Vintage Coke

El World of Coca-Cola de Atlanta no es sólo una atracción turística. Es un museo con todas las letras, donde estudiosos de todo el mundo concurren para obtener una sabiduría más completa sobre la Coca-Cola y otros productos de la misma compañía. La biblioteca del museo alberga toda clase de documentos históricos que pueden ser consultados por cualquier persona que posea las credenciales adecuadas.
La exhibición de envases y avisos de Coca-Cola que está disponible para el público en general es sólo una porción del material con el que cuenta el museo. Los salones de investigación tienen muchos elementos que aún no han sido inspeccionados por expertos. A cada paso aparece un descubrimiento nuevo. Un logo rechazado de la época del origen de la gaseosa. Un aviso olvidado por su contenido racista. Experimentos de envases. Fórmulas alternativas.
No es raro encontrar alguna novedad. Lo que sí es raro es que se abra una puerta escondida y aparezca una bodega con botellas envasadas en 1912, aún llenas, tapadas y con gas. Esto ocurrió el año pasado y el movimiento del museo se revolucionó gracias al hallazgo de Coca-Cola original de un siglo de antigüedad.
Las autoridades de la Coca-Cola Company, al enterarse del descubrimiento, tomaron cartas en el asunto. Muchos investigadores querían abrir las botellas para hacer experimentos químicos, o incluso probar el contenido. Las autoridades bloquearon el acceso a la bodega, pero se filtró la información de que algunas botellas fueron retiradas subrepticiamente por investigadores, que las sirvieron en funciones privadas. Corrió el rumor de que el sabor de la Coca centenaria era extraordinario. Que el paso del tiempo, siempre que no se perdiera el gas, mejoraba la gaseosa como ningún químico podía.
Los rumores fueron desmentidos, pero siguieron propagándose. Cobraron tanta fuerza que las autoridades se vieron obligadas a hacer algo. Se decidió organizar un concurso para que unos pocos privilegiados tuvieran el placer de probar la bebida añeja. Sólo una porción mínima de la bodega fue destinada a los gandaores del concurso. Varias botellas quedaron en el museo. Resultó la parte de más demanda del complejo, y el miedo al vandalismo hizo que fueran exhibidas detrás de un vidrio reforzado, como la Gioconda.
También se convocó a un panel de cocacólogos de renombre para que dieran su veredicto respecto del sabor. Ellos confirmaron los rumores: “nunca probé algo semejante”, afirmó el presidente del panel. El Laboratorio de la compañía fue encargado de replicar químicamente el sabor para el lanzamiento de la Vintage Coke, versión de lujo de la Coca-Cola destinada a mercados de alta gama. Pero se determinó que el sabor estaba dado por el decaimiento de las partículas que formaban la bebida original, que era prácticamente la misma que se vendía actualmente. Para replicar el sabor, hacía falta confeccionar la bebida nueva con partículas ya decaídas, que eran difíciles de conseguir y ensamblar, porque no necesariamente tenían las mismas propiedades que las originales.
Se debió abandonar el proyecto, pero fue reemplazado por otro más ambicioso a largo plazo. A partir de ahora, cada año se guardará una parte de la producción de Coca-Cola en una bodega especialmente ambientada. La bebida no se guardará en botellas, como antes, sino en barriles de vidrio herméticos, porque el consenso entre los cocacólogos es que el envase de vidrio es el que mejor conserva el sabor de la bebida. Cuando pase suficiente tiempo, se lanzará al mercado la Vintage Coke. Cada botella (o el envase que se use en ese momento) estará marcada con el año de origen de la bebida que contenga, lo que permitirá disfrutar a las futuras generaciones de la Coca-Cola añeja, a la que hoy tienen acceso sólo unso pocos privilegiados.

Combo grande

En el bar de la estación de servicio ofrecían un combo. Por 8 pesos, se podía obtener un sándwich de milanesa y una Coca de 237 m3. Me pareció extremadamente barato, así que lo pedí.
En seguida me entregaron la milanesa, y me dijeron que la Coca me la daban afuera. Comí todo el sándwich antes de salir. Cuando terminé, necesitaba beber algo para bajarlo. Así que tomé el sorbete que me habían entregado junto con la servilleta y salí a buscar la Coca.
Me indicaron que fuera hacia el camión que estaba al fondo de la estación de servicio. Al entrar había creído que era un proveedor de nafta, pero allí se transportaban los 237 metros cúbicos de Coca. Resultó que el combo era una especie de estafa. Me daban la bebida pero no el recipiente, porque por 8 pesos no me iban a entregar también el camión. Sin embargo, si me tomaba toda la Coca no iban a poder objetar nada.
Subí entonces la escalerilla del camión y se reveló una cantidad enorme de Coca-Cola, que incluso oleaba. No llegaba a la superficie del recipiente, sino que sobraba bastante pared en el interior del camión. Seguramente era para que no se cayera el líquido cuando era transportado. Acerqué entonces el sorbete a la superficie y me dispuse a beber, pero calculé mal la posición sobre la escalera y me caí a la Coca.
No necesité nadar. Las burbujas me mantenían a flote, y mientras más bebiera más podía sostenerme. Calmé mi sed en pocos segundos, entonces empecé a buscar una manera de salir de ahí. Era difícil, porque del lado de adentro no había escalerilla.
La Coca en la que me había sumergido estaba bien helada, con lo cual cada minuto que me mantenía en su interior me daba más frío. No tenía nada de qué agarrarme para salir. Los grandes cubos de hielo que mantenían la temperatura de la Coca podían sostenerme si me cansaba, pero no me servían de escape. Pedí ayuda a los gritos, pero nadie pareció escucharme.
Se me ocurrió nadar a lo largo del camión para tomar carrera, tal vez de esa forma podía saltar lo suficiente como para llegar al borde del recipiente. Hice dos o tres largos que formaron una importante cantidad de espuma, pero no me impulsaron. Sin embargo, vi en esa espuma la respuesta.
Empecé a agitar los brazos y las piernas de modo que se produjera la mayor cantidad posible. Mi idea era que la espuma rebalsara, como cuando uno sirve la Coca con demasiada velocidad en un vaso. No podría nadar en ella, pero seguramente llamaría la atención del personal, que me podría venir a rescatar. Era una apuesta arriesgada, porque me exponía a perder todo el gas y no sólo tendría que nadar para sostenerme a flote, sino que la Coca quedaría intomable.
Sin embargo, nada de eso llegó a ocurrir. Cuando estaba empezando a generar espuma, sentí que el camión se movía. Noté que salía de la estación de servicio, quién sabe hacia dónde. También noté que, una vez en la calle, desarrollaba una gran velocidad. Lo que me fue útil, porque en un momento tuvo que pegar un frenazo, la Coca formó una ola enorme y salí disparado hacia adelante.
Y, aunque quedé todo mojado y marrón en el medio de la calle, por fin me vi liberado.

Marea negra

El barco que transportaba jarabe de Coca-Cola chocó contra una barrera de coral. El jarabe se volcó lentamente sobre el mar. La tripulación no pudo hacer nada para salvar el cargamento. Prefirieron salvar sus vidas. Escaparon a bordo de los botes, antes de ser alcanzados por la masa de jarabe que cubría el mar.
El agua se volvía negra gradualmente. Los peces primero se vieron envueltos en una extraña noche. No era como todas las noches. El mar estaba dulzón. Los peces no sabían qué era lo que les daba la energía que sentían. Se encontraron muy activos. Disfrutaban la noche y se adentraban en ella.
Pronto empezó a haber gran cantidad de vida en el jarabe, que gradualmente se iba mezclando con el agua del mar. Tenía un sabor extraño, porque habitualmente la Coca-Cola no se hacía con agua salada. Pero los peces nunca la habían probado. Para ellos era un placer nuevo. No se enteraron de que podía ser todavía mejor. Y como eran aguas tropicales, ni siquiera la disfrutaron bien helada.
Sin embargo, la experiencia les resultó divertida. La actividad frenética de los peces hizo que respiraran con más frecuencia. Sólo que en lugar de extraer el oxígeno del agua, como era habitual, lo extraían del agua mezclada con jarabe. Y exhalaban dióxido de carbono, entonces la Coca-Cola obtenía burbujas.
Los peces, de repente, destaparon felicidad. Se vieron nadando en el medio de burbujas que se desplazaban hacia arriba, para efervescer en la superficie. Algunos, al verlas las comieron, pero rápidamente las devolvieron al agua en forma de eructo. Los que estaban alrededor de ellos los imitaron, y pronto el mar se llenó de un sonido grave que competía con el canto de las ballenas.
El frenesí duró hasta que la Coca-Cola se disolvió en el mar. Lentamente, el agua volvió a su azul habitual. Los peces retomaron sus costumbres. Aunque algunos se quedaron añorando la marea negra. Buscaban que se repitiera la experiencia. Aprendieron a detectar la presencia de barcos que transportaban jarabe. Pero no podían acceder a él. Entonces empezaron a coordinar esfuerzos.
Se transformaron en un peligro. Cuando se acercaba un carguero, miles de peces lo rodeaban. Formaban una masa que desviaba el enorme barco hacia la barrera de coral donde se había estrellado el primero. Los timoneles debían estar muy atentos a los movimientos de los peces, porque corrían el riesgo de encallar si no los compensaban.
La presión de los peces se hizo tanta que lograron derramar un par de barcos. La experiencia de frenesí se repitió. Pero no por mucho tiempo. Las autoridades de la Coca-Cola Company decidieron cambiar la ruta de sus cargueros. Los hicieron ir por el ártico. Existía el riesgo de chocar contra icebergs, pero valía la pena tomarlo. En los pocos casos de choques, la Coca-Cola derramada se congeló rápidamente. Los marineros sabían que podían flotar en ella mientras el barco se hundía. Estaban seguros mientras no apareciera ningún oso polar que hubiera probado azúcar.

La transacción del elefante

El elefante bucea. Quiere pasar desapercibido, y sabe que la única manera de lograrlo es ir bajo el agua. Su trompa le permite tomar aire con disimulo mientras se acerca a su objetivo. Y, después de todo, su objetivo sólo puede ser alcanzado a través del agua.
Allí está su deseo, el objeto que quiere obtener. Sabe que no es suyo, y también sabe que nadie le va a convidar. Nadie se imagina que puede querer desear una botella de Coca-Cola. Por eso la mujer que toma sol en la colchoneta no está preocupada por la posibilidad de que un elefante se acerque a beberle el refresco.
Sin embargo, el elefante se acerca, sigilosamente. Hace lo posible por disimular las olas que produce su cuerpo. Se mueve con lentitud. Pero paso a paso, se acerca. La mujer no lo ve. Está ocupada tomando sol. El elefante aprovecha la oportunidad y agarra la botella con su trompa. Se aleja furtivamente, manteniendo la lentitud para que nadie se percate de su presencia.
Pero después siente remordimiento. Luego de beber la Coca-Cola, el sabor no está completo, porque sabe que no es una Coca-Cola propia. El elefante ha privado a otro ser vivo de una Coca-Cola, y está en condiciones de saber que eso está mal. Pero no puede pedir disculpas. No sabe entenderse con no elefantes.
Decide, entonces, hacer lo único que está a su alcance: compensar a la mujer de alguna forma. No puede devolverle la Coca-Cola, porque ya ha sido bebida, ni darle otra, porque implicaría otro hurto. Pero puede darle algo a cambio. Algo valioso. Algo que tenga un significado equivalente para el elefante que la Coca-Cola tenía para la mujer.
Entonces vuelve a la pileta, convencido de estar haciendo lo correcto. Sin que nadie lo vea, logra llegar una vez más hasta la colchoneta donde la mujer sigue tomando sol. Y deposita con su trompa, como pago por la botella, unos buenos maníes de su provisión privada.
Ahora sí, conforme con haber hecho un trato justo, el elefante se aleja.

El agua que somos

Somos casi enteramente agua. Pero no siempre la misma. Tenemos que reponerla, porque la que tenemos (la que somos) se nos va. Nuestra esencia se escapa por nuestros poros, se evapora, o la descartamos junto a otras sustancias que ya no nos sirven.
No somos más que un eslabón. El agua que somos, después será otras personas. Porque en el fondo, todos somos lo mismo. Nos une nuestro cuerpo, nuestra química, y el hecho de que todos tenemos que reponernos.
Pero algo nos inquieta. No estamos contentos con ser agua. Queremos ser algo más. No abandonamos nuestra esencia, pero aspiramos a darle color, porque no queremos ser exactamente lo mismo que los otros que también son agua. Queremos una cierta individualidad. Entonces, en vez de agua, nuestro cuerpo se alimenta de Coca-Cola.
La Coca-Cola es prácticamente toda agua, como nosotros. Estamos hechos de lo mismo. Somos muy similares, por eso nos llevamos tan bien. Las personas quieren ser agua dulce y gasificada, para que la Coca-Cola le dé a la esencia de nuestro cuerpo la misma frescura y efervescencia que le da al agua.
Así, nuestra vida es más excitante que si nos limitáramos a reponer nuestros químicos perdidos. Elegimos hacerlo con estilo. Con sabor.

Coca para armar

La Coca-Cola Company, al revisar sus cuentas, determinó que estaba gastando demasiado dinero en distribución. El costo de la nafta se había ido por las nubes, y eso impactaba necesariamente en el precio final de sus productos. Salvo haciendo grandes inversiones en nuevas embotelladoras a menos distancia de los puntos de ventas, no parecía haber alternativa.
Hasta que un alto ejecutivo postuló que era un desperdicio estar distribuyendo agua saborizada en camiones. ¿Para qué, si ya había caños que la llevaban a cada hogar? Era más simple distribuir directamente el jarabe, y que cada persona se hiciera su propia Coca-Cola.
Los otros ejecutivos miraron con escepticismo la idea. Le recordaron que ya había sido probada, se habían instalado gaseoductos en las principales ciudades del mundo, que estaban en desuso. La gente prefería la Coca-Cola en botellas.
“No si es mucho más barato hacerla uno”, respondió el ejecutivo y mostró sus cálculos de costos. Si se distribuía el jarabe, la capacidad de cada camión rendiría hasta cuarenta veces los litros actuales.
Esos números impresionaron a los otros altos mandos, que decidieron que valía la pena hacer una prueba. Se repartió gratuitamente un kit de “haga usted mismo su Coca-Cola” en distintos supermercados de Charlotte, North Carolina. El paquete contenía un sobre con jarabe, un sifón vacío y un cartucho de gas. Siguiendo las instrucciones, podía obtenerse Coca-Cola prístina en segundos.
Sin embargo, las pruebas no fueron satisfactorias. A la gente no le gustaba el aspecto del jarabe. Daba un poco de asco, por más que intelectualmente todos sabían que la Coca-Cola que siempre habían tomado venía de ahí. Entonces la compañía tuvo que buscar otra alternativa.
Pensaron que se podía vender el mismo jarabe en otra forma, como en polvo. Uno de los ejecutivos se había desempeñado antes en Nestlé, y contó que nunca habían tenido problemas de distribución para el Nesquik. El polvo era aceptado por los consumidores, y todos sabían usarlo.
Entonces se cambió la modalidad, y esta vez los habitantes de Charlotte se entusiasmaron. Las muestras gratis se agotaron en un día, y esto entusiasmó a la empresa. En pocas semanas, comenzaron a aparecer los sobres de Coca en polvo al lado de las botellas.
Con la aceptación del público, gradualmente los camiones empezaron a trasladar menos y menos botellas. A medida que la transición avanzaba, el precio del sobre que rendía un litro iba bajando. Había también menos contaminación en el aire.
La gente compraba sobres, o cajas enteras llenas de polvo. Aparecieron medidores de Coca-Cola, para ajustar la proporción exacta de polvo, agua y gas y que el sabor fuera el mismo de siempre. Algunos dudaban de que se pudiera obtener el mismo gusto con el agua que llegaba a los caños de cada casa, pero no tenían en cuenta que lo que hacían las embotelladoras era exactamente lo mismo.
Rápidamente, entonces, las botellas de Coca-Cola desaparecieron del mercado. Pero no de las casas. Simplemente el público dejó de retornarlas. El proceso de lavado y rellenado que antes se hacía en la embotelladora ahora tenía lugar en cada hogar. Cada consumidor podía participar de la magia que implicaba fabricar la bebida. Podía hacer suya la Coca-Cola.

El contenido de la piñata

Era un cumpleaños de 12, etapa de transición entre la niñez y la adolescencia. Algunas costumbres empezaban a ser abandonadas, otras aparecían casi de la nada, pero interesaban a casi todos.
La madre del homenajeado no sabía calibrar bien qué era deseable y qué no. A pesar de su buena intención, algunas iniciativas tenían el destino de fracasar. Estaba claro que no hacía falta animación, pero no necesariamente las golosinas iban a dejarse de lado. Por eso la madre decidió comprar una piñata.
Pero, ¿qué poner adentro? Ya no daba para poner chupetines, o caramelos Sugus. Eran demasiado infantiles. Optó por golosinas más aceptables para los adultos, como caramelos ácidos, pastillas de menta y bombones. Pensó que era una variedad interesante, aunque sabía que la prueba de fuego estaba en la aceptación de la piñata misma, dado que nadie sabría el contenido hasta romperla.
No la infló. Quería ver si era apropiado presentarla. La llevó al salón con las golosinas adentro, para inflarla si resultaba que los preadolescentes estaban más cerca de su edad anterior que del futuro.
Cuando arrancó la fiesta, resultó que todos estaban inquietos. La madre del homenajeado lamentó el contenido de cafeína de las gaseosas que pensaba servir, porque los iba a excitar más. Había pocas alternativas. No tenían edad para alcohol, y aparte su efecto hubiera sido peor. Optó por servir Coca-Cola Light, que por lo menos no tenía azúcar.
La fiesta se desarrollaba en un clima de descontrol. Era difícil mantener a los invitados fuera de las áreas no públicas, y al mismo tiempo dentro del ámbito de la fiesta. Se colaban en la cocina, robaban sanguchitos de la heladera, descolgaban todo lo que estuviera en la pared, jugaban a la pelota y cada tanto se pegaban. La madre optó por ocuparse sólo de los incidentes más graves.
Entre los que pasó por alto estuvo el descubrimiento de la piñata por parte de uno de los invitados. Pero no investigó el contenido. Le divirtió más ponerse a inflar la piñata. Contó con la ayuda de varios amigos, que se turnaban para suministrar aire.
No sabían cuándo el trabajo iba a estar completo. Entre miradas cómplices, acordaron tácitamente continuar hasta el límite. Pensaban que el globo iba a hacer un gran estruendo al reventar.
Sin embargo, no se imaginaban lo que terminó ocurriendo. Cuando la goma no resistió la última bocanada de aire, la fuerza de la explosión hizo que se lanzaran las golosinas por toda la sala. Todas volaron por el aire, con la suerte de que todas las pastillas de menta fueron a parar a las botellas de Coca-Cola Light que estaban distribuidas en las mesas.
En el acto se produjo un efecto géiser. La gaseosa se transformó en espuma y las botellas empezaron una erupción. Durante preciosos minutos, los adolescentes observaron atónitos el espectáculo de la espuma de Coca-Cola Light que manchaba techos y paredes al dar en ellos con gran velocidad.
Y mientras la espuma los manchaba a todos, al mismo tiempo la experiencia se transformaba en un recuerdo que les duraría toda la vida. Por eso, mientras lo absorbían, fue el único momento en el que se mantuvieron quietos.

Los tiempos románticos del coquero

Estamos en la era de lo descartable. Los productos ya no se hacen para durar. Los muebles son de fórmica, los autos no tienen la solidez de otros tiempos, las bebidas vienen en botellas que se tiran luego de un solo uso. Lejos quedó la época en la que todos lavaban y rellenaban recipientes de vidrio, que cuando se rompían era un golpe al bolsillo que duraba el resto del mes. Todo fue reemplazado en aras de la conveniencia.
Se han ido los tiempos de otras comodidades. Hoy hay supermercados en todos los barrios, donde cada uno tiene a su disposición toda clase de productos y puede elegir sin que a nadie le importe. Se trata de una era impersonal, en la que no existe la relación casi familiar que solía haber con los comerciantes.
Hoy viene la moto del delivery con la pizza o las empanadas, se le da una propina y se va, posiblemente para no volver nunca más. No conocemos su nombre, no sabemos qué le interesa, no nos metemos en su vida ni él en la nuestra.
Antes había otra clase de delivery. Todas las mañanas, el coquero del barrio pasaba por la puerta de cada casa y entregaba los sifones de Coca-Cola fresca, recién elaborada. No había fecha de vencimiento, no había botellas de plástico, no había códigos de barras, no había supermercados. El coquero era el nexo directo entre la fábrica y el consumidor, que impedía excesos corporativos porque había verdaderos lazos familiares.
Todos los días, a las siete de la mañana, en la puerta de las casas se podían encontrar los sifones Contour vacíos que el coquero se llevaba, entregando en su reemplazo los llenos. La Coca-Cola era más sabrosa en esa época. No se avejentaba en los depósitos de los supermercados, no perdía gas una vez abierta, y llegaba recién hecha a cada casa. Quienes lo experimentaron saben que es incomparable el sabor de aquella Coca-Cola fresca, impoluta, con la que lleva dos semanas guardada en una lata.
Eran épocas más inocentes. Aún no había competencia. El carro tirado por una mula del coquero no había dado paso a los camiones que luego poblaron las ciudades. Si uno no se levantaba a la hora que pasaba el coquero, se quedaba sin Coca. Y no había competencia, ni era necesaria.
Con el tiempo, la costumbre se fue degenerando. Los camiones reemplazaron a la tracción a sangre, y aparecieron distintas marcas de Coca-Cola (aunque no la llamaban así, eso es lo que eran). Empezaron a variar los horarios, a hacer paradas largas, a ofrecer distintos productos. Ya no era un simple repartidor de sifones, había que hacer complejos pedidos de bebidas de distintos sabores, que obligaban a los camiones a estar mucho tiempo detenidos en la puerta de cada casa.
Llegó un momento en el que los gobiernos tuvieron que tomar cartas en el asunto. El tránsito se veía perjudicado por los coqueros, que no sólo eran muchos sino que pasaban demasiado tiempo detenidos. Hay gente que piensa que la Coca-Cola Company no se resistió a la decisión de prohibir la actividad, porque se había vuelto poco eficiente.
Lo cierto es que sólo se autorizó el transporte a comercios como los supermercados. Así como desaparecieron los tranvías, los coqueros tampoco resistieron el paso del tiempo. Se agilizó el tránsito, no se puede negar, pero el fin del coquero dejó a las ciudades sin uno de los personajes pintorescos de antaño, y clausuró una etapa que nunca volverá.

Gaseoducto

Una serie de accidentes llamaba la atención. Todos involucraban a camiones que transportaban botellas de gaseosas a los puntos de venta. Casi todos habían sido causados por el exceso de velocidad de los choferes, que a su vez sentían la presión de tener que entregar las gaseosas a tiempo para calmar la sed de los consumidores. Si llegaban tarde, podía producirse una escasez.
A raíz de la cantidad de accidentes, que tendía a aumentar, la Coca-Cola Company se propuso estudiar una nueva modalidad de distribución de sus productos. Los ejecutivos pensaron que, así como el agua se distribuía en cañerías, era poco práctico tener una enorme cantidad de plantas embotelladoras para luego distribuir lo embotellado en camión o tren. Se preguntaron si sería muy caro construir una red de cañerías que pudiera hacer un circuito más directo, de la fábrica a cada hogar.
Como los costos parecían cerrar, se realizó una experiencia piloto en la ciudad de Birmingham, Alabama. Paralela a la cañería municipal, se instalaron anchos tubos capaces de transportar una buena cantidad de pies cúbicos de las diferentes gaseosas de la compañía, que fluía desde un anexo construido en la embotelladora local.
La cañería no llegaba obligatoriamente a las casas. La empresa proveyó gratuitamente un dispositivo de recepción de gaseosa a todas las familias que estuvieran dispuestas a aceptarlo. Consistía en una entrada del caño que se instalaba en la cocina y tenía varias canillas, una para cada sabor: Coca-Cola, Coca-Cola Light, Coca-Cola Zero, y las distintas variantes frutales como la Cherry Coke. Había, además, varias canillas libres para poder incorporar nuevos sabores en el futuro. Cada dispositivo contaba con un medidor que informaba a la empresa el consumo de la familia. Luego se enviaba la factura correspondiente.
El sistema causó furor en Birmingham. Ya no era necesario ir al supermercado para conseguir Coca-Cola, y se había eliminado el riesgo de que se terminara. Además, el precio por galón resultaba más barato que en la opción embotellada. Con lo cual, la empresa vendía más producto, el público pagaba menos y se contribuía a agilizar el tránsito de la ciudad.
El éxito del gaseoducto hizo que se implementara la idea en todo el país y en el extranjero. En tres años, todas las grandes ciudades del mundo tenían una red de distribución subterránea de Coca-Cola, y unas cuantas también contaban con el pepsiducto. En cinco años, muchos pueblos que no tenían agua corriente contaban con cañerías de Coca-Cola. El consumo de gaseosas aumentó, al alcanzarse el ideal de disponibilidad.
La red de tuberías implicaba el cierre de la mayor parte de las plantas embotelladoras que históricamente habían sido el núcleo del negocio de Coca-Cola. También se vieron reducidos el personal de distribución y el presupuesto de publicidad, dado que el público no necesitaba acordarse de comprar Coca-Cola, sino que la tenía siempre lista en su casa. Pero las pérdidas laborales se vieron compensadas por los nuevos empleos en la instalación y mantenimiento de las diferentes redes.
Con el tiempo aparecieron mejoras en los dispositivos hogareños. Salieron los primeros dispensers de Coca-Cola con heladera incorporada, para que no hubiera que andar llenando botellas. También aparecieron vasos estandarizados y dispensers que, como en las cadenas de comida rápida, con sólo apretar un botón los llenaban. Algunos modelos de lujo se conectaban también a la red de agua y producían hielo para acompañar la bebida.
El consumo de toda clase de gaseosas siguió aumentando hasta llegar a niveles insospechados, sin embargo luego de un par de generaciones la tendencia se estancó. Mucha gente empezó a preferir otras bebidas que no encontraba en la comodidad de su hogar. Los supermercados ampliaron su oferta de brebajes alternativos, con y sin alcohol. Cada vez más gente empezó a comprar bebidas en botella. Se produjo un inédito furor por la leche chocolatada.
La Coca-Cola respondió con una campaña de marketing destinada a difundir las bondades de la bebida que todos recibían en su casa. La disminución de la demanda hizo que bajara el precio por galón, pero de todos modos el consumo seguía reduciéndose.
Decidida a no perder su clientela, la empresa hizo una serie de estudios pormenorizados para averiguar las razones del extraño comportamiento de la población. Una y otra vez, las investigaciones concluyeron que el público estaba demasiado acostumbrado a recibir la Coca-Cola en su hogar, a tal punto que había perdido bastante atractivo. Las bebidas de otra procedencia otorgaban variedad. Además, existían reportes de cañerías en mal estado, que entregaban Coca-Cola descolorida o con poco gas.
La empresa se vio obligada a cambiar de estrategia para responder a las nuevas demandas del mercado. Si la gente quería bebidas embotelladas, nada impedía vender la Coca-Cola en botellas. A algunos les pareció extraño y objetaron que nadie iba a comprar un producto que llegaba más barato a sus hogares. Pero los impulsores de la idea, que eran cada vez más, replicaron que sólo hacía falta venderlas bien y dar un toque novedoso.
De esta manera, se lanzó una ambiciosa campaña publicitaria destinada a que el público supiera que podía comprar Coca-Cola embotellada en distintos puntos de venta. Se enfatizó que la bebida en botella venía directamente de la fábrica, lo que garantizaba máxima pureza. Y se idearon campañas en las que distintas celebridades del cine y los deportes bebían Coca-Cola proveniente de botellas, para dar una imagen ganadora y placentera del producto.
También se implementó un programa según el cual, al comprar una botella de Coca-Cola, el cliente podía luego cambiar la tapa por valiosos premios. Estos obsequios no se podían obtener con la versión de cañería.
Así, poco a poco, la Coca-Cola embotellada fue vendiendo cada vez más. Las plantas volvieron a funcionar a pleno, los camiones volvieron a las rutas y los consumidores volvieron a buscar Coca-Cola al supermercado. Salvo algunos, que se negaban a comprar algo que podían conseguir perfectamente en una canilla de su casa.
Pero la sociedad en conjunto ya había dado el veredicto. La Coca-Cola que salía las canillas era tratada como una Coca-Cola de segunda, vulgar y corriente. Aunque muchos la tomaban en secreto, pasó a ser de mala educación ofrecer a las visitas Coca-Cola de la red. La verdadera Coca-Cola debía venir en botellas.

Coquerío

Se oyó un gran estruendo en toda la ciudad de Atlanta. Los ciudadanos, como era habitual, sintonizaron la CNN para saber qué estaba pasando. Al hacerlo, se encontraron con imágenes en vivo y en directo de una explosión en la principal embotelladora de Coca-Cola.
La magnitud del hecho se podía apreciar en los tsunamis de refresco que salían de los techos de la fábrica. Era tanta la cantidad de líquido que las calles de la zona se transformaron en ríos de Coca-Cola.
De inmediato, el ingenio de los emprendedores de la ciudad hizo que aparecieran comerciantes dispuestos a aprovechar lo sucedido. Casi de la nada la ciudad se llenó de góndolas que invitaban a las personas a navegar por la Coca-Cola, como una Venecia gaseosa.
Era tan grande el desastre que hacían falta varios días para secar la ciudad. Pero antes de que se pudiera hacer, la cantidad de turistas hizo que se planteara la posibilidad de dejar los ríos como estaban.
Dado que era buena idea, se decidió armar un circuito para que los visitantes pudieran recorrer la ciudad a bordo de las góndolas sobre la Coca-Cola. El Coca-Tour se convirtió en la atracción que Atlanta necesitaba, y una visita obligada para los que antes limitaban su estadía a las conexiones en el aeropuerto.
La Coca-Cola Company decidió reacondicionar su embotelladora para proveer al tour, y abrir una nueva para abastecer la demanda de bebida embotellada. Se temió que bajaran las ventas al estar disponible la gaseosa en las calles, pero ocurrió todo lo contrario. Alrededor del circuito se instalaron máquinas expendedoras que lograron acrecentar aún más las ventas de Coca-Cola en la ciudad.
Desde entonces, se abrieron Coca-Tours en distintos puntos de Estados Unidos, y en el Mall of America de Minnesota funciona con gran éxito el Coca-Tour bajo techo.
Pepsi no se quedó atrás, y estableció el Pepsi Journey en otras ciudades con las que firmó contrato de exclusividad. El tour de Pepsi se diferenciaba del de Coca-Cola porque en los ríos, en lugar de fluir Coca-Cola, fluía Pepsi.
En Venecia, al ver reducido el caudal turístico por la súbita competencia, decidieron pasar a la acción. Además de los tradicionales paseos sobre agua, desde el mes pasado se ofrece, en un barrio exclusivo, un recorrido adaptado a la cultura italiana: el Tour de los Ríos de Muzzarella.