En busca del globero

Los chicos esperaban con ansias la aparición del globero en la plaza. Todos los días a esa hora llegaba con un reluciente ramo de globos, todos bien inflados y orgullosamente altos gracias al gas que tenían dentro. Pero ese día el globero no estaba. Entonces los chicos empezaron a comentar entre ellos.
“No está el globero”, decían. Se preguntaban las posibles razones de la ausencia. Entre las mencionadas figuraban que era su día de descanso, que iba a llegar tarde, que se le habían pinchado los globos, que no tenía globos, que había ido a otra plaza, que había cambiado de profesión, que no quería más a los chicos.
Le preguntaron al calesitero si sabía algo, pero estaba muy ocupado aferrándose a la sortija con una mano y vendiendo boletos con la otra. El heladero, sin embargo, los pudo ayudar. No sabía el porqué de la demora, pero les dijo en qué edificio vivía el globero. Entonces los chicos fueron hacia ahí.
Ignoraban el piso y el departamento. Decidieron probar igual. Mientras uno se quedaba en la puerta por si bajaba, los otros subieron todos los pisos por la escalera y tocaron a todas las puertas en busca del globero.
En medio de esa operación, cuando llegaron al séptimo piso lo encontraron. No tuvieron que tocar a la puerta, estaba frente al ascensor con su reluciente entramado de globos. Los chicos se emocionaron al verlo, y corrieron hacia él mientras él entraba al ascensor que acababa de llegar.
No se había cerrado la puerta cuando los chicos llegaron al habitáculo y se pusieron a saltar alrededor del globero, pidiéndole cada uno un globo. Tantos saltos eran peligrosos para la estabilidad del artefacto, pero la emoción les hizo ignorar las advertencias del adulto. Como resultado, los cables del ascensor cedieron y se cortaron. La cabina empezó a caer.
El sacudón volteó a los chicos. También provocó que el globero perdiera el equilibrio y soltara los globos, que volaron hacia arriba y sostuvieron al ascensor, El globero, entonces, abrió la puerta por la fuerza. Los chicos, al ver una posibilidad de escape, salieron corriendo. El adulto quiso hacer lo mismo, pero al reducirse el peso de la cabina los globos llevaron lentamente al ascensor hasta el último piso. Ahí logró bajarse, pero como no se animó a sacar los globos que sostenían el ascensor, no los pudo vender en la plaza.

Ella mira

Ella te mira, y parece que te estuviera mirando el alma. Pone cara de comprensión. Ella ve más allá de los demás. Ve en vos algo que no sabés si tenés. Parece que es la primera persona que al mirarte te ve.
Ella te mira, y no te dice nada. Sólo tiene una expresión oblicua. No sabés si te está mirando a los ojos o si puede ver más allá. Parece que te está mirando la parte de atrás del cráneo. Esa parte que nunca nadie miró, y ella sí, porque ella la puede ver.
¿Tendré algo? Te preguntás cuando te mira. Ella parece segura. ¿Lo verá en todos? Pero te está mirando a vos, no a todos. Entonces te sentís bien.
Como ella te mira así, vos también la mirás. Tratás de que no se dé cuenta. Intentás ver en ella eso que pensás que ella ve en vos. O algo parecido. Pero tus ojos no son capaces de ver más allá. La luz rebota en su cara, y ves sus ojos, su pelo, su boca que te habla.
Te está hablando, y estás tan concentrado en mirarla que no te das cuenta de lo que te dice. Le pedís que lo repita. Ella no lo considera necesario. Ella se comunica de otra forma. Ella comprende con su mirada, y por eso te entiende. Sentís que nadie te había entendido así.
Sentís también que te gustaría entender a alguien así. Y te das cuenta de que no pasa. No estás a la altura. No te queda otra que poner una excusa y alejarte. Ella quiere lo contrario, pero no hace nada para que te quedes. Ella sabe lo que te pasa. Ella te entiende.

La danza de los vúmetros

Suena la música
las agujas se mueven
emocionadas
al compás.
Fluye la alegría
por su mundo iluminado
bailan con la energía justa
que les dicta la música
no con pasos predefinidos
si es baja, son sutiles
si es alta, se mueven a lo loco.
Bailan con todo su cuerpo
mientras dura la música
cuando vuelve el silencio
se quedan quietas
expectantes
esperando que otra vez
aparezca el sonido
una nueva música
para volver a bailar.

En salud y enfermedad

Amor mío, prometo amarte en las buenas y en las malas. Prometo acompañarte en épocas felices y en épocas difíciles. Prometo estar a tu lado cuando necesites a alguien, del mismo modo que vos vas a estar conmigo cuando me sienta solo. Seremos ricos o pobres juntos, sabiendo que lo único que necesitamos es tener cada uno al otro.
También estaré con vos cuando estés sana y cuando estés enferma. Me comprometo a hacer todo lo que pueda para que te cures de cualquier enfermedad que contraigas. Salvo, amor mío, en un caso. Tenelo en cuenta para el futuro. Hay una sola cosa que sé que no estoy en condiciones de hacer, y es menester que te lo diga en este momento.
Estoy dispuesto a acompañarte mientras atravesás (y por lo tanto atravesamos) cualquier tipo de calamidad. Pero si se te llega a meter algo en el ojo, mi amor, no te lo voy a sacar. Me da mucha impresión manipular el globo ocular de cualquier persona, por más amor que sienta por ella. Te vas a tener que buscar otra persona para hacer eso, mientras yo me revuelco en las cercanías (porque nunca me alejaré de vos) y hago esfuerzos para no ver.
Si querés, amor mío, podés hacer lo mismo. Puedo vivir sabiendo que no me vas a sacar nada de los ojos. Espero que vos puedas también.

Ellos titilan

Debería esconderme entre las sombras de los jardines de flores azules y mirar las estrellas, dejar que las rocas acompañen el paisaje, no debería cortar las flores. Si el atardecer fuera más azul y no tan rojo dejaría que cayeran como pétalos mis uñas sobre el agua que arrastra los besos de esa noche, aquella en la que se hizo lo que no debería pero sin embargo fue una noche excelente, donde los labios se partían entre bocas extrañas. Manos que buscaban un deseo detrás de la madera de lo prohibido.

Lorena García

Y sí, no debería haberlo hecho, pero ella es humana. Tiene impulsos biológicos muy difíciles de combatir. Él también es humano y tiene impulsos proporcionales. Entonces impedir su manifestación se hace imposible.
Por eso ceden. Se dejan llevar por la fuerza de la naturaleza que los rodea y la que tienen adentro. Se sienten parte del todo y del otro. A la noche, comulgan con las estrellas que cubren el cielo del campo. Es difícil verlas y pensar en otra cosa.
¿Qué puede estar mal con semejantes estrellas? Las preocupaciones humanas son mucho más chicas que el Universo. Ambos se miran, y entienden el lugar de cada uno. Es donde están. Y se acercan. No pueden estar más cerca. Entonces se conectan. Forman un circuito cerrado que se alimenta del Universo. La energía de las estrellas se transmite por sus labios. Es un momento especial. Una efervescencia los recorre, la misma que hace que las estrellas titilen. Ellos titilan juntos. No necesitan saber sus nombres. No son extraños. Tampoco están juntos. Son juntos.

Pelo de jabón

En la bañera había dos jabones: el jabón de él y el jabón de ella. El de él estaba lleno de pelos. A ella le daba asco. Cada vez que lo veía protestaba por la presencia de esos pelos y el hecho de que él no los limpiara. Por eso había incorporado un jabón propio.
Al jabón de ella, sin embargo, los pelos del jabón de él le gustaban. Le parecían varoniles. El jabón de él con pelos era mucho más atractivo que el lampiño. Pero muchas veces le quedaban desprolijos. Eso al jabón de ella no le gustaba tanto. El jabón de ella tenía un amplio olfato estético. Se trataba de un jabón perfumado. En cambio, el jabón de él sólo se ocupaba de la limpieza. No le interesaba demasiado el aspecto final.
El jabón de ella se acercaba cuando podía al jabón de él. Se deslizaba suavemente hacia su jabonera y, una vez ahí, lo peinaba. Después de unos minutos de suaves maniobras, el pelo del jabón de él quedaba mucho más atractivo. El jabón de ella disfrutaba verlo así. Durante el procedimiento, inadvertidamente un poco de perfume del jabón de ella impregnaba al jabón de él, y también algunos pelos del jabón de él se pegaban al jabón de ella.
Cuando ella se iba a bañar ponía el grito en el cielo. ¿Qué hacían esos pelos en su jabón? Lo acusaba a él de haber usado su jabón para bañarse. Él lo negaba, y la acusaba a ella de lo mismo, por haberlo encontrado perfumado. Entonces ella limpiaba los pelos de su jabón y los alejaba, para que no se pudieran confundir.
Pero apenas ella se iba, el jabón de ella se acercaba de nuevo. Cuando cualquiera de los dos volvía a bañarse, los encontraba en el lugar anterior y pensaba que el otro los había devuelto. A él no le importaba y los dejaba así. A ella la situación la irritaba y los volvía a separar.
El jabón de ella, al deslizarse para peinar al jabón de él, se iba deshaciendo. Los restos de agua que quedaban en la bañera lo desgastaban. Entonces se iba volviendo cada vez más chico y pegajoso. Sin embargo, seguía con la intención de peinar al jabón de él, que seguía siendo fuerte como un hombre.
La última vez que lo hizo ya estaba muy débil. Se apoyó en él para peinarlo pero no pudo volver a salir. No tenía fuerzas. Los intentos de salir hicieron que se quebrara en dos, y entonces decidió quedarse donde estaba, junto al jabón de él. Ambos se fundieron en uno, con los pelos de él uniéndolos.
Cuando él se fue a bañar, no se dio cuenta de lo que pasaba y se enjabonó como siempre. Cuando fue ella, se encontró con que no tenía jabón. Como estaba bajo la ducha, no fue a buscar otro. Decidió lavarse con el de él. Y sin saberlo, se lavó por última vez con el jabón de ella.

Una mano al cielo

Querido Dios:
No sé si me vas a interpretar lo que quiero decir. Ni sé si te va a llegar. Es posible que esté hablando solo y que vos ni siquiera existas. Pero te hablo igual, por las dudas, porque en una de ésas sí existís. Porque convengamos que es muy fácil pensar que no. Si hiciste algo, también te aseguraste de hacer todo lo posible para que no se notara tu presencia. Claramente, si estás, querés que sea de incógnito.
No sé si sos algo, pero está claro que no sos el dios de los textos sagrados. Ése que tira leyes arbitrarias y exige obediencia ciega. Si fueras ese dios, no merecerías mi respeto. Es más respetable que no existas. Pero no significa que no existas, que no haya una inteligencia superior que creó todo, y eso seas vos. Lo que es seguro es que, en ese caso, no tenés forma humana.
Si estás, me pregunto de dónde saliste, quién te creó. No hay muchas explicaciones posibles. Que te hayas creado vos mismo es una, pero no es muy satisfactoria. Genera más preguntas que respuestas.
De todos modos, la razón de estas líneas es expresarte que, si ambos existimos, no tenemos por qué ser enemigos. Ambos somos razonables. Estoy de acuerdo en que no intervengas en los asuntos humanos. Está bien que nos dejes resolverlos solos. Si no sería problemático, estaríamos siempre esperando que vengas a solucionar todo. Si vos manejaras las cosas no seríamos libres.
Me parece muy bien tu aparente determinación de que tenemos que operar como si no existieras. Si la tomaste, es una muestra de inteligencia. Con la moral que nosotros tenemos, que desarrollamos solos, no con una hipotética moral externa que nos dictaste. ¿Cómo podríamos confiar en una cosa así? Por más buenas intenciones que tengas, si no llegáramos a entenderla podríamos hacer cualquier cosa. Por ahí vos hiciste que tuviéramos moral, y de ese modo nos la diste, pero igual sale de adentro de nosotros. Ciertamente no de las escrituras contradictorias que dicen reflejar tu sabiduría.
Está claro que es nuestra responsabilidad manejar nuestras vidas. Tal vez si vos quisieras podrías asumir el control de ellas, pero estoy muy contento con que no sea así. Hay muchos que quisieran lo contrario. Pero quiero decirte, si podés percibirlo, que me gusta que mi vida dependa de mí. Así tengo que ocuparme de más cosas, pero lo que logro es mérito mío, y eso es invaluable.
Hacer como si no existieras es la mejor manera que tengo de ser una buena persona. En todo caso cuando me muera me enteraré (o no) de la verdad sin que sea necesario que me la revele nadie.

Una tarde de amor y Sábato

Luego de colocarse con mucho cuidado varias flores en lo que le quedaba de pelo, Sábato tomó la guitarra. La afinó y se puso a tocar y cantar “All you need is love” para todo el que estuviera dispuesto a escucharlo.
Lentamente la plaza se empezó a poblar. Personas de distintas edades vestidas de distintos colores aparecieron alrededor de Sábato. Muchos cantaron con él. Algunos tenían sus propias guitarras, y las usaban para tocar no sólo lo que tocaba el afamado escritor, sino también otras canciones. El murmullo de la plaza fue reemplazado por una alegre polifonía.
El ruido atraía a más gente, y también a agentes del orden que se acercaban para asegurarse de que todo estuviera bajo control. Sábato dejó por un momento su guitarra y se aproximó a uno de ellos. Se sacó dos flores del pelo. Mantuvo una entre sus dientes dientes, y con cierta dificultad en la pronunciación le pidió al policía que sacara su revólver para poder colocar la flor en el cañón. Una pizca de vida en el camino de la muerte. El policía consideró que era peligroso desenfundar en el medio de una plaza poblada. Sábato lo comprendió. Le dijo hermano y lo abrazó. La plaza fue testigo del momento de entendimiento y trascendencia entre ambos.
Se iba sumando más gente. Varios fumaban diferentes sustancias, y lanzaban al aire humo de colores. El viento hacía flamear la ropa suelta. Los colores de la ropa se mezclaban con los del humo. Ambos se movían al unísono. Formaban un oleaje que alimentaba el espíritu de libertad, de fluir con el viento. Sábato volvió a la guitarra y empezó a cantar “Blowin’ in the wind”.
La muchedumbre quería liberarse de las ataduras. Salir de las presiones absurdas de la sociedad y confundirse en un renovado espíritu comunitario. Para lograrlo, hacían círculos alrededor de alguna planta. También se sacaban la ropa, para mostrarse y comprobar que todos, en el fondo, eran lo mismo. Que no se dejaban llevar por las etiquetas externas.
Había mucho entusiasmo por la conexión que se producía entre los presentes. Se podía palpar el amor. Sábato, al sentir lo que ocurría, se sacó los pantalones floreados y los arrojó hacia arriba. Los demás vieron cómo el viento se los llevaba. El suave vuelo de los pantalones generaba una estela que dividía el humo. Con el flamear de las bocamangas parecía una gaviota, y la plaza parecía la orilla del mar.
La gente se sintió arena, y comprendieron que si había playa era porque ellos estaban todos juntos. Todos se miraron uno al otro. Sábato sonreía al sentirse parte de un todo mucho más grande que cualquiera. La gente se iba acercando. Primero lo hicieron con el espíritu, y esa cercanía se dejó ver poco después en los cuerpos. Sábato y la multitud se unieron entonces en una gran orgía que duró hasta el amanecer.

La burbuja indomable

La burbuja flotaba sobre el agua. Media esfera se elevaba sobre la superficie. La burbuja entera se trasladaba de un lugar al otro. Venía hacia mí y se alejaba, después volvía.
En uno de los acercamientos, la quise agarrar. Quise posarla sobre mi brazo. Quería dominar a la burbuja. Pero ella no se dejaba. Cuando estaba cerca, cuando la rodeaba, encontraba la forma de escaparse.
Pero siempre volvía, siempre me daba otra oportunidad.
Entonces yo intentaba otra vez. Probaba distintos métodos para ver si alguno me permitía capturar a la burbuja. Pero nada, la burbuja sólo existía para sí misma. No tenía intención de ser parte de mí.
Por eso me enojé. Cambié de estrategia y decidí que si no me iba a dejar agarrarla, no la iba a agarrar nadie. La pensaba explotar. Pero también fue difícil. Quise ponerle el dedo con fuerza, para atravesar la superficie y crear una presión que no se pudiera sostener, pero no hizo más que correrse.
Entonces decidí bloquearle el paso. Con una mano la envolví sin acercarme demasiado, y con el dedo índice de la otra la presioné hacia la primera. Sin embargo, tampoco resultó. Cuando las dos manos se encontraron la burbuja se había volado, escapando hacia algún otro lugar.

Volver a ser

Había una vez una mariposa que acababa de salir del capullo. Era una mariposa muy grácil, con dos alas simétricas que constituían una adición muy atractiva al paisaje natural. Revoloteaba de flor en flor con aparente desparpajo. Sin embargo, estaba atrapada en un cuerpo que no sentía propio.
No quería ser mariposa. Quería ser oruga. Maldecía la hora en la que había decidido hacer caso a las demás orugas y construir el capullo. Ahora se encontraba transformada en forma irreversible.
Las otras mariposas, que antes eran las otras orugas, parecían contentas. Pero ella extrañaba su cuerpo anterior, que tantas satisfacciones le había traído. Es cierto, ahora podía volar, pero nunca le había interesado. Se conformaba con trepar hojas y comerlas. Era una vida digna. Ahora tenía la pesada responsabilidad de trasladarse en el aire, con los peligros que eso conllevaba. Y, aparte, sentía que la muerte estaba más cerca.
Al reconocerse mariposa, había intentado mantener el mismo estilo de vida. Cuando salió del capullo, su instinto fue trepar un tallo para comer alguna hoja. Pero esos molestos apéndices en la espalda le traían problemas. El viento, al soplar, la tiró de la rama. El pánico hizo que la flamante mariposa agitara todos sus miembros, y así descubrió que podía volar.
Al principio le entusiasmó un poco la posibilidad, pero después vio que su vida no era más que ir de flor en flor buscando polen. No le pareció un cambio que valiera la pena. El polen no le gustaba mucho. Le parecía mucho enchastre. Y se llenaba más con las hojas.
El colorido de sus alas era demasiado llamativo para su gusto. Muchas arañas y otros predadores se acercaban a ella, y la obligaban a escapar para salvar su vida. En ocasiones contemplaba dejarse comer, pero no quería. Su deseo era vivir. Pero lograr no ser comida implicaba no sólo estar siempre alerta, sino aplicar gran cantidad de energía al vuelo defensivo. La mariposa no sentía mucho placer en el nuevo ritmo vertiginoso. Extrañaba el andar cansino de su época de oruga, ahora acabada para siempre.
¿Para siempre? La mariposa creyó encontrar la respuesta. Fue hacia su capullo y, así como un rato antes había salido, se volvió a meter. Supuso que tal vez un descanso ahí podría volverla a su estado anterior, generarle un renacer de oruga. Se quedó unos días dentro del capullo, sin encontrar una posición cómoda, y sin notar ningún cambio en su cuerpo.
Decidió entonces volver a salir del capullo. No tenía muchas opciones. Resolvió que, si la vida la hacía mariposa, debía ser mariposa aunque se sintiera una oruga. Y volvió a salir al mundo, sin muchas ganas, pero dispuesta a hacer el esfuerzo. Tal vez con el tiempo aprendería a disfrutar de ser una mariposa.