Ya tenemos confianza

Bueno, amigo lector, me cansé de tratarlo de usted. A partir de ahora voy a tratarte de otra manera. Para mí ya no serás usted, ahora sos vos. No sé si me dejás. Pero no me importa. Vos estás leyendo lo que escribo, quiere decir que un poco me conocés o me querés conocer. Podemos empezar a entrar en confianza.
Espero que no te enojes, lector. Ahora que lo veo así, no sé si queda bien llamarte lector. Es lo que sos, está claro, pero puede que sea demasiado formal. Necesito un sobrenombre para vos, para que veas que ya estamos en confianza. A partir de ahora, pasarás a ser lecti.
¿Y cómo me podés decir a mí, lecti? Autor es igual de formal que lector. Auti es medio feo, yo diría. Podrías usar el nombre que viene en la tapa del libro, pero no está tan bueno. Porque el autor puede ser esa persona, sí, pero eso no significa que el que se llama así sea en todos los sentidos el que escribe esto.
No sé, la verdad. Me parece que lo voy a dejar a tu criterio. Cuando sepas cómo me vas a decir, mandame un mail a la dirección que figura en la página de legales. Y así podremos entrar en confianza ya no sólo como autor y lector, sino como personas.
Espero tu mensaje.

Lectura y comprensión

Tenés que acordarte lo que está diciendo este texto, porque después va a haber un control de lectura. Nos vas a tener que repetir estas palabras cuando te preguntemos, por ejemplo, vas a tener que decir “nos vas a tener que repetir estas palabras cuando te preguntemos”. Así podremos saber si leíste el texto y si lo memorizaste, que es la manera que tenemos de saber que lo leíste.
No vale que nos cuentes qué dice. Es necesario que tengas precisión. Ahora no lo vas a entender. No te enojes, lo hacemos por tu bien. Debés acostumbrarte al estudio, por más que ahora no parezca necesario. Un día las habilidades que estás desarollando ahora te serán fundamentales, y te vas a acordar de cuando te las enseñamos.
Por eso es muy importnate que memorices muy bien el texto. Miralo letra por letra, no te concentres en las palabras. Cuando decimos que algo es muy importante, quiere decir que es importante. Cuando decimos que algo es muy importnate, es otra cosa. Es un control para saber si estás prestando la atención debida. Te vamos a pedir que listes todos los errores que encuentres. Pero no vas a encontrar ninguno, porque todos los que están son intencionales y por eso no son errores.
También vas a tener que decirnos, además de lo que dice este párrafo, lo que quiere decir. Porque esto es un ejercicio de lectura y comprensión, y es necesario que hagas ambas cosas. No queremo que repitas como un loro lo que dice acá, para eso nos conseguimos una bandada de loros y listo. Queremos que sepas lo que estás diciendo, que lo digas con precisión y rigor, para que así desarrolles, justamente, precisión y rigor.
Y si no lo hacés, te aplicaremos precisamente el rigor. Un rigor del que no te vas a olvidar nunca. Pero tenés que saber que es por tu bien. De una manera u otra, te vamos a sacar bueno. Confiá en nosotros.

El nuevo usted

La literatura alimenta el espíritu. Por ejemplo, esta literatura. Usted tal vez no se da cuenta, pero está cultivándose. Esta palabra, y las anteriores, junto con las posteriores lo hacen una persona más completa. Es un placer, querido lector, mejorarlo de esta manera.
Usted sólo tiene que avanzar, poniéndo especial énfasis en la comprensión lectora. Porque si lee lo que no está escrito, se cultivará de formas que no son las indicadas. La literatura viene sin garantía, porque está en usted hacer los cambios que ella posibilita.
Puede negarse rotundamente, o aceptarlos. No importa. La literatura opera en otro nivel. Esta frase, por ejemplo, es esencial para su futuro. Igual que todas las otras. No por las palabras que dice, claro, sino por el lugar que en este momento ocupa en su mente. Se quedará ahí, esperando el instante adecuado para actuar. Y en ese preciso momento su cerebro funcionará de una manera levemente distinta. Puede que lo note, aunque no necesariamente lo atribuirá a este texto, ni siquiera al punto y aparte que no en vano hay a continuación.
Porque usted habrá leído mucha literatura antes de ese momento. Es imposible saber cuáles son las obras que más influencia tuvieron sobre usted. Algunas que leyó en la niñez tal vez ni siquiera se las acuerda, y están activas en sus neuronas. Otras pueden pasar al olvido, o a la intrascendencia, que es peor. Pero casi todas, mal que mal, se hacen un lugar en usted, y lo convierten en una persona distinta de la que era. Más completa. Una persona mejor.
La diferencia es que este texto en particular es sincero, y se lo cuenta. Usted lo está dejando entrar, y por eso no volverá a ser el mismo. Dígale adiós a su versión anterior, y déle la bienvenida al nuevo usted, al usted 2.0 que se inicia con la lectura de estas palabras, sobre todo de la que sigue.
Sí, su nueva versión está ya lanzándose, y no hay manera de pararlo. Aun si corta la lectura acá, será tarde. Tendría que haberse acordado antes. Pero no se preocupe. Ese nuevo usted es mejor. Se lo asegura el mismo texto que le produce el cambio, y que desde adentro de su mente se ocupará de hacerlo agradable. Ya va a ver. En cualquier momento, cuando no se lo sospeche, experimentará el cambio. La gente lo percibirá sin saber identificarlo. Le preguntarán si se peina distinto. Y usted ahí se dará cuenta de que es este texto (o tal vez algún otro) haciendo efecto. Y verá que su vida será otra.

Lo que quiero decir

Lo que usted acaba de leer no es sólo lo que usted acaba de leer. Es eso, claro, pero en un sentido más profundo no es eso. Es mucho más. Un texto no se acaba en lo que dicen sus palabras. Usted es un salame si se queda sólo con eso. Se está perdiendo un mundo de significados poéticos.
Capaz que usted se piensa que con leer un texto alcanza. Pero no. Lo tiene que analizar. Usted tiene una responsabilidad sobre lo que lee. No se lo sacó de encima cuando llegó al punto final. Ahora es su deber empezar de nuevo. Tenga a mano algo para anotar. Fíjese lo que observa, después observe de nuevo y vuélvase a fijar.
Sólo así podrá descubrir lo que el texto realmente quiere decir. Los textos buenos son como los estereogramas. Sólo si usted ajusta correctamente su mirada podrá acceder a la profundidad. Hay gente que se queda en las formas abstractas, que tienen su atractivo pero no son la razón por la que un autor escribe.
Porque yo, como autor, no estoy pensando en la superficie del texto. Sí, la cuido, porque me gusta que por fuera esté brillante. Pero también pongo subtextos. ¿Cómo se le ocurre que no voy a hacer algo así? ¿Por quién me toma? Si no hiciera eso, mi escritura sería sólo escritura, y no alcanzaría el grado de Literatura que ahora sí tiene.
Lo que le propongo, entonces, es que ahora, cuando termina este párrafo y por lo tanto el texto, no lo deje así nomás. Vuelva arriba. Lo hice cortito para facilitárselo. Léalo de nuevo y fíjese si percibe lo que realmente le quiero decir.

Algo sobre mí

Si yo le contara alguna cosa sobre mí, usted inmediatamente empezaría a buscar a qué parte de su vida le hace acordar. Haría un repaso instantáneo por todas sus experiencias hasta encontrar alguna al menos vagamente parecida. Entonces exclamará “¡lo entiendo!”
Porque ni a usted, ni a nadie, le interesa lo que me pasa a mí. Sólo lo que le pasa a usted. No es capaz de ver la vida con otros ojos, sólo con los suyos. Porque sus ojos están indefectiblemente en su cabeza. Y aunque quiera, no puede sacárselos sin que dejen de ver. Entonces todo lo que vea será desde su punto de vista, por más esfuerzos que haga por tener otro.
Entonces usted sólo es capaz de empatizar a través de usted mismo. Cuando yo le cuento lo que siento, trata de sentirlo o de pensar cómo sería sentirlo. Así, lo que le importa es lo que siente usted. Lo que yo le cuento que siento es sólo un catalizador para que usted sienta algo que puede o no ser parecido a lo que alguna vez sentí yo.
Por eso prefiero hacer historias de ficción, en las que no sea necesario hacer todas esas operaciones. Así es más fácil. Yo prefiero incluso leer de ésas. Porque, le confieso, a mí cuando los demás me cuentan algo sobre sí mismos sólo puedo entenderlo si lo relaciono conmigo.

La responsabilidad del lector

Acá donde lo ve, este texto lo escribí yo. Es así, estas palabras que usted está leyendo no estarían juntas si no fuera por mi intervención, porque a mí se me ocurrió ponerlas así como están.
Es interesante. Las palabras le llegan a usted, y son todas palabras que usted conocía. Pero las ideas que expresan esas palabras son mías, o por lo menos son las que yo quería que estuvieran. Aunque tal vez tampoco, es posible que no haya logrado decir lo que quería decir, y sólo haya logrado decir esto.
¿Cómo saberlo? Es necesario que usted, lector, sea sagaz. Usted tiene que diferenciar lo que está escrito de lo que se quiere decir, que no siempre es lo mismo. Debe pescar los subtextos, si los hay, y saber cuáles elementos faltan, y por qué razón.
Es posible que no haya dicho algo para que se note su ausencia. Pero también es posible que no lo haya dicho porque no se me ocurrió, o porque me dio miedo. Es responsabilidad suya captar eso. La mía es sólo escribir. Su lectura implica más que comprender la sucesión de palabras que está ante su vista. Puede hacer eso solo, pero no le resultará muy estimulante.
Usted, entonces, debe ser un lector activo. Pero cuidado: no debe leer lo que no está escrito. Debe comprender el texto. Si se va a poner a inventar significados que no están, para eso vaya y escriba un texto usted.

No se asuste

No se intimide, querido lector. Este párrafo no va a durar mucho. No va a ver un bloque enorme de texto, que lo desafíe a leerlo sin perderse. En un par de líneas va a haber un enter que le permitirá llegar a un refrescante espacio en blanco.
Así, el texto respira, y usted también. Lo encuentra más accesible, ¿verdad? Así es mucho más fácil de leer. Con oraciones cortas. Eso es mejor. Si no, usted se podría perder. Y no quiero que se pierda. Quiero que pueda llegar al final. Y no sólo que pueda, que lo haga. Para eso es necesario que no tenga miedo.
No me interesa que lea sólo para poder decir que leyó. Quiero que lo disfrute. Que la pase bien en el trayecto. Por eso hago todo lo posible por facilitárselo. Y si estos párrafos cortos no son suficientes, voy a poner diálogos, así usted puede avanzar todavía más rápido.
—¿Diálogos como éstos?
—Exactamente.
—Sí, así es más fácil.
—¿Vio? Así nomás se leyó cuatro renglones.
—Sí, está bueno. Me gusta cuando agarro un libro y veo que tiene un montón de diálogos. Lo siento liviano, alentador, sin culpa.
—Para eso los pongo.
—Muchas gracias.
—No hay de qué.
Una vez que le facilito la lectura, su responsabilidad es la comprensión. De eso sólo puedo hacerme cargo hasta cierto punto. Siendo que el texto es fácil de leer rápido, no está bien que durante la lectura usted piense en otra cosa. Por ejemplo, piense “qué rápido estoy leyendo esto, cuántas páginas voy, si sigo así voy a terminar en seguida”.
Si sigue así, en efecto, terminará en seguida, pero debo decirle que habrá perdido el poco tiempo que le tomó llegar al final. Porque usted no leyó. Sólo escaneó palabras con sus ojos. Pero la lectura incluye procesar con el cerebro. Y si su cerebro está ocupado en otra cosa, no se puede hacer.
Le pido sólo ese aporte. No hace falta que haga sesudos análisis, ni nada por el estilo. Acompañe al texto, entienda las palabras, y comprenda el sentido de lo que se está diciendo. Sólo así logrará llegar en serio al final.

El pedido del narrador

El narrador se me acercó agitado. Jadeaba enérgicamente, estaba muy nervioso. Traté de calmarlo y le pregunté qué le pasaba, pero no le salían las palabras. Lo hice sentar. Le di un vaso de agua. Lo tomó muy rápido, y me pidió otro. Cuando terminó el segundo, se calmó un poco.
En ese momento, sin que tuviera que preguntarle de nuevo, me pidió si podía narrar yo. Le pregunté por qué. “Porque sos la persona indicada. Yo no estoy en condiciones de narrar nada. Vengo de correr diez kilómetros. Creí que iba a poder contar la carrera, pero apenas puedo respirar”.
Objeté que yo tal vez podía estar en condiciones de narrar, pero no había participado de la carrera. Ni siquiera estaba enterado de su existencia hasta la llegada del narrador. ¿Cómo podría narrarla?
“No importa”, me dijo. “No hace falta que narres eso. Narrá otra cosa, lo importante es que me suplantes en el rol de narrador”.
Así que me dispuse a buscar un tema para narrar. Pero no tenía historias, o por lo menos no tenía nada interesante. Nunca tuve experiencia en el arte de la narración. Yo no soy narrador, y nunca me interesó serlo. Pero era lo que había a mano, y aparentemente la narración debía continuar.
¿Qué es una historia? Me pregunté. ¿Cómo diferencio algo digno de ser contado de algo que no vale la pena? Me pregunté también a quién debía contárselo. ¿Había un público que me esperara? El narrador estaba demasiado ocupado respirando como para contestarme todo esto.
Así que lo que decidí fue contar esta situación en la que me vi metido. No sé si vale la pena que les cuente, ni si lo logré con alguna coherencia. Pero deben tener en cuenta que el que se los contó no es el narrador. Él seguramente habría logrado mucho más interés en ustedes. Les pido disculpas, hago lo que puedo.

Nadie más

No sé si la gente sigue existiendo cuando no está en contacto conmigo. Tampoco sé si existe realmente cuando estoy interactuando con ella, pero vamos a suponer que sí. Que la gente sólo existe cuando está teniendo algún tipo de intervención en mi vida. El resto del tiempo desaparece, para luego volver a aparecer cuando vuelvo a verlos o a hablar con ellos.
No debería necesariamente ser así, pero no se puede descartar que ocurra. La única persona de cuya existencia constante puedo estar razonablemente seguro soy yo. No sé si ocurre lo mismo con los demás.
Por ejemplo, al momento de escribir esto, estoy solo. Es posible que esté solo no sólo en este lugar, sino en el Universo. Es decir, estoy escribiendo para gente que no existe. Usted, señor lector, no existe.
Sin embargo, es evidente que usted está leyendo el texto. Y en ese caso hay dos posibilidades. La primera es que esté leyéndolo en mi presencia, entonces nada cambia. Pero la otra es que este texto haya llegado a usted de alguna forma, sin mi intervención directa. Si es así, se puede afirmar que usted existe, aunque usted sigue sin tener ninguna razón para pensar que yo existo.
Lo que hay que hacer, entonces, es contactarnos. Si usted lee este texto sin estar conmigo, llámeme por teléfono y coméntemelo. Posiblemente cada uno empezará a existir para el otro en el momento en el que se establezca la llamada. Pero si me comenta del texto yo sabré que, a menos que haya una conspiración demasiado grande, usted existe, y entonces no estoy solo.

Venga y atrévase

Vaya a su librería amiga y pida, exija que le vendan este texto. No acepte descuentos. Pague todo lo que vale, luego llévelo a su casa, encienda la luz y léalo con atención.
Mientras dure la lectura, podrá experimentar el placer de leer este texto, podrá ver cada palabra y cada frase, en orden y desorden. El texto entrará en su mente. Al hacerlo, ambos se modificarán. Texto y mente entrarán en simbiosis, ninguno volverá a ser lo que era antes.
¿No es excitante?
Luego tendrá el placer de pensar en el texto, que se encontrará dentro de su cabeza en una versión algo modificada de lo que entendió. Lo hará suyo, será parte de usted. Lo llevará consigo a todas partes, sin necesidad de transportar el soporte en el que lo leyó por primera vez.
Este texto perdurará, impregnará sus neuronas, tendrá alguna incidencia, perceptible o no, en sus acciones posteriores. Usted será una persona distinta con sólo leer este texto.
¿Cuándo comenzará esta nueva versión de usted? Ahora mismo.