La casa de sus sueños

El edificio era pionero, se destacaba en un barrio de casas bajas. Desde sus doce pisos se podía ver la ciudad entera, y de noche las luces ofrecían un espectáculo vistoso. Pero al edificio no le interesaba el resto de la ciudad. Tenía su mirada puesta en la casa de al lado.
Desde que el edificio había alcanzado cierta altura, la casa lo había impactado. Esas tejas rojas, de un rojo que no se veía en ninguna otra parte de la ciudad. Ese tanque de agua. Esa medianera que lo rozaba permanentemente.
El edificio suspiraba por la casa, pero no podía hacer nada. Estaba enraizado en sus cimientos, que se incrustaban en el suelo para hacerlo inmóvil. La casa no miraba al edificio. Miraba hacia la calle, como esperando a alguien que le prestara atención. El edificio no sabía cómo hacer para que la casa se diera cuenta de lo que tenía al lado.
A veces, desde las ventanas del edificio, sus ocupantes tiraban cosas que daban a parar al patio. La casa se sentía agredida, y al edificio le daba vergüenza. Sus copropietarios no eran de su agrado. Prefería ser habitado por la casa. Tenía lugar para ella. El edificio era grande. Pero la casa no estaba a su altura. Se quedaba en una visión corta, sin dimensión de los verdaderos sentimientos del edificio.
Un día, el edificio percibió movimientos. La casa vibraba. Lo sentía en la medianera. Desde arriba vio que la casa había sido rodeada por unas maderas. Varios hombres la recorrían. Algunos se subieron a la terraza. La casa empezó a cambiar de color. El edificio no entendía bien, hasta que en un momento se dio cuenta de que se trataba de una demolición.
El edificio, desconsolado, hizo todo lo que pudo. Pero no podía hacer nada. Cada ruido que sentía, cada golpe de martillo, cada partícula de humo lo dañaba. En pocos días, la casa no estaba más. En su lugar había un gran agujero.
Y pronto el agujero se llenó. Lentamente se fue erigiendo un edificio muy similar a él. No paró hasta llegar a su altura. Cuando estuvo terminado, se notó que eran edificios gemelos. El primer edificio no quiso saber de nada. Empezó a quejarse, a funcionar mal. Las paredes se llenaron de humedad, los ascensores dejaron de funcionar, algunos balcones se cayeron.
Los arquitectos creían que se trataba de un caso de celos del primogénito, pero no era así. El edificio extrañaba a la casa. No le gustaba que la hubieran reemplazado con algo igual a lo que era él, pero tampoco le habría gustado que la reemplazaran con otra cosa. Se iba a poner en contra de lo que fuera que estaba ahí.
El primer edificio entró en depresión. Los departamentos se incendiaban sin ningún motivo. La instalación eléctrica hacía cortos. El agua salía marrón por las hornallas. Pronto, el edificio debió ser evacuado para que los arquitectos e ingenieros pudieran averiguar qué era lo que estaba pasando.
Pero no les dio tiempo. Una vez que no hubo nadie, el edificio se dejó vencer por su depresión. Se apoyó en su gemelo, y se dejó caer hacia él. Ambos se destruyeron, y hoy los restos de ambos descansan junto a los de la casa.

Lo nuestro no existe

Nuestra relación siempre se basó en la más completa indiferencia. Cada uno sabía que el otro existía, y a ninguno de los dos nos importaba. Éramos parte del fondo. Así como hay nubes que aparecen y desaparecen, cada uno de nosotros podía estar o no estar. Desde el punto de vista del otro, no hacía diferencia.
Nunca hablábamos. Capaz que nos cruzábamos. En esos casos se producía algo de comunicación. Nos mirábamos lo suficiente como para saber que alguno se iba a correr, entonces ambos podíamos seguir nuestro camino sin interrupciones.
Estaba establecido así, aunque nadie había tomado la decisión de que así fuera. No nos caíamos mal, simplemente vivíamos nuestra vida, sin ejercer ni buscar influencia entre nosotros. Cada uno de nosotros se relacionaba con gente, incluso con varias de las mismas personas, pero nunca se nos ocurrió la posibilidad de relacionarnos.
Ni siquiera nos tomábamos el trabajo de ignorarnos. No era una cuestión de decidirlo. Simplemente, cuando se repartieron las barajas aparecimos en mundos diferentes, con nada en común, sin razones que nos atrajeran. Y al crecer, crecimos hacia lugares distintos. Nuestros caminos, ya separados, se fueron separando más. Y no nos extrañamos, ni nos detuvimos a preguntarnos por el otro.
Yo, a veces, me acuerdo. Se me ocurre la posibilidad de reestablecer algún tipo de relación. O de establecer. Pero no hago nada. No me importa lo suficiente. Aunque sí tomé nota de la inexistencia de esa relación. Me pregunto si la otra parte también lo sabrá.

Te extraño

Mi corazón indefenso extraña tu amor perpendicular; echa de menos los momentos que pasamos cultivando nuestra vida en común. Aquella diestra calma, hija de la satisfacción espiritual que me entregabas. Las veces en las que te tenía en mis flexibles labios y te hacía parte de mí.
Te has ido y nunca volverás. Tal vez sea por mi culpa; tal vez sea porque así lo quiso el cóncavo destino. No importa. Te extraño y espero que vos, en cualquier lugar donde puedas estar, también me extrañes.
Puede que algún día nos volvamos a encontrar, pero no será lo mismo. Tu líquida esencia cambió y no hay nada para hacer. Tu sustancia vital se ha extinguido y no existe más.
Nuestro delicioso amor fue el fuego que calentaba nuestras almas. Nos habíamos encontrado uno al otro y ninguna persona ni objeto nos podía separar. Y el final de esa delgada etapa no empañará lo que vivimos.
Sé que tendré que rehacer mi fría vida sin tu curva presencia. Sé que nada te reemplazará. Sé que me sentiré solo y no me harás compañía. Sé que me dolerá sobreponerme a tu turbulenta ausencia.
Sé también que vos no tendrás que hacer ese duelo testarudo. Que tu inexistencia te lo impide. Espero que alguna parte de tu ser siga estando en algún lado y me recuerde.
Llegó el momento objetivo. Debo entregar tu cuerpo reciclable, tu alma dócil se fue hace tiempo. Acá está el cesto naranja. Es hora de decir adiós.

Amor en crisis

Cuando la crisis nacional se encontró con la crisis internacional resultaron tan compatibles que decidieron no separarse más. Ambas crisis iban de la mano a todos lados y expresaban sin timidez su unión al mundo.
Cada una de las crisis estimulaba a la otra, y así ambas se potenciaban. Una crisis se agrandaba para impresionar a la otra, y eso hacía que la otra quisiera estar a la misma altura, en una actitud muy sana para la relación entre ambas crisis. Se producía así una realimentación que hacía que las crisis fueran muy eficaces y vivieran el mejor momento desde sus inicios.
Tanto fue el entusiasmo que no pasó mucho tiempo hasta que las dos crisis engendraron varias crisis pequeñas, que luego alimentaron para favorecer su crecimiento. Las crisis estaban muy contentas porque las crisis nuevas tenían buena salud y veían con orgullo cómo cada vez su capacidad iba creciendo.
Cuando aún parecía que recién habían sido engendradas, las crisis pequeñas habían crecido y conocieron a otras crisis regionales que atrajeron su interés. La crisis nacional y la crisis internacional veían esto con alegría y nostalgia. Pronto sus pequeñas crisis iban a independizarse y unirse a otras crisis en forma definitiva.
Este hecho reavivó el amor entre las dos crisis, que con los años y la costumbre había menguado un poco. Pero la pasión fue renovada y rápidamente ambas crisis se sentían como en sus mejores años. Fue un hecho inolvidable que duró poco, porque pronto la pasión renovada se fue convirtiendo en rechazo, y las crisis se separaron. Ambas necesitaban explorar su identidad.
La separación, de todos modos, era bastante amigable y no impedía que las crisis se encontraran de vez en cuando, sobre todo para asistir a los eventos definitorios de las crisis pequeñas y ayudarlas en lo que pudieran.
En un momento las crisis pequeñas decidieron juntarse para hacer que sus progenitoras volvieran a unirse, y urdieron un plan para que, a través de ellas, la unión fuera inevitable. Para esto necesitaban acumular poder, lo cual no les fue problema porque habían aprendido muy bien esa lección.
Luego de un par de intentos fallidos el plan resultó, y como consecuencia la familia de las crisis quedó más unida que nunca. Las dos crisis mayores, junto con las pequeñas y las que se habían unido a las pequeñas, se dedicaron a disfrutar de un próspero futuro.

Amor a la cucaracha

Quiero besarte, cucaracha. Quiero agarrarte de las patas, ponerme frente a vos y besarte. Besar tus pinzas, besar tus antenas. Quiero que nos miremos a los ojos y nos digamos, en cualquier idioma que tengamos en común, que nos queremos. Que nos protegeremos y que nunca nos separaremos.
Quiero ser parte de tu vida y que estés en la mía. Quiero abrazarte, no muy fuerte, pero lo suficiente para que sientas mi amor. Quiero protegerte, mantenerte lejos de los peligros. Quiero que confíes en mí, que sepas que siempre podés contar conmigo, y que voy a estar de tu lado.
Quiero presentarte a mi familia. Sé que les va a costar aceptarte, que van a intentar que me deshaga de vos. Pero no lo van a lograr. Porque antes quiero ocuparme de construir lo nuestro. Que las cosas que nos unen sean más que las que nos separan.
Quiero que me conozcas. Que recorras mi cuerpo y lo sientas íntimo. Que el mío sea el único cuerpo que quieras conocer. Mi cuerpo será tuyo, y tu cuerpo será mío. Quiero que aceptes que estamos destinados a estar juntos por el resto de nuestros días.
Pero me ignorás. Cada vez que prendo la luz para verte, salís corriendo. Parece que me tuvieras miedo. Yo sé que en realidad es miedo a lo nuestro, al compromiso. Lo entiendo. Creeme. Pero no puedo ir hacia tu oscuridad. No quepo en esa rendija. Ése es un esfuerzo que vas a tener que hacer vos. Sabés que tenés mi apoyo. Te prometo que, si salís de ahí, sólo van a pasar cosas buenas.