y ahí se encuentran todavía, a la izquierda del 1, siempre listos para entrar en acción.