Al caer

Yo sabía que algún día se me iba a caer el celular al inodoro. Era cuestión de tiempo. Lo que es improbable en corto plazo es inevitable en el largo. Y ese tipo de caída no es tan improbable. Entonces procuro tener cuidado, pero de cualquier manera con cuidado no se pueden garantizar que el celular no va a caerse ahí. Lo más razonable sería no usarlo en el baño, pero el impulso de mirar algo es más fuerte que el de protección.

No me sorprendí, entonces, cuando se produjo la caída. La vi venir sin poder evitarla. Cuando el celular todavía estaba en mi mano pero ya había perdido el control, intenté retenerlo, pero poco a poco confirmé que no era posible. La gravedad estaba haciendo su trabajo también con el celular.

Durante el trayecto pensaba cosas como “bueno, es hoy”, mientras hacía movimientos desesperados por desviar la trayectoria. Era preferible que se produjera un contacto con el suelo de al lado del inodoro, que no suele ser el más limpio que puede existir, a que se sumergiera en las aguas en proceso de contaminación. En este último caso, ya estaba midiendo el asco que me iba a dar tener que tomarlo con la mano, y las medidas que debía tomar para, por un lado, secar el teléfono, y por otro lado mantenerme comunicado hasta que estuviera en condiciones de volver a funcionar, si alguna vez ocurría, y yo estuviera en condiciones de volver a apoyarlo en mi cara.

Debía tener cuidado para que mis movimientos repentinos desviaran la trayectoria hacia fuera del inodoro, y no hacia dentro. También debía cuidar que no cayera en otro de los cubículos, porque por alguna razón sus paredes no llegan hasta el suelo, y corría el riesgo de que la pérdida del teléfono fuese más definitiva. Era una operación delicada, urgente y tal vez imposible.

El aparato se acercaba, y en algún momento de la trayectoria, sin mi intervención consciente, se suspendió la otra actividad. Toda mi atención estaba centrada en el celular, que estaba en manos del Destino.

El suspenso se prologó cuando el teléfono arribó al borde del inodoro y se produjo un rebote. Era el momento de la verdad. Al revés que en el básquetbol, deseé que el tiro se fuera desviado. Y para mi júbilo, la lotería del Destino se pronunció a mi favor. El teléfono cayó en el suelo, en las cercanías del inodoro, y sólo tuve que recogerlo del piso, a salvo gracias a su funda protectora.

Me prometí tener más cuidado en el futuro para prevenir lo que esta vez no llegó a pasar. Pero sé que no voy a tener mucho, que voy a olvidar este episodio, y que el desenlace temido sigue siendo cuestión de tiempo.

Es un fósforo

Sí, es un fósforo. Y está listo para largar su chispa de calor.
Se enciende mediante el contacto. Pero no cualquier contacto. Necesita el adecuado. No se enciende con cualquier cosa. Es menester tratarlo bien. Arrastrarlo contra la superficie una o más veces, hasta que la chispa se hace presente en forma abrupta.
La chispa, una vez que enciende, es imparable. Toma todo. Quema lo que haya cerca, y enciende lo inflamable. La llama arranca pequeña, pero muy rápidamente alcanza un tamaño considerable.
Pero la misma llama lo va consumiendo. El calor destruye la estructura, hasta que ya no se sostiene más. La llama es breve e intensa. Una vez que cumple su ciclo, sólo quedan vestigios. Leves brasas iluminadas durante unos momentos, y una base que recuerda la etapa prístina, que nunca volverá.

Indique su Destino

Subí al colectivo. Lo primero que vi fue un cartel que decía “indique su Destino al chofer”. Y yo sabía adónde me tenía que bajar, pero no mi Destino. No estaba seguro de que nadie lo supiera. Uno puede tener toda la vida planificada, pero cualquier imprevisto cambia todo. Tal vez alguien que ya vivió casi toda su vida conoce la generalidad de su Destino, aunque no sepa exactamente cómo va a ser el tiempo que le queda. Pensé que tal vez el cartel se refería a los jubilados, y era para poder adjudicar algún tipo de descuento.
Iba a decirle todo esto al chofer cuando vi un cartel que decía “prohibido conversar con el conductor”. No especificaba monologar, es cierto. Pero yo necesitaba una respuesta, porque toda mi ponderación era para poder saber los pasos inmediatos a seguir. Esos pasos podrían, incluso, marcar mi Destino. No podía descartarlo. Sin embargo, lo que podía descartar era que el chofer me fuera a dar alguna respuesta útil, justamente porque tenía prohibido conversar.
Entonces hice trampa: le dije dónde me iba a bajar. El chofer marcó el valor del boleto y pagué. Después fui a sentarme atrás. Había resuelto el dilema pequeño, pero me quedé pensando en mi Destino, y en la posibilidad de conocerlo.
Tal vez, pensé, uno puede tener cierta visión. Tal vez podemos ver el presente, y por qué no el futuro inmediato, y hacernos una idea. Podemos ir pispeando el Destino de nuestra vida tal como es ahora, y corregir la vida de acuerdo a lo que nos da. Tal vez nos podemos asomar al Destino.
Pero cuando pensaba eso, otro cartel despiadado terminó con mi esperanza: “prohibido asomarse”

Ser y tiempo de descuento: introducción a la metafísica del off-side

¿Cómo entender el fútbol desde un punto de vista espiritual? Esta guía para principiantes tiene por objeto introducir al lector en el fascinante mundo de la mística deportiva.

Ya desde los tiempos pitagóricos la trascendencia de la geometría era de importancia suprema. Las hipotenusas más cortas son más largas que los catetos que la circundan. El balón sagrado de Pitágoras nos lleva a la comprensión del deseo secreto, el fin en sí mismo, el ilusorio poliedro.

Einstein nos dice que el tiempo es relativo a la velocidad. ¿Qué se ve al estar parado sobre un balón que avanza mientras gira sobre sí mismo mientras es atraído por un planeta que gira alrededor de sí mismo y de una estrella? ¿Se ve la expectativa del receptor, de los defensores, de las tribunas? ¿O se ve algo totalmente distinto? Nadie lo sabe, pero algunos maestros iluminados postulan que la trascendencia radica exactamente allí.

La lejana soledad tienta y seduce como los cantos de sirena, pero hace desaparecer el sentido para siempre. Retrocederá el tiempo, retrocederá el territorio, el combate cambiará de manos por tiempo indeterminado al flamear en los aires la solferina bandera del Destino.

El Destino final en posición prohibida. Abominable ausencia de visión de futuro. Oh náyades, quién hubiera pensado en aquel inoportuno paso hacia adelante que termina con nuestro otrora prometedor porvenir. Así no se puede.

La Historia está llena de caminos alternativos no transitados, de posibilidades inciertas, de injusticias consumadas, de adelantados incomprendidos en su tiempo. ¡Maldita cercanía que me ha condenado! Cual Ícaro cerca del Sol, me he quemado con las mieles del triunfo y caí humillado al mar.

¿Adónde van los goles anulados? Es un misterioso destino, fuera de toda estadística, al que sólo acceden unos pocos elegidos luego de pasar por pruebas que hasta ahora ningún mortal ha logrado transponer. Su existencia intermitente los hace difíciles de ver de lejos, como púlsares de gol.

Imborrables recuerdos proyectan imágenes indelebles en córneas que luego no sirven para ver otra cosa. Una distancia indetectable para el ojo humano es la diferencia entre el triunfo y la derrota. Valerosos son aquellos que logran traspasarla, esquivando geometría y puntapiés. Veneremos a nuestros héroes del pasado, intentemos ser como ellos sin dejar de ser como nosotros. Llevemos en el fondo de nuestro ser el sentimiento que nace en cada carrera solitaria contra el Universo.

[el título es cortesía de Huinca]