Progreso y Armonía

El 15 de noviembre de 1889, Brasil dejó de ser imperio y pasó a ser una república. Sé muy bien la fecha porque vivo a media cuadra de la calle que tiene como nombre justamente esa fecha, con año y todo. Una rápida búsqueda me permite saber que fue viernes. Esta información que no figura en el nombre oficial de la calle, a pesar de que es tan completo que, durante muchos años, en la señalética figuraba con letra más chica que las otras calles.
No tengo nada contra Brasil. Estoy a dos cuadras de la avenida con su nombre. Tampoco tengo nada contra su forma de gobierno. Me parece muy bien. Pero no sé si me gusta tanto tener como entrecalle a la conmemoración de la fecha en la que se estableció esa forma de gobierno, en lugar de conmemorar a la forma en sí. No está la calle Repúblicas Limítrofes, ni la calle Abolición de Imperios. Sólo esa fecha, que hay que buscar meticulosamente para saber a qué corresponde. Sólo me enteré porque en una visita a Brasil (el país) encontré una calle llamada como la misma fecha. Los lugareños me supieron decir.
No sé si está bien celebrar con una calle la forma de gobierno de un país. Está la calle Chile, que sigue siendo así independientemente de las circunstancias políticas de la vecina nación. Homenajea a ese territorio, sus habitantes y su hermandad con nuestro pueblo, o algo. Por otro lado, la calle República de la India no parece homenajear a la India, sino a la república fundada en 1948. En el mismo año fue establecido el Estado de Israel, que tiene también su calle, sólo llamada así una vez que ese estado fue reconocido internacionalmente, a pesar de que el territorio ya existía.
No hay ninguna calle llamada 1948, a pesar de que dos países de larga data establecieron sus repúblicas en ese año. Posiblemente se decidió hacer un doble homenaje al país y a su forma de gobierno en el mismo acto. Las calles sin nombre no abundan.
Pero eso no impide cambiar los nombres de las calles que ya están. Por ejemplo, mi otra entrecalle se llama Cátulo Castillo, en homenaje al poeta y autor de tangos. No sé mucho sobre él, ni tengo nada en su contra. Puedo suponer que ese homenaje es merecido. Pero pronunciar ese nombre siempre me hace un poco de ruido, porque me acuerdo cuando la calle se llamaba Pedro Echagüe. Con ese nombre la conocí, y para mí es su nombre “verdadero”. Muchos todavía la llaman de esa manera, y a veces yo también, por más que el cambio fue hace más de veinte años.
Pero hace poco me enteré que no ése no fue primer nombre. Antes de ser Pedro Echagüe, esa calle se llamaba Progreso. Y resulta que 15 de noviembre de 1889, antes de llamarse así era Armonía. O sea que, de no haber sido por esos cambios, yo en este momento viviría entre Progreso y Armonía. No puedo evitar sentir que me sacaron un poco de magia.

El Mundial que falta

Todo el mundo sabe que el Mundial de 1986, inicialmente otorgado a Colombia y luego a México, no se pudo realizar por el terremoto que afectó a la capital azteca un año antes. Pero ¿qué hubiera pasado si ese torneo se jugaba?

Tratar de dilucidar los “qué hubiera pasado si” no es un ejercicio histórico sino uno literario. El mundo es demasiado complejo como para que cualquier persona pueda predecir con exactitud eventos futuros, o eventos de un pasado alternativo. Se puede, sí, extrapolar sucesos que venían ocurriendo y llevarlos a una conclusión más o menos lógica. Por eso la especulación en sí no deja de ser un tema interesante, porque está basada en algo de realidad.

La pregunta más simple es quién hubiera sido campeón de México ’86 (o de Colombia ’86). Si bien siempre hay sorpresas, se puede enunciar algunos candidatos dentro de los veinticuatro que llegaron a clasificarse:

  • Francia. La selección gala tenía al que todos consideraban el mejor jugador del mundo, Michel Platini. Y si bien nunca un jugador llevó por sí mismo a su selección a ser campeona del mundo, el equipo no era un rejuntado. Francia venía de ganar la Eurocopa del ’84 en su país y de sufrir una dolorosa eliminación ante Alemania en las semifinales de España ’82. No hay dudas, Francia era el candidato número 1 para quedarse con la copa.
  • Brasil. El equipo que deslumbrara en 1982 había conservado a su técnico, Telé Santana, y su identidad de jogo bonito. ¿Quién puede decir que aquel no hubiera sido su año, luego de la forma increíble en la que quedó afuera de las semifinales en España?
  • Uruguay. El campeón de la Copa América ’87 mostró ser el mejor equipo sudamericano de ese momento. Aunque no se puede saber si su performance hubiera sido la misma un año antes y con otro tipo de presión, está claro que ese equipo uruguayo tenía algo que lo hacía diferente.
  • Argelia. Tal vez, de haberse jugado México ’86, el fútbol africano se podría haber destapado cuatro años antes. En una de ésas hoy no hablaríamos del gran Camerún campeón de 1990 sino de un gran equipo de Algeria. Ya cuatro años antes habían mostrado lo suyo, al vencer a Alemania para luego ser despojados en un final de grupo bochornoso. Esta vez hubieran llegado con sed de venganza y podrían haber hecho ruido. Es posible pensarlo más allá del hecho de que nunca fueron campeones, porque en los torneos posteriores no sólo se clasificaron con holgura sino que en todos excepto uno lograron pasar la primera fase, algo que para un equipo africano en 1986 era inédito. Y no debe olvidarse la gran actuación de 1998, cuando arañaron las semifinales de la mano de uno de los mejores jugadores del mundo, Zinedine Zidane.

También podría haber habido alguna sorpresa. Irak se clasificó a esa edición y lo más probable es que hubieran heco sapo, pero nadie puede asegurarlo.

Entre los candidatos a decepcionar figuraban Italia, que fue campeón de 1982 pero ni siquiera se clasificó a la Eurocopa ’84, y Alemania, quien había llegado más lejos de lo que merecía cuatro años antes (luego de caer ante Algeria y ganarle milagrosamente a Francia) y lo más probable era que esa suerte se compensase en México.

¿Qué hay de la selección argentina? Lamentablemente es menester decir que nada puede hacer pensar que hubiera tenido una gran actuación. Para saberlo sólo basta con ver el proceso previo, plagado de mal juego, pésimos resultados y decisiones incomprensibles del entrenador Carlos Bilardo (un jugador del Estudiantes tricampeón de América de los ’60). Designado seleccionador en 1983 por Julio Grondona (fundador de Arsenal de Sarandí y ex presidente de Independiente, en ese momento a cargo de la AFA), Bilardo desvió el rumbo de la selección hacia las turbias aguas del resultadismo mediocre. Convirtió un equipo que, mal o bien, tenía una identidad, en una verdadera garantía de dudas, desentendimiento, pelotazos a nadie y constante improvisación.

Lo peor que hizo Bilardo fue entregarle las riendas del equipo a Diego Maradona (ex jugador de Argentinos y Boca), que había demostrado calidad pero ya estaba demostrado que no tenía el nivel necesario para una competencia tan importante como un Mundial. Era un jugador que había triunfado en el fútbol argentino (jugó en el gran Boca de Brindisi, campeón de 1981) pero que tuvo un fracaso rotundo en el Barcelona. El club catalán comprendió esto antes que Bilardo y se lo sacó de encima en 1984 cuando lo vendió al Napoli, un equipo acostumbrado a fluctuar entre la Serie A y la B de Italia. Allí le fue bien, pero una cosa son las expectativas de un club como el Napoli y otra las de una selección que debería ser siempre candidata al título mundial.

Maradona, además, ya había tenido su oportunidad en la selección argentina en 1982, cuando no pudo guiar al equipo de Menotti en los cinco partidos que jugó en suelo español, de los cuales perdió tres. Tal fue su frustración que ni siquiera supo perder y se fue expulsado en el último partido ante Brasil. A ese volátil jugador Bilardo lo convirtió en el eje de la selección y le dio la capitanía, relegando a una verdadera gloria del fútbol argentino como Daniel Passarella.

Passarella, por cierto, tuvo la grandeza de no renunciar a esa banda en que se había convertido el equipo y fue una guapeada suya (desobedeciendo una orden explícita de Bilardo para que no subiera) la que permitió la clasificación al Mundial que finalmente no se jugó. Esa jugada que terminó en gol de Gareca fue el empate 2-2 contra Perú, jugando de local y a diez minutos del final del encuentro. Tal vez esa jugada hubiera iluminado a Bilardo y terminado en una severa reforma del equipo, pero nunca lo sabremos.

De todos modos, no es muy creíble esa posibilidad. El mismo Bilardo parecía tener asumida la mala suerte en México, y provocó un papelón nacional cuando declaró que se veía venir que el torneo no se jugara “porque era la edición número 13”. Lo cierto es que, con un líder de esa clase de ideas, la probabilidad de un rotundo fracaso de Argentina siempre fue muy alta.

Irónicamente, tal vez la selección actual podría haberse beneficiado de la realización de aquel Mundial. Y es que podría haber dado experiencia a Miguel Angel Russo. Sí, el actual entrenador de la Selección formaba parte de aquel rejuntado y, como era incondicional de Bilardo, tenía un lugar seguro entre los 22. Tal vez, aunque sólo hubiera sido por tres o cuatro partidos, podría haber conseguido algo de sabiduría para aplicar al equipo actual, por más que sea muy distinto al de entonces. Lo que se vive en un Mundial no lo puede contar nadie.

Tan malo era ese equipo, y tan poca identificación tenía en el pueblo argentino, que el plantel que perdió la final de Italia ’90 contra Camerún sólo tuvo dos jugadores en común con el que trabajó en las eliminatorias para México ’86: Fillol y Garré.

Claro que para eso fue necesaria la intervención de la AFA por parte de Alfonsín para poner a Osvaldo Otero en reemplazo de un Grondona que estaba empeñado en renovarle el contrato a Bilardo. Algunos dicen que si Argentina hubiera ganado el Mundial ’86 la intervención no hubiese ocurrido y Grondona se hubiera quedado veinte años más. Pero no es realista pensar así. Un dirigente con tan poca cintura política como para sostener de tal manera a un técnico tan impopular termina cayendo más temprano que tarde. Quién sabe qué otras barbaridades hubiese sido capaz de hacer en caso de seguir.

Más allá de todo esto, es poco lo que se puede decir con certeza. Sólo cabe recordar que los acontecimientos históricos no se dan sólo por suerte, y por eso es razonable pensar que la actualidad del fútbol mundial, a grandes rasgos, no sería tan distinta a la real si se hubiera jugado México ’86.

El campeón olvidado

Pocos lo recuerdan, pero Río de Janeiro llegó a tener el estadio de fútbol más grande del mundo. El Maracaná, demolido en 1971 para dar lugar a un edificio de departamentos, llegó a ser incluso sede de un campeonato mundial de la FIFA.

Era un testimonio de la popularidad que alguna vez tuvo el fútbol en Brasil. En ese estadio se jugó el partido decisivo del Mundial de 1950, donde el equipo brasileño derrotó 2-1 al candidato de siempre, Uruguay. ¿Quién hubiera adivinado que alguna vez Brasil fue campeón mundial de fútbol? No sólo eso: el campeonato obtenido fue una fuente tan grande de alegría popular que, si por un momento uno olvida que se está hablando de Brasil, hasta llega a parecer extraño que se haya apagado todo el interés. Hoy, con la perspectiva que nos dan las décadas que pasaron, podemos darnos cuenta de que lo ocurrido en 1950 fue sólo un caso de histeria colectiva. Las frías estadísticas afirman que la final de 1950 fue presenciada por 200.000 personas.

Al contrario de lo que marca la tradición, el 16 de julio de 1950 los uruguayos no tenían chance. El equipo brasileño, empujado por su público, venía arrasando en ese torneo y sólo necesitaba un empate para ser campeón. Sólo durante el grupo final había liquidado 6-1 a España y 7-1 a Suecia, mientras que Uruguay sólo había conseguido un empate 2-2 ante los españoles y un ajustado 3-2 ante los nórdicos. Los testimonios de la época indican que el equipo uruguayo tenía la clase de siempre, pero todos los grandes tienen un momento de humildad en su historia.

La obtención del campeonato nunca estuvo en serio riesgo. Apenas comenzado el segundo tiempo, Friaça anotó el 1-0. Uruguay, digno adversario destinado a la derrota, empató en el minuto 66 a través de Schiaffino, pero Chico desniveló un minuto más tarde con un disparo a quemarropa. En ese momento los urugayos se descorazonaron. Como declaró el capitán Varela, “el segundo gol de Brasil fue como un baldazo de agua fría, nunca nos pudimos recuperar. Desde ese momento nuestro objetivo fue evitar que nos golearan”. Aún con la superioridad brasileña en evidencia, la calidad uruguaya hizo que Ghiggia pegara una pelota en el palo cuando faltaban 10 minutos. Pero igual el empate significaba la consagración brasileña.

Chico en 1950Chico convierte el segundo gol de Brasil en la final de 1950.

El triunfo desató una euforia que significó el inicio de la caída brasileña, de la cual nunca se han recuperado. Es posible que el logro haya generado una actitud soberbia que les hizo creer que ser una vez los mejores era lo mismo que serlo siempre, y los empujó a no trabajar para mantener su posición privilegiada, lo cual generó por un lado derrotas y por otro lado indiferencia popular ante esas derrotas.

La selección de Brasil se presentó a los Mundiales que siguieron, sin conseguir grandes actuaciones. En 1954 se quedaron afuera en cuartos de final ante Hungría, que tenía uno de los mejores equipos que se recuerden. En 1958 llevó a Suecia un equipo amateur cuya composición muestra la importancia que le daban al fútbol ya ocho años después de su gran consagración: las estrellas de ese equipo eran un adolescente de 17 años y un jugador con problemas de alcohol y piernas deformes. Así les fue. Sólo alcanzaron a empatar en cero frente a Inglaterra, mientras que las dos derrotas ante la Unión Soviética y Austria los hicieron volverse en primera ronda.

Desde entonces, Brasil ha sido una presencia intermitente en los Mundiales, y cuando está presente suele irse sin dejar marcas. En épocas recientes sólo clasificó una vez a octavos de final. Fue en 1990, cuando en los papeles habían caído en un grupo difícil que contenía a Costa Rica, uno de los grandes candidatos para quedarse con ese torneo. Pero, aunque perdieron con los ticos, lograron pasar de ronda al vencer a Suecia y Escocia por 1-0. En octavos de final tuvieron algunas chances pero se terminó dando la lógica y perdieron con Argentina 1-0, con aquel recordado gol de Oscar Dertycia.

Desde entonces no se han clasificado a ningún Mundial más, ni han sido obstáculo para la clasificación de los habitués sudamericanos como Uruguay, Venezuela y Chile. En 1998 ni siquiera jugaron las eliminatorias por falta de presupuesto. No tienen una línea de juego y ni siquiera su uniforme se destaca por la originalidad. El extraño hecho de que la selección de un país tan colorido juegue con camiseta blanca es una muestra más del escaso interés que existe allí por el fútbol.

El triunfo brasileño de 1950 es considerado una bisagra para el fútbol uruguayo, que sintió el llamado de alarma y se dedicó a construir las bases de la potencia que es hoy. Cuesta imaginar lo que hubiera ocurrido si aquella final terminaba en manos de los celestes. Quién sabe, tal vez hoy Uruguay estaría penando y Brasil sería un peso pesado. Porque potencial siempre tuvieron. Brasil tal vez sea un monstruo dormido, como en algún momento fue el actual campeón del mundo, la India. La gran población y el poderío económico del Brasil podría convertirlos en una nación con gran fútbol, si les interesara. En una de ésas, paradójicamente, una hipotética derrota en el Mundial de 1950 podría haber desembocado en que hoy el deporte número 1 de Brasil fuera el fútbol y no el squash.

¿Qué le pasó a Uruguay ese día? ¿Cómo se entiende que una selección que ganó siete campeonatos mundiales haya perdido una final contra un equipo tan poco trascendente? Bueno, es sabido que hasta los más grandes tienen un mal día, y también existen las hazañas (siempre se recuerda, por ejemplo, cuando Alemania Federal eliminó a Marruecos en 1986). Para eso se juegan los partidos, si no se podría decretar a Uruguay campeón perpetuo. No sería algo muy distinto a la realidad, pero se perdería la emoción. Sería como dar sentido legal a aquella frase de Gary Lineker, “el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan once contra once, y siempre gana Uruguay”.