La gallina antropomórfica

Una gallina antropomórfica vivía plácidamente en su casa. Todos los días subía a su auto e iba hasta su lugar de trabajo. Su profesión de ponedora era sencilla. No le exigían más que lo que podía dar. Al final del día volvía a su casa, satisfecha de hacer su aporte a la sociedad.
La gallina no tenía mucha vida social. A pesar de que le interesaba, en la ciudad donde vivía no había muchas gallinas. Sólo hombres. Las otras gallinas que trabajaban con ella se quedaban en el corral. Nunca volvían a la ciudad.
Ella a veces intentaba quedarse con sus compañeras de trabajo, pero no daba resultado. Ninguna de las otras gallinas le prestaba atención, y ella tampoco se sentía a gusto. Era demasiado antropomórfica como para estarlo. Las demás gallinas no podían sostener una conversación con ella.
Tenía ganas de abandonar sus características humanas para integrarse de lleno en la sociedad de las gallinas. Estaba dispuesta a perder comfort si eso significaba estar en contacto con las otras gallinas.
Sin embargo, no sabía cómo podía hacer para convertirse en gallina a secas. Toda su vida había sido una gallina antropomórfica, desde el momento en el que rompió el cascarón fue diferente.
No sabía si sus padres eran también gallinas antropomórficas como ella. Nunca los había conocido. Razonaba que su madre era gallina. Pensaba que tal vez su padre fuera un hombre. De ese modo se explicaría su situación.
Entre los humanos tampoco era aceptada. La veían sólo como una gallina. Nadie estaba dispuesto a tomarla en serio ni a intercambiar opiniones con ella. Las personas a las que les hablaba en general se asustaban y salían corriendo. Sólo en los circos expresaban algún interés, pero a la gallina no le gustaba ese mundo.
Finalmente, tomó una decisión. Si ella quería ser gallina, tendría que comportarse como una. Pensó que así podría ser aceptada por sus compañeros de trabajo y, tal vez, podría atraer a los gallos. Hacerlo implicaba renunciar a todo lo que la hacía única. Pero, como no era feliz siendo única, tal vez eso era una buena noticia.
Con mucho esfuerzo, logró adaptarse a la sociedad. Debía resistir sus ansias de actuar como un humano. Le era difícil lograrlo. Su espíritu antropomórfico no se resignaba fácilmente a ser ignorado. Hasta que, con el tiempo, se acostumbró. Fue la última actividad humana que realizó. Después se dedicó a corretear por el corral, comer lombrices y relacionarse.
Sin embargo, un día todo cambió. De repente la gallina oyó voces que se parecían a la de ella. Eso despertó su instinto humano, y fue a ver qué era. Para su sorpresa, un grupo de pollitos conversaba animadamente.
En seguida intervino en la conversación. Expresó su opinión sobre la calidad de las migas que se encontraban en el corral. Los pollitos la integraron a la conversación y rápidamente trabaron amistad con ella.
A partir de ese momento, la gallina antropomórfica empezó a pasar el tiempo con los pollitos. Mientras crecían, ella les enseñaba lo que había aprendido en la época en la que vivía entre los humanos.
Con el tiempo, los pollitos, que sin saberlo eran sus hijos, crecieron, se reprodujeron y fueron cada vez más. En un momento decidieron independizarse del corral. Se escaparon y, con lo que habían aprendido de su madre, armaron una nueva sociedad pensada para gallinas antropomórficas.