Harto de nosotros

Estoy harto de mí. Pero no tengo por qué estar harto de mí. En realidad estoy harto de los demás. Pero el los demás que existe en mi cabeza. En cierto modo, estar harto de los demás es estar harto de mí.
Te digo. Más bien, te exijo. Pero en realidad no te exijo a vos. Estoy exigiéndole a mi concepto de vos, que no tenés por qué cumplir. Exigirte es exigirme, y me tengo bastante podrido con esa exigencia.
Lo que quiero, sin palabras, es relajarme un poco. El tema es que siempre hay palabras. Me persiguen dentro de mis pensamientos y no me permiten estar solo. No existe el vacío de la mente. Siempre hay una multitud para rellenarlo. Mi cabeza es la estación Pueyrredón, y son siempre las seis de la tarde.
Quieren destripar ese antes y no pueden. La gente que llega se junta con la que ya estaba en mi cabeza, que parecía que se iba a bajar pero no, y la multitud se comprime sobre sí misma. Me duele la cabeza. Las voces se multiplican, se retroalimentan, y dialogo con todos los que me están. Yo estoy adentro y afuera, como si fuera un dios de mí mismo, y los demás no me respetan como a un dios. Creo que me nombran en vano, y además me cuestionan lo que digo y lo que pienso, porque ellos son mucho más omnisapientes que yo. Tal vez ellos sean dioses. Tal vez soy un politeísta interno.
Evoco, y me escucho. Sé que son todos parte de mí, y cuando los escucho, me escucho. A veces, sin embargo, necesito que nos callemos todos un poco. Añoro la quietud que nunca tuve. Pido silencio gritando más fuerte, para reducir el murmullo relativo, y durante un instante acceder a la paz.

A ver qué pienso

Soy muy frontal. Cuando pienso algo, no lo escondo. Lo digo a los cuatro vientos, para que todos lo sepan. Y si no les gusta, que se curtan. No estoy para complacerlos. Voy a pensar lo que quiera, y los demás deberán atenerse a las consecuencias.
Porque, además, no voy a pensar nada si no lo pienso del todo. A mí no me caben los grises. Soy blanco, o negro. O verde. O gris, pero bien gris. Nada de esos grises muy claros o muy oscuros. Si soy gris, soy gris militante, porque defiendo a muerte la idea de ser gris. Pero no sé si quiero ser gris. Todavía no me decidí.
Estoy buscando cuál es mi postura. Pienso tener cuidado, porque una vez que la adopte, no va a haber medias tintas. Va a ser mi postura inexorable, más allá de lo que pueda ser conveniente en un momento u otro. Me la voy a bancar, y justamente por eso los demás se lo van a tener que bancar también.
Voy a ser fundamentalista de cualquier postura que elija. Hasta que no me guste más. Porque no es que no voy a cambiar. Si me cabe, cambio, y si a los otros les molesta que cambie, será porque son unos caretas. No banco a esa gente blanda que sostiene posturas y es incapaz de ser persuadida. Son lo que está mal con el mundo. Acá las cosas hay que hacerlas de frente, con compromiso, si no, no va. Y hay que llegar hasta las últimas consecuencias mientras dura cada compromiso. Porque no sirve hacer malabares, no sirve, vamos a ver qué hacen cuando les salga con lo que estoy por pensar. No se lo van a ver venir. Y lo voy a defender a muerte, sin importar lo que sea, sin dudas va a ser lo principal, y lo voy a poner en boca de todos.

Intención o suerte

Tiene que ser a propósito. Debemos tener el control de lo que hacemos. Saber lo que vamos a hacer, de qué se trata, qué es lo que vamos a desafiar, qué vamos a romper, cómo va a ser el camino. No necesariamente hay que empezar sabiendo todo eso. Pero sí hay que tener una decisión de no dejarse llevar así nomás por todo lo que pasa. Hay que tomar decisiones creativas. Si no, no vale la pena, no estamos haciendo nosotros las cosas. Es el mundo exterior el que se expresa a través de nosotros. Y no debemos prohibir esa expresión del mundo exterior. Debemos abrazarla, controlarla, enfocarla. Darle un toque nuestro.
Porque también tiene que ser accidental. Tenemos que saber cuáles son las variables que no controlamos, y aprovecharlas. Presidir sobre los accidentes. Ver lo que pasa, tomar lo que ocurrió sin que lo planeáramos y usarlo. Cuando lo usamos es cuando viene el control. Pero lo que usamos puede ser un imprevisto. Incluso podemos buscar que sea un imprevisto. A veces vale la pena ir por el azar, siempre que sea lo que queremos hacer.
Es necesario encontrar el equilibrio adecuado entre lo que nos pasa y lo que hacemos. El resultado tiene que ser al mismo tiempo a propósito y accidental. Tiene que ser sin querer queriendo.

Leés lo que leés

Cuando leés, no leés lo que leés sino lo que querés leer. Lo que leés está ahí, para que lo leas, sin embargo no lo leés. Lo que hacés es leerlo. Lo dotás de sentido. Leés lo que está escrito y lo que leés no es lo que está escrito, sino lo que no está escrito. Leés lo que ya leíste, lo que siempre leés, y todo lo que leés te parece igual, porque siempre leés lo mismo aunque leas cosas distintas.
Leés de nuevo y no leés lo mismo. Lo que leés cambia, pero siempre es lo que leés, no lo que estás leyendo. Porque vos cambiás, entonces leés distinto. Podrías leer algo en otro idioma, y leerías igual. Porque sabés leer, pero en realidad no sabés leer. Lo único que sabés es leer, y entonces siempre leés.
Si leés y otra vez leés y te parece que ya lo leíste, en una de ésas lo que leés no es lo que leés sino lo que habías leído cuando leías no lo que habías leído sino lo que estabas leyendo, y recién ahora lo que leés se adapta a tu lectura.

Huevos de oro

Durante un tiempo tuve una gallina. Era una gallina común y corriente, excepto que tenía una característica: los huevos que ponía eran de oro. No sé por qué ocurría ese fenómeno, pero ahí estaban los huevos de oro macizo. Le costaba bastante ponerlos. Se le notaba la dificultad en la tarea, y el cacareo de alivio cuando terminaba. Después los empollaba durante un rato, hasta que yo los iba a buscar.
Al principio el asunto de los huevos de oro me fastidió un poco. Yo había comprado la gallina para poder tener huevos frescos, y olvidarme de ir a comprar huevos que pudieran tener hormonas o esas cosas que les ponen ahora a los productos avícolas. Hasta que me di cuenta de que con un huevo de oro podía comprar no sólo huevos normales, y de la mejor calidad, sino otras gallinas que pusieran huevos regulares.
Conservé la gallina de los huevos de oro, porque me traía riqueza. Cada cierta cantidad de días ponía un huevo. Yo podía conservarlo o convertirlo en dinero, para luego convertir el dinero en cosas que me interesaban. Llegué a tener abajo del colchón una buena colección de huevos de oro, para poder usar en tiempos de escasez, si alguna vez venían.
Mi gallina intrigaba a los que venían a casa. Había mostrado los huevos a unas pocas personas, y uno de mis amigos, Sergio, estaba especialmente interesado. Tenía un interés científico. Quería saber el origen de los huevos. Qué hacía que esa gallina, y ninguna otra, diera huevos de oro. La gallina, me dijo, poseía el secreto de la alquimia, y develar su misterio iba a valer mucho más que cualquier cantidad de huevos de oro. Obtendríamos como mínimo el premio Nobel, y después podríamos patentar el método, y hacernos ricos no de a un huevo por vez, sino gracias a su venta.
Yo había pensado en matarla para acceder al reservorio de oro, pero nunca lo había visto de esa manera. Siempre había pensado en términos de activos y pasivos, y razonaba que liquidar a la gallina me podía traer un poco de bonanza inmediata, pero me privaría del dividendo regular. Entonces la había dejado vivir.
Sergio me aclaró que no era necesario matarla. Los huevos de oro eran, indudablemente, el resultado de una mutación. Esta característica genética, sin embargo, no se podía transmitir a los pollitos porque los huevos de oro no conducen a la mitosis. Lo que teníamos que hacer era acceder a su ADN, y para eso nos servía un fragmento de pluma. Con él, podríamos secuenciar su genoma y comprender embriológicamente cuál era la mutación. Y, además, podríamos clonar a la gallina.
Procedimos a extraer el ADN, y Sergio lo llevó a su laboratorio. Él conocía bien el tema, porque trabajaba en eso. Estuvo unos meses hasta que secuenció el genoma, y al compararlo con el de la gallina común, Gallus gallus domesticus, descubrió que había importantes diferencias. Entonces aplicó sus técnicas de clonado, y consiguió que nacieran varios pollitos.
Después tuvimos que esperar que llegaran a la edad de poner huevos. Y cuando lo hicieron, grande fue nuestra alegría. Sus huevos eran de oro macizo, idénticos a los de mi gallina original, que seguía poniendo normalmente.
Nos repartimos las gallinas, y nos prometimos mantener planteles parejos. Pero Sergio no se daba por contento. Pensó que teníamos que sacarle el jugo al descubrimiento. Y entonces patentamos el ADN de la gallina. Y no sólo eso: Sergio insistió en mejorar el producto. Mediante sus técnicas de manipulación, logró gallinas que daban huevos cada vez mejores. Eran extra grandes, y de un kilataje cada vez mayor. También fabricamos gallinas que producían otros metales.
Paralelamente, lanzamos la gallina de huevos de oro al mercado. Fue un éxito inmediato. A tal punto que nos hicimos mucho más millonarios que lo que habíamos pensado. Lo que no pensamos fue el impacto social.
Tan grande fue el éxito de nuestro producto, que en poco tiempo todo el mundo empezó a producir oro en grandes cantidades. Incluso hubo quienes encontraron maneras de mejorar la alimentación de las gallinas para aumentar la eficiencia. El problema fue que, ante la abundancia súbita del metal precioso, su valor se empezó a reducir. Lo mismo ocurrió con los otros metales que venían de gallinas, como la plata, el titanio, el platino, el cinc y el níquel.
Ante esta situación, lo que escaseaba, y por lo tanto fue lo más buscado, fueron los huevos de gallina. La cotización del huevo se volvió mayor que la del oro. Hacía falta muchos huevos de oro para comprar un huevo de gallina, a pesar de que ambos venían de gallinas prácticamente iguales. Y los huevos de color eran prácticamente prohibitivos. Los que tenían granjas y no habían abandonado su plantel de gallinas regulares vieron recompensada su perseverancia, con una gran bonanza de huevos de oro.

Nacionalismo global

Una ola de nacionalismo se desarrolla en el mundo entero.
Los pueblos no quieren dejar de ser pueblos. Se resisten a que la facilidad de comunicarse los transforme a todos en una misma aldea global. Su identidad es algo valioso, del mismo modo que saben que la identidad de los demás es valiosa para ellos. Por eso no quieren perderla, no les gustaría amalgamarse con el resto del mundo. En consecuencia, rechazan los postulados que los llevan a unirse, y quieren mantenerse separados.
Al principio eran grupos aislados, en zonas rurales de algunos países de Europa. Pero se fueron comunicando. Y sus ideas nacionalistas trascendieron las fronteras. Desde entonces, otros grupos las han tomado como propias, y las adaptaron a sus circunstancias. A su vez, las ideas adaptadas volvieron a su lugar de origen y los que las habían originado encontraron que eran mejores.
De esta manera, el intercambio entre los pueblos consiguió hacer cada vez más fuerte la idea de que los pueblos deben mantenerse aislados para poder mantener su identidad.

Genios artistas

Todos los artistas son genios. Todos. La visión artística es genial sin excepciones. Salvo en los casos de plagio, en los que la visión artística es ajena. En esos casos, el artista es otro genio.
Todas las ideas artísticas son geniales. Y todas las ejecuciones son exactamente lo que el artista ve posible, son una realización de la visión genial. Nadie es menos que genio al hacer alguna obra artística.
Hay algunos artistas, sin embargo, cuyo genio no es reconocido por los demás. A veces ni siquiera por ellos mismos. Pero existe. Tal vez sean adelantados a su época, o retrasados. Sin embargo, ellos saben bien lo que hacen, por más que no sepan que es genial. El problema son los demás, los que están buscando cuáles artistas son genios y cuáles no, sin darse cuenta de que todos lo son. Basta con ser artista para ser genio. QED.
Pero todos, todos los artistas tienen quien los reconozca como genios en su tiempo. Son sus familiares y sus amigos, que concurren a todas las inauguraciones, leen los libros, escuchan las músicas. Y posteriormente les informan que les gustó mucho. Pero los artistas no se dan cuenta de la veracidad de estas palabras. Sólo algunos. La mayoría piensa que lo dicen sólo para que estén contentos. Y por esa razón, no están contentos.

Títulos sin texto

El otro lado del sol
Con la retina y los zapatos
Guardando la mandolina
Gordos raquíticos
Todo y su frialdad
Huevo de planeta
Protonial y ceremocolo
Los cinco lados del cielo
Tres o cuatro bien
Juegos de juego
Amigos de lo propio
Todo mi amor para mí
Amor vestido
Desamor prohibido
Taxi a lo desconocido
Casi estamos
Humedad en el paraíso
Trono de ocupado
Retorno al pasaje
Qué dijo cuando dijo que
Un té de yuyos con Yiya
Qué le pasó al tero
Un do re mi
El perezoso perspicaz
Temario de temas pluviales
Juez de pez
Huesos revueltos
Jolgorio hipnótico
Hincapié inicial
La verdadera historia
Soy tu héroe aunque no quieras
Crer para veer
Con su blanca calidez
El cautiverio inolvidable
Juegos serios para jugar sin jugar

Suelta de globos

Un grupo de globos permanecía en el mismo lugar. Todos tendían a elevarse, pero cada uno tenía un hilo que lo sostenía. Los hilos convergían en un caño, donde un nudo común sujetaba a todos.
Los globos se mantenían más o menos en el mismo lugar, sólo empujados por las suaves corrientes de aire. Ocasionalmente, alguna persona pasaba cerca y en su camino chocaba contra los globos. Eso hacía que se movieran todos, como si se barajaran, y cambiaba la posición general. Así se conocían, y veían que sus distintos colores no impedían un objetivo común.
Querían ir hacia arriba. No necesariamente todos juntos, ni hacia el mismo lugar, pero no querían seguir trabados por fuerzas externas. Buscaban liberarse, y cada vez que algo los movía intentaban destrabar el nudo. Pero estos esfuerzos no siempre eran fructíferos. A veces los nudos se trababan más.
Los globos no se desanimaban ante la adversidad. Estaban inflados con optimismo. Uno o dos, sin embargo, se permitieron vencer. Dejaron ir las ganas, y al desanimarse se fueron hacia abajo. Quedaron irreconocibles, putrefactos y oscuros.
El nudo común no era infranqueable. Cada tanto algún globo se escapaba. Pero, como eran vigilados de cerca, rápidamente los guardias lo volvían a su lugar y reforzaban la atadura. Entonces los globos regresaban a su posición anterior, decepcionados pero no vencidos.
Estaba claro que la salida era colectiva. A pesar de sus diferencias, tenían que unirse para poder salir todos juntos hacia el cielo. Debían cooperar, aunque no estaba necesariamente en su naturaleza hacerlo. Comenzaron movimientos sutiles con este objetivo. De a poco, los hilos que llegaban al nudo fueron desenganchándose. Lo hacían despacio, con paciencia, de manera de no alertar a la vigilancia.
Los globos se movían como si hubiera una brisa. Uno a uno, se iban liberando. Pero no se quedaban. Sus hilos daban una vuelta al caño hasta llegar al momento en el que todos estuvieran en condiciones de irse. Si alguno se iba antes de tiempo, iba a arruinar el escape de todos.
Así, cuando fue el momento, todos los globos se elevaron al mismo tiempo. Lo hicieron a una velocidad no muy alta, pero con tanta sorpresa que los guardias demoraron su reacción. Intentaron tomar algunos por el hilo, y aunque tocaron un par de cuerdas, se les escurrieron de los dedos.
Los globos, libres por fin, se mantuvieron juntos durante algunos metros y después se desperdigaron por todo el cielo de la ciudad. Exploraron individualmente, haciendo cada uno su camino. Cada tanto un par de globos se encontraban, y con dos o tres rebotes celebraban la unión que permitió su libertad.

El peor cómico del mundo

El peor cómico del mundo anuncia que nos va a alegrar la vida.
El peor cómico del mundo cree que todo lo que piensa es graciosísimo.
El peor cómico del mundo se lanza a la improvisación.
El peor cómico del mundo actúa ante públicos que no tienen escapatoria.
El peor cómico del mundo quiere que el público participe.
El peor cómico del mundo insiste en que los que no participan lo hagan.
El peor cómico del mundo distorsiona su voz frecuentemente.
El peor cómico del mundo cita frases que están de moda.
El peor cómico del mundo explica de dónde sacó sus citas.
El peor cómico del mundo exagera la exageración.
El peor cómico del mundo cree que es un showman muy hábil.
El peor cómico del mundo hace chistes con doble sentido, y uno de esos sentidos es siempre el mismo.
El peor cómico del mundo se ríe de sus chistes.
El peor cómico del mundo cree que es tierno vestirse de payaso.
El peor cómico del mundo quiere que todos canten.
El peor cómico del mundo ama los ruidos raros.
El peor cómico del mundo trata a chicos y grandes por igual: como infradotados.
El peor cómico del mundo retrabaja el material de cómicos de segundo orden.
El peor cómico del mundo tiene mucha energía y siempre tiene más para dar.
El peor cómico del mundo hace los chistes que los demás eligen no hacer.
El peor cómico del mundo piensa que es un componente necesario de la sociedad.
El peor cómico del mundo piensa que el Destino lo puso donde está.
El peor cómico del mundo cree que el público está contento con su presencia.
El peor cómico del mundo no espera los aplausos: los pide.
El peor cómico del mundo es aplaudido por multitudes.